Por Epigmenio Ibarra
“Cuando te aplauden al subir a la tribuna,
pensá en los que murieron.
Cuando te toca a vos el micrófono, te enfoca
la televisión, pensá en los que murieron.
Míralos sin camisa, arrastrados,
echando sangre, con capucha, reventados…
Vos los representas a ellos,
ellos delegaron en vos, los que murieron”.
Ernesto Cardenal
¿Qué tanto puede preocupar a un hombre que lleva a cuestas una historia de lucha, como la de Andrés Manuel López Obrador, bajar o subir unos puntos en los índices de popularidad? ¿Por qué ha de ser esclavo de los vaivenes de su imagen pública quien ha sufrido toda su vida política un asedio mediático brutal?
¿Para qué habría de servirle ocupar todas las primeras planas de los diarios, los titulares de los noticieros de radio y televisión? ¿Por qué habría de gastar dinero del erario —en este país empobrecido, marcado por la desigualdad y que él conoce como la palma de su mano— para que los medios lo cubran de elogios, hagan la crónica de sus éxitos y callen ante sus fracasos?
¿Por qué habría de moverse por rutas rigurosamente custodiadas por miles de efectivos del Estado Mayor y hablar, como lo hicieron Vicente Fox, Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto, ante públicos acostumbrados a guardar un servil y reverencial silencio y ser siempre pródigos en el aplauso?
¿Por qué —pregunto a quienes hoy hacen profecías apocalípticas— dejaría de exponerse al desgaste que produce la protesta, el reclamo ciudadano en un país con hambre y sed de justicia, un hombre que toda su vida se manifestó, marchó junto a los ofendidos, los olvidados, y alzó con ellas y ellos la voz e increpó al poder?
Diez mil millones de pesos gastó, solo en el último año de su gestión, Peña Nieto en publicidad oficial. Por debajo de la mesa y fuera de la ley, otros miles de millones de pesos más fueron a dar a los bolsillos de dueños de medios de comunicación, reporteros, columnistas, comentaristas de radio y televisión, y todo esto para caer (según un diario nacional) de una “aprobación” de 44%, en el primer año de su sexenio, a un raquítico 12% en enero de 2017. Otro tanto hicieron sus antecesores. Por décadas, las y los mexicanos pagamos con nuestros impuestos la fútil vanidad de los gobernantes y la coartada mediática que les permitió saquear, destruir las instituciones, hacer pedazos a México.
El país no necesita ya canales de televisión convertidos en espejo del gobernante en turno, ni prensa escrita ni estaciones de radio sumisas y obsecuentes ante el poder. Tampoco una prensa que actúe bajo consigna, resentida porque perdió ingresos, supeditada a los designios de la derecha conservadora que tiene intenciones francamente golpistas.
Ganar elecciones sin los medios era considerado por muchos una hazaña imposible de lograr. Gobernar sin ellos o, incluso, contra ellos costará a López Obrador unos cuantos puntos más de popularidad. Hoy vivimos la paradoja de tener a un presidente que escucha a la gente y a una prensa que ni lo escucha ni comunica lo que dice, pero que cuenta con las redes sociales para romper el cerco de silencio.
No es de su imagen pública, sin embargo, de la que depende que López Obrador logre, en efecto, la transformación de México. Depende de que su voz siga siendo la voz de los desposeídos, de las víctimas, la voz de los muchos muertos de este país al que el viejo régimen convirtió en cementerio.
@epigmenioibarra
Fuente: Milenio