Por Adolfo Sánchez Rebolledo
En los orígenes del Partido Acción Nacional confluyeron diversas corrientes de la derecha mexicana dispuestas a combatir al cardenismo, avanzada de una revolución que en muchos sentidos había perdido la brújula. Todas ellas, desde las más ultramontanas ligadas al falangismo español, hasta los elitistas caudillos del conservadurismo intelectual, vieron en Cárdenas al enemigo a vencer. Son famosas las disputas en torno al proyecto económico, la educación y el reparto agrario, pero todas las objeciones se encadenaron ante la expropiación petrolera, convertida desde entonces en signo y razón de una ruptura que nunca, por lo visto, acabó de sanar. Precisamente –escribe en Reforma Germán Martínez, ex presidente el PAN, amigo de Felipe Calderón y autoproclamado discípulo de Carlos Castillo Peraza– el acto de la expropiación petrolera de 1938 significó la consolidación de esa cultura estatizadora, colectivista y presidencialista. ¿Será eso lo que entierra la reforma energética? ¿Pues no era la izquierda la que estaba atada al pasado, la que alentaba el discurso arcaico?
Hagamos un mínimo repaso.
En la medida que el presidente Cárdenas recuperaba los principios establecidos en la Constitución de 1917, desatando con ello la fuerza renovadora de un programa reformista apoyado en la movilización de las masas, la derecha ideológica mostraba una variedad de expresiones que fueron tornándose más importantes junto con la evolución y el abandono del proyecto encabezado por el Estado. No obstante sus pretensiones modernizantes, durante muchos años el panismo fue fiel a los valores y la cultura social transmitida por la jerarquía católica y a su estrecha asociación con los círculos empresariales que durante la guerra fría usaron sus oficios políticos para hacer oír su voz en el estira y afloja permanente con el gobierno de turno. Nacido, ciertamente, para combatir el intervencionismo estatal y defender a toda costa la propiedad privada, la derecha mantuvo la batalla por el voto libre, que también consagraba la Constitución pero se había desnaturalizado bajo la gestión corporatista del partido oficial. En cambio denunció la cuestión social como un paso hacia el comunismo, aunque reivindicara algunos aspectos de la doctrina socialcristiana. Es obvio, pues, que la cultura del PAN nació unida al anticardenismo y a los valores morales del viejo hispanismo colonial, a la defensa de la propiedad privada y a la identificación con Occidente en la guerra fría… No me extenderé más en un tema que ha sido estudiado a fondo por autores como Soledad Loaeza, Carlos Arriola o Ricardo Monteforte o el mismo Arnaldo Córdova.
Si ahora lo traigo a colación es para tratar de entender qué hay detrás de los himnos a la victoria cultural entonados por ciertos panistas, como Germán Martínez Cázares, quien se suelta el pelo para decir que la reforma energética enterró a Cárdenas, y ojalá su obra jamás resucite. Sin reconocerlo, Martínez se coloca en la misma línea de los fundadores que, pese a su ulterior democratismo y a la retórica humanista electoral, no vacilaron en reivindicar a quienes alzaron las armas, liquidaron agraristas o desorejaron maestros. ¡Lástima que nunca jamás lograron explicar cómo ese régimen podrido y semidictatorial podía asumir sus grandes objetivos, llevarlos a la práctica y, además, darse el lujo de convertirlos a ellos, su opositores vitalicios, en el gran aliado para hacer una reforma cocinada adentro y afuera reformar el país, es decir, a convertir a los orgullosos blanquiazules en una parte más que operativa del sistema que ahora quieren cogobernar. La secularización diluye la homogeneidad religiosa y pone en tensión a una juventud cada vez más harta de sus líderes políticos y naturalmente descontenta con un horizonte de más pobreza y desigualdad, donde la obra de Cárdenas, que no es catecismo ni receta, aún alumbra muchas conciencias.
Dos sexenios seguidos, en cambio, fueron insuficientes para que la derecha desplegara un proyecto racional y menos injusto, pero resultaron demasiados para confirmar el temor a gobernar del PAN, siempre atento a las exigencias del verdadero poder. Los exabruptos sobre la victoria cultural no trascienden por sus juicios irreflexivos, sino por la veta provocadora, la superficialidad y el deseo de revancha que inspira su viaje a través de la historia de México
Fuente: La Jornada