Por Pedro Miguel
Era previsible que cacicazgos priístas, mafias panistas y rescoldos perredistas, náufragos todos de barcos averiados, buscaran integrarse a la nueva fuerza política mayoritaria, a la que crecientes segmentos de la oposición empiezan a ver como único camino para escalar posiciones
Allá por 2006 era frecuente ver cómo se organizaba la gente de los barrios para rentar o pedir prestada una combi a fin de llevar la mayor cantidad de personas posible a las movilizaciones contra el fraude que incrustó a Felipe Calderón en Los Pinos. En no pocas ocasiones, los liderazgos naturales llevaban listas de los participantes a fin de asegurar que nadie se quedara sin transporte. Esa expresión incipiente de organización se usó hasta el cierre de campaña de AMLO en el Estadio Azteca en 2018; tras la insurrección electoral de ese año se ha repetido en cada concentración en torno a la figura del Presidente y se repitió el fin de semana pasado con motivo de las asambleas electivas celebradas por Morena en los distritos electorales del país.
Desde el sábado 30 de julio, quienes se oponían a la realización de tales asambleas inundaron las redes con un torrente de fotos y videos en que pueden observarse momentos en que los asistentes llegaban o se retiraban en transportes colectivos y de dirigentes que daban instrucciones. Pero en esta ocasión algunos de los que hasta hace poco celebraban la organización popular la llamaron indiscriminadamente acarreo, ignorando la diferencia sustancial entre una y otra cosa: la primera implica la asistencia voluntaria, consciente y ajena a la coerción y el estímulo económico; el segundo implica el condicionamiento de beneficios laborales o sociales y/o la entrega de dinero.
¿Hubo acarreo en las asambleas electivas? Sí, es inevitable asumir que lo hubo porque la sociedad mexicana no es la corte celestial, la subcultura política del viejo régimen dista mucho de haber sido erradicada y está presente incluso en Morena. Pero hay mucha distancia entre asumir esta realidad y generalizar y dar por sentado que todo fue acarreo, compra de votos, agandalles, sombrerazos, en fin, “un cochinero”.
Sí, hubo irregularidades, trampas, votos inducidos y gente manipulada, fuera para colonizar las asambleas o para reventarlas. Eso pasa cuando se realiza un ejercicio político que involucra a entre 2.5 y 3 millones de personas, y es deseable, necesario y exigible que tales prácticas sean sancionadas hasta donde lo permitan las pruebas. Toda la ética que se encuentre codificada en normas debe ser empeñada en esa tarea, que es en sí misma formadora de conciencia política y cívica.
Por lo demás, es insostenible el alegato de que hubo más participación en las asambleas del pasado fin de semana que en la consulta de revocación de mandato, con lo que se probaría la intervención de contingentes ajenos al movimiento obradorista, es insostenible: en la consulta de abril participaron 16.5 millones de personas, distribuidas en más de 56 mil casillas, un promedio de 294 votantes por casilla; el 30 y 31 de julio hubo 542 centros de votación con unos 5 mil 500 asistentes en cada uno, en promedio, lo que de paso explica las aglomeraciones, esgrimidas como supuesta prueba del “acarreo”. Hasta ahora, las votaciones sólo se han anulado por irregularidades en cinco distritos y en 19 centros de votación, y se está a la espera de resolver impugnaciones adicionales.
Sí: era previsible que cacicazgos priístas, mafias panistas y rescoldos perredistas, náufragos todos de barcos averiados, buscaran integrarse a la nueva fuerza política mayoritaria, a la que crecientes segmentos de la oposición empiezan a ver como único camino para escalar posiciones. Ello permite ponderar la bancarrota partidista de la oposición oligárquica, pero no dar por sentado que el partido de López Obrador fue “tomado por asalto” por ella, así como no es posible determinar cuánta de la nueva militancia acudió por convicción transformadora, cuánta lo hizo bajo cuerda y cuánta se afilió por mero interés o ambición personal. Es indudable, sin embargo, que la llegada de cientos de miles de ciudadanos al partido significa, en poca o mucha medida, un vaciamiento de los organismos partidistas del viejo régimen, así como un riesgo de contaminación de viejos vicios y una oportunidad inmejorable para extender la formación política a millones de personas.
El fulgurante cambio de Morena de partido de cuadros a partido de masas no es fácil de procesar. Hay muchos compañeros que, con sinceridad o sin ella, se revisten con adjetivos alusivos a lo fundacional a la autenticidad, a la pertenencia a las bases, a las evocaciones de la vieja guardia, para expresar su azoro o su indignación por causas distintas: injusticias y atropellos –que los hubo, como es inevitable en todo proceso en el que participan millones–, resentimiento por no haber logrado la posición que buscaban o, simplemente, temor a una nueva etapa. En lo inmediato, el partido de la 4T se ha colocado en una posición inmejorable para 2024 y será responsabilidad de todos sus integrantes vigilar que se mantenga fiel a sus principios y al proyecto de nación del que es instrumento.
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Fuente: La Jornada