Por Luis Javier Valero Flores
Mal acabó el desfile del 16 de septiembre, al que encabezó, el Gobernador César Duarte fue hospitalizado para efectuar “algunos estudios”. A las horas se informó que había sido intervenido quirúrgicamente, de nuevo en menos de 20 días, de la columna vertebral, ahora, para corregir el desplazamiento de un disco intervertebral.
O, en palabras del mandatario: “Sufro de una fricción en los nervios de la columna que me afecta la pierna izquierda. Todavía me faltan algunos meses para concretar diversas obras y no serán los limitantes físicos los que me lo impidan”.
Por no guardar reposo y, fundamentalmente, por permanecer muchas horas sentado o de pie, provocó el desplazamiento de la prótesis, la placa y los tornillos colocados después del accidente.
Las “molestias” no eran menores, no sólo porque al terminar la conmemoración del Grito de Independencia y el desfile del día posterior, requirió ayuda para caminar, sino porque en la conferencia de prensa en la que informó de las molestias que sufría, asomó por debajo de la muñeca derecha un catéter, para mantener una vía intravenosa a fin de suministrarle medicamentos, por su naturaleza, imposible o difícil de suministrar por otra vía, o por su potencia, necesaria, por ejemplo, en los casos de intenso dolor.
Los pacientes que se encuentran en tales circunstancias deberán estar, por lo menos, hospitalizados o en domicilio.
Ahora bien ¿Una persona que se encuentra en tal situación -de extremo dolor- y que debe estar medicada con analgésicos muy potentes, puede estar dirigiendo una empresa, una institución o un gobierno en óptimas condiciones?
¿No estará, por lo menos, irritable, y más, si, por añadidura, viaja constantemente y debe soportar, de acuerdo con la agenda de Duarte, muchos momentos sentado y/o parado?
Lo que necesitaba, y ahora también, es obedecer las indicaciones médicas, dejar que su administración funcione sin él -si es que tal funcionamiento puede darse- e impedir que por la medicación y el dolor se pierda la ecuanimidad al momento de tomar decisiones gubernamentales que pudieran tener serias consecuencias.
Y tuvo una oportunidad de oro para dar ejemplos de austeridad en el gasto ¿Quién hubiese criticado, mal, la suspensión, por indicación médica, de la fiesta en Palacio? Al contrario, hasta se habría dicho que estaba siguiendo el ejemplo del Presidente Peña Nieto.
Así como esos actos, ocurrieron varios en los días posteriores a la primera cirugía, podía no haber asistido y muy pocas cosas habrían cambiado sin su presencia.
¿Que denota preocupación por la marcha del gobierno? Sí, pero también que su gobierno no es el de modernidad democrática, aquellos que funcionan independientemente de la presencia del gobernante.
Arrastramos la pesada herencia, no de los caciques y jefes aztecas (y de otras tribus) sino de la corona española, la de la subordinación a los monarcas y a la casa reinante. De ahí la enorme incongruencia que en la fiesta cívica por excelencia, la del Grito de Independencia, los gobernantes acudan a celebrarla, en el balcón principal de los palacios, acompañados de su familia, como lejana reminiscencia de los festejos de los reyes europeos.
Pero si las cirugías del gobernante salieron exitosas, las operaciones políticas de sus compañeros que aspiran a sucederlo, y la propia de su gobierno, pudieran no serlo tanto.
Todo cambiará a partir del 3 de octubre por la tarde. Ese día, César Duarte efectuará el acto con motivo de la presentación de su V Informe de Gobierno.
En la práctica será el último que realice en la plenitud de su poder. Cuando presente el sexto ya habrá gobernador (a) electo.
Al arribar a su quinto año de gobierno, no solamente sus compañeros aspirantes a la gubernatura dejarán sentir sus ilusiones, otros ansiarán las diputaciones y las alcaldías más importantes de la entidades.
Es indudable la pretensión del Gobernador Duarte por imponer su criterio en la designación del candidato; son muchas las evidencias, la última de ellas, la comida realizada por la tarde del 15 de septiembre en la Casa de Gobierno, a la que asistieron los alcaldes de Juárez y Chihuahua, Enrique Serrano y Javier Garfio; así como las senadoras Lilia Merodio y Graciela Ortiz y el ex alcalde juarense, Héctor Murguía.
El mensaje enviado por Duarte es inequívoco: De uno de ellos emergerá el candidato (a).
Y esa es la verdadera controversia: ¿Quién decidirá el candidato del PRI, el Gobernador Duarte o el Presidente Peña?
Esa es la realidad del PRI del siglo XXI, ese que ahora dirige un hombre formado en la ortodoxia del priismo del siglo anterior, al que muchos priistas le endilgan un poder descomunal. Olvidan que cuando hay presidente de la república, él es quien quita y pone; olvidan que poseen algo que casi es como un gen del priismo, que hasta cuando son oposición se inclinan ante el Señor Presidente.
En el colmo de la desvergüenza, las columnas políticas de varios medios de comunicación de inmediato pontificaron: ¡No hay más, uno de ellos será el candidato!
En tanto, el ausente de esa reunión -no sabemos si fue invitado, probablemente no- el perseguido por el Congreso del Estado, a causa del accidente del Aero Show en 2013, Marco Adán Quezada, el ex alcalde de Chihuahua, acudía a la verbena popular del 15 de septiembre y se paseó en medio de la gente a unos pasos del estrado desde el cual Juan Gabriel deleitó (otra vez en el presente sexenio) a los chihuahuenses.
Dicen que hacía cola la gente para saludarlo.
A su vez, tanto las senadoras Lilia Merodio y Ortiz, así como el alcalde juarense, Enrique Serrano, desplegaron, en las últimas semanas, una intensa actividad.
Merodio ha visitado una buena cantidad de municipios en los que ha informado de las gestiones realizadas, de las obras obtenidas y acude, igual que Graciela Ortiz, a cuanta radiodifusora se encuentran en el camino.
Ortiz pasó de una actividad discreta, sin mayores aspavientos, a una febril realización de “convivencias familiares”, las que se desarrollan, casi, como fiestas familiares de fin de semana.
En tanto, Enrique Serrano dio su anuencia para que se repartieran despensas con el logotipo usado en la campaña a la presidencia municipal, que son básicamente las iniciales de su nombre.
La negativa de haber cometido un delito, o una falta electoral, no es suficiente, el alcalde admitió que un grupo de empresarios le donó la mercancía.
Es un acto anticipado de campaña, no hay vuelta de hoja, y el costo de las despensas entregadas deberá cuantificarse y acreditarse como un gasto para actividades proselitistas, más, si se toma en cuenta el uso de un logotipo aceptado como propio.
No podrá acreditar, tampoco, la “buena fé” con la que actuaron. Si así fuera ¿Porqué no le pusieron el logotipo de la presidencia municipal?
Porque en estos momentos, por otro lado, no existe el ciudadano Enrique Serrano, éste es el presidente municipal y no puede recibir donaciones a su nombre, precisamente por poseer ese carácter.
Imaginémonos que a alguno de sus amigos se le ocurre regalarle una casa -aunque no sea blanca- o un vehículo, o cualquier cosa; vamos, hasta un autobús, para que haga la campaña a gobernador. No, no se puede, hacerlo constituye una falta a la legalidad vigente.
¿Por la vía de la entrega de despensas, celebración de fiestas familiares o de actos semejantes se puede ganar la candidatura del PRI?
Evidentemente, no.
Lo que explica el inusitado activismo de todos ellos -incluido Marco Quezada- es la realización, por la Presidencia de la República (en abierta contradicción con el marco legal), como en todas las ocasiones, de una encuesta (jamás difundida públicamente) sobre las verdaderas preferencias electorales de los chihuahuenses. Por eso tienen la necesidad de aparecer lo más que se pueda, porque todos intuyen (o saben) que salir con buenos números en esa encuesta influirá determinantemente en la designación.
Si algunos de ellos salen muy cercanos en las preferencias, por supuesto que otros factores serán los determinantes, de ahí que vayan a todas y buscan que estas operaciones, las políticas, al igual que las quirúrgicas de Duarte, les funcionen. El problema es el postoperatorio.
¿Y porqué no hacen una elección interna? Digo, si dicen que son el nuevo PRI ¿Por qué no hacen lo que los partidos modernos -y también los viejos- del mundo moderno, en las democracias desarrolladas?
¿Por qué no abandonar a ese viejo decrépito, el dedazo, auténtico y legítimo representante del autoritarismo y la antidemocracia a la mexicana?
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