Por Ricardo Raphael
Hay quien juzga ociosa la conversación sobre el gobierno desesperado por desembarazarse de un avión grandote y ostentoso, y sin embargo no hay otro tema en estos últimos días que ocupe con mayor volumen las mesas y sobremesas.
Somos mayoría quienes nos hemos permitido discurrir sobre el asunto después de que el presidente Andrés Manuel López Obrador propuso como método una lotería con 6 millones de boletos.
“¿Qué harías con uno como ese?,” le pregunta una cliente a su estilista. “¿Y dónde lo guardarías?”, replica el patrón a su chofer. “¡Yo sí compraría un cachito!,” afirma el camarógrafo en el set de televisión.
Cada uno ríe, no tanto para burlarse del mandatario, sino para mofarse de sí mismo: provoca hilaridad la imagen propia, en segundo plano, junto a ese aparato que ni Obama tuvo en su mejor gloria (AMLO dixit).
¿Sería acaso posible que coincidieran el azar, la promesa presidencial y la justicia cósmica para que, de la noche a la mañana, pudiera yo viajar desde mi acotada realidad hasta los cielos ilimitados?
El avión presidencial como metáfora: pájaro originalmente dispuesto para elevar al poderoso y que sin embargo podría igual servir para los periplos del taquero, de la trabajadora del hogar, del burócrata, del pasante de derecho, de la enfermera o del aprendiz de carpintero.
En ese avión presidencial, que tiene 80 plazas, puede uno bañarse con agua tibia y dormir a pierna suelta, mientras se atraviesan los siete mares: regalo puesto al servicio de la fantasía colectiva por obra de una picardía y lo que dura una breve conversación
El avión como pretexto para asemejar al presidente con el más ingenuo del pueblo. En un país donde la cigüeña lo decide casi todo, ¿por qué no jugar a la lotería y así emparejar las cosas? No sólo los mandatarios tienen derecho a gozar de un transporte cuyo valor ronda los 130 millones de dólares, acaso quienes jamás han subido a un avión podrían también montarse en la segunda nave alada más cara del planeta, (AMLO dixit, otra vez).
El discurrir sobre la suerte del avión no se limita a los soñadores, también tienen opinión los versados en el tema de volar muy alto. Allá arriba, donde la cigüeña fue más generosa al aterrizar, la conversación produce sus propios argumentos.
Por ejemplo, los educados en la estadística afirman que sacarse el premio sería casi imposible; no saben citar la fuente, pero aseguran que ni con el premio mayor se venden 6 millones de billetes, y que son pocos los mexicanos que tendrían ahorros para invertir 500 pesos en uno de esos cachitos.
Debaten además sobre el costo que significaría mantener ese armatoste y lo impagable del combustible, en caso de que se pretendiera visitar las nubes.
“No hay quien lo vaya a rentar”, asegura la señora mientras saca la polvera de su bolso y luego añade: “Conozco mucha gente que viaja en avión privado y ese que quieren rifar no le va a interesar a ninguno”.
“Ya veo al ganador prestándolo para que la sobrina festeje los 15 años, con chambelanes y todo”, añade orondo un ingenioso joven encorbatado, sólo para hacer plática, mientras se bolea los zapatos.
“¿De qué sirve un avión de esos, si no tienes visa para entrar a Estados Unidos?”, agrega la youtuber famosísima por ser poco cerebral.
Todos hablamos del avión, pero por distintos motivos. Distinguen a unos y otros la sensación de agravio a propósito de la suntuosidad del avión presidencial, pero sobre todo la percepción que cada cual tiene respecto de la noción del azar.
Los aristócratas creen que el valor de un país respetable se mide por el oropel con que se pasean por el mundo sus dignatarios. Seguro que Catalina la Grande o Napoleón III, de haber sido nuestros contemporáneos, habrían surcado los aires acompañados por un séquito grande y bien emperifollado; esos líderes del mundo no habrían podido prescindir de un avión como el que se pretende rifar.
Los otros que también han dedicado diletantes horas a la cuestión prefieren discurrir sobre el tema de la fortuna. Para un grupo amplio de personas, México no es un país que entregue privilegios en función del mérito, sino de la mala o la buena suerte. Para ellos volar o quedarse en tierra depende, en buena medida, de un destino que difícilmente puede cambiarse.
A menos que… del avión descienda el presidente y proponga que mediante una rifa corregirá la arbitrariedad, mientras la justicia toca a la puerta, aunque sea de un solo beneficiario.
Fuente: Proceso