¿Cuál debería ser el papel de los medios en la 4T?

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Por Martha Zamarripa

Quien fuera el mejor periodista del siglo XX, el polaco Ryszard Kapuscinski, afirmaba que “Nuestra profesión no puede ser ejercida correctamente por nadie que sea un cínico. Había que diferenciar con ser escépticos (sic). Se necesita serlo. Pero el cinismo es una ‘actitud inhumana’. Ningún buen periodista es un cínico.” ¿Cuántos cínicos conocemos que se asumen periodistas sin serlo? Periodista no es quien tiene una pluma, una cámara o un micrófono y un espacio para expresarse; pero eso, no todo el mundo lo sabe.

Para México, ha sido un camino largo y difícil establecer el derecho y respeto a la libertad de expresión. La relación entre gobierno y prensa, y después entre gobierno y medios de comunicación (la radio surge en 1930 y la televisión en 1950) ha sido compleja, abusiva y tortuosa. No se puede hablar de libertad de expresión en países autoritarios y represores como fue México.  No fue sino hasta 1917 que se elevaron a rango constitucional la libertad de opinión y de imprenta, en los artículos 6º y 7º.

Sin embargo, su consagración en la Carta Magna no significó que la libertad de expresión fuera respetada -como no lo había sido previamente durante la dictadura porfirista- ni en los años del Echeverrismo. Nunca hubo plena libertad durante los gobiernos priistas y panistas del neoliberalismo. Este derecho para ciudadanos y periodistas sólo puede existir en una democracia, que no había en México o todavía era incipiente.

Casi ninguno de los gobiernos mexicanos respetó ese derecho. Apenas tres y con alcances diferentes: el de Benito Juárez (presidente de 1858 a 1872); el de Francisco I. Madero, (quien gobernó de 1911 a 1913); y el del actual Presidente, Andrés Manuel López Obrador en el sexenio 2018 a 2024.

Si bien Benito Juárez decidió que hubiera algo de libertad de prensa en comparación a gobiernos anteriores, no sería sino hasta la presidencia de Francisco I Madero que realmente se plantea y decide que se ejerza verdadera libertad de expresión en el país. Madero se apegó a lo que ese concepto significa. Pasaron desde entonces veintiocho gobernantes por la Presidencia de la República -desde la llegada de Madero en 1911 hasta 2018- sin que ninguno pudiera presumir de haber respetado ese derecho universal. Es hasta el 1º de julio de 2018 que se retoma el preciado albedrío con la llegada al poder de López Obrador.

En ese lapso, destacan más bien algunos gobiernos por ser autoritarios y represores. Previamente, al dictador Porfirio Díaz (Presidente desde 1876 hasta 1911) se le recuerda por una emblemática frase que habría dicho en algún momento de los 35 años de su dictadura y que reflejaba su trato ignominioso y despótico hacia la prensa: “Ese gallo quiere maíz.” Y las opciones eran: ¿plata o plomo? Aun así, la frase se queda corta. La historia registra las atroces acciones de Díaz contra los periodistas de oposición que le resultaban incómodos. Quienes no aceptaban la plata, es decir, el soborno, eran torturados, apaleados, mutilados, o despojados de sus bienes. Eso lo confirmó el periodista Ricardo Flores Magón (que escribía en “El hijo del Ahuizote”) al periodista estadounidense John Kenneth Turner (entre 1908 y 1909, publicado en el libro “México Bárbaro”), que todas esas acciones eran sólo por “demandar con palabras pacificas las libertades garantizadas por la Constitución”. Ese diario, “El hijo del Ahuizote”, fue considerado el más exitoso de su tiempo por su crítica a través de editoriales, pero también por sus satíricas caricaturas que permitieron hacer llegar el mensaje a quienes no sabían leer.

Los gobiernos entienden pronto el poder de los medios de comunicación, ya que son los que mueven a la opinión pública. En México se estableció como derecho de los pseudo periodistas y los medios, y como obligación de los gobiernos, una relación contractual no escrita a través de la entrega de recursos del presupuesto público, que aumentaron de acuerdo a la influencia que tuvieran. Porfirio Díaz comprendía a la perfección cómo beneficiarse de la relación con la prensa y la usó a su favor. La realidad que la prensa ocultó, contribuyó a la duración de la dictadura.

Los periodistas, que criticaban y exhibían el abuso de poder de Porfirio Díaz, denunciaron los asuntos públicos que el gobierno no quería que trascendieran; ellos servían a los ciudadanos. Por ejemplo, Díaz abordó temas impensables en México durante una entrevista con el periodista estadounidense James Creelman publicada en Pearson’s Magazine. Porfirio no imaginó que esa entrevista traducida sería publicada en México por el periódico “El Imparcial” el 3 de marzo de 1908. Su contenido provocó enojo entre la población y precipitó su caída. Declaró, como había hecho antes, que se iba a retirar. “No volveré a gobernar otra vez”; mintió de nuevo. La mentira se unió al descontento y lo magnificó, acelerando su debacle. Porfirio Díaz aludía a la modernidad, como después lo harían Carlos Salinas y los presidentes neoliberales. Si el descuido del dictador dio paso al movimiento armado de Francisco I. Madero, en 2018 la gente no recurrió a las armas sino a los votos.

En 2018, el detonante, más que descontento, fue el hartazgo que había aumentado en compacación a sexenios anteriores. No podía presumirse de modernidad y desarrollo cargando un ominoso saldo de sesenta millones de personas viviendo en pobreza, sin visos de esperanza. Pese su enorme influencia, los “medios tradicionales” dejaron de ser escuchados porque tenían competencia en las redes sociales. Habían perdido el poder de influencia que tuvieron en 2006. Los ataques contra el candidato opositor no tuvieron eco. Al régimen que financiaba a estos medios y comunicadores, dos promesas del puntero les resultaban preocupantes: el combate a la corrupción, y a la pobreza y desigualdad. Ese segmento del privilegio estaba consciente que si su adversario ganaba, no podría evitar ser obligado a cumplir ante la ley el pago de impuestos. Estaba consciente, también, de la imposibilidad de hacer negocios al amparo del poder político y de no poder seguir cogobernando. Los medios no hicieron eco del cambio sino que lucharon contra este.

La visión de Francisco I. Madero sobre la relación del gobierno con la prensa en México fue inédita. Al cambiarla, no fue valorada por los periodistas. Por primera vez había prensa independiente y se respetaron las libertades de opinión y de imprenta. El Presidente entendía que ambos derechos eran fundamentales en una democracia. Pese a que en México nunca se había tenido esa libertad de prensa que para Madero era fundamental en una democracia, ni los dueños de periódicos ni sus editores apreciaron el cambio. Para ellos era sólo un asunto de dinero del cual ya no dispondrían.

Esa libertad fue mal interpretada y peor usada: la aprovecharon, en alianza con políticos opositores, para vulnerar al gobierno del presidente Madero. Todo lo que escribían era contra el nuevo régimen. Se ocuparon incluso de ridiculizarlo. Hubo ataques continuos, similares a los que ahora ocurren en los medios tradicionales como la prensa, la radio, la televisión y hasta en las redes sociales.

Tal como ocurrió con Madero en 1911, la historia se repite. El año pasado, medios y comunicadores se inconformaron con el presidente López Obrador por atreverse a cortar el millonario presupuesto de publicidad. Los mexicanos confirmaron lo que era un secreto a voces: la mayoría de comunicadores estaban en las listas del cochupo y con montos millonarios. Si los empleados se habían enriquecido en esos niveles inimaginables, mayores debían ser las ganancias para los dueños de medios. Las listas dadas a conocer incluían solamente a los beneficiarios de los sexenios de Calderón y Peña Nieto, no porque durante el gobierno de Fox no se hubiera entregado el conocido soborno, sino porque esas listas fueron desaparecidas. Los medios siguen dependiendo de los subsidios del gobierno como su principal fuente de ingresos.  Los ciudadanos no fueron informados, mucho menos consultados. No había dinero para los grupos vulnerables, pero sobraba para los medios de comunicación.

Aunque se piensa que los medios afines al anterior régimen siempre tergiversan y falsean la información, hay otras formas más sutiles para secuestrarla. Se trata de en qué espacio se coloca: en primera plana o en páginas interiores para la prensa escrita; en el mejor horario de la radio; o en la hora con mayor audiencia en la televisión. Información importante puede no solo empequeñecerse sino omitirse. Los ciudadanos tendrán la información que lo medios decidan. Por ese poder es que los gobiernos anteriores nunca vacilaron sobre entregar montos millonarios para manipular la información que no querían que llegase a la opinión pública.

Repasando lo costoso que ha sido para la sociedad y el periodismo mexicanos la defensa de la libertad de expresión, no se puede entender la actitud de los medios de comunicación que se han cebado contra el gobierno de López Obrador. Ser crítico ante los desatinos o errores de un gobierno para acotar al poder es obligación de la profesión y de los medios donde se ejerce, pero muy distinto resulta montar permanente campaña de desprestigio contra un gobierno que afecta intereses en diversos ámbitos. Si el gobierno corrompía, los medios se dejaban corromper. La perjudicada era la sociedad mexicana.

Retomando a Ryszard Kapuscinski, los medios se mueven en “manadas” como “rebaños de ovejas”. Se refiere a que en todos los medios aparece la misma información. Por ejemplo, si el presidente López Obrador dice que se revisarán los contratos para las nuevas plantas de energías renovables, los medios aseguran que pretende impedir que entren al mercado de la electricidad mexicano porque le apuesta a las energías sucias cuando no es así. En gobiernos anteriores se impidió la operación de hidroeléctricas que generan energía con agua, siendo muy limpias. La trampa está en que mientras López Obrador dice que quiere revisar contratos firmados en el sexenio de Peña Nieto porque se aceptaron en  condiciones desventajosas para México y que ningún país aceptaría, los medios lo tergiversan asegurando que quiere invalidar esos contratos.

Los medios de comunicación son un bien público y su tarea principal es servir a la sociedad. No lo están haciendo. Cuando su información no es verídica, están fallando. Acotar al poder, obligación del periodismo, no significa ser jueces a quienes nadie juzga. Ahora empiezan a hacerlo los ciudadanos desde las redes sociales. Los twitteros o facebookeros advierten que los medios tradicionales los alejan de la realidad para imponer otra versión de los hechos.

No hay comentarios de esos medios sobre el combate a la corrupción, la disminución de la pobreza, el primer aumento de salario mínimo no ofensivo sino razonable en más de veinte años, la recaudación fiscal sin precedentes, la fortaleza del peso mexicano, la no contratación de deuda. Eso es secuestrar la realidad. Y dar la versión que ellos deciden. No hay un sólo cuestionamiento de estos medios sobre el pago de impuestos del gran capital, lo que confirma que habían estado al margen de la ley, al igual que quienes contratan o tienen empresas factureras. Repiten que López Obrador da “dinero a los pobres” pero nunca les incomodó que otros gobiernos dieran “dinero a los ricos”.

Hay que tener claro que: los medios de comunicación también son un negocio, que sus dueños son empresarios, no periodistas; que los periodistas no mienten ni aceptan sobornos; que los medios son también herramienta política con enorme influencia.

Nada han dicho de los ataques de los cárteles que no van contra funcionarios del gobierno sino contra todos los ciudadanos. ¿Dónde están los medios de comunicación haciendo un llamado a la sociedad para estar todos en la misma sintonía y junto al gobierno defender a México de la delincuencia organizada? No están. Ellos se ocupan de hacer llamados contra el presidente y su gobierno, ignorando que fue democráticamente electo. Si los ciudadanos se vuelven críticos de los medios pueden obligarlos a cambiar de actitud. Si los medios son un negocio que sirve a los gobiernos que les pagan y los pseudo periodistas son comerciantes de la información, es la sociedad quien decide su futuro.

En vísperas de los dos años de la elección presidencial, el mandatario dijo este martes que “a pesar de ser el presidente más atacado de los últimos cien años, la respuesta es la libertad y no la censura”, que eso le llenaba de orgullo. En realidad, si calculamos que Madero llegó a la Presidencia en 1911, López Obrador es el presidente más atacado en los últimos 107 años. Si el silencio de los medios sobre un hecho es que no exista, que la sociedad hable y ponga en la agenda los asuntos que conciernen a todos. Antes de creer o no en una información, se puede buscar confirmación, porque el mejor periodista el siglo XX, el polaco Ryszard Kapuscinski, estaba en lo cierto: “Los cínicos no sirven para este oficio”.

Fuente: El Soberano

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