Por Luis Linares Zapata
La sentencia de los adalides de la oposición retoma su ruta inapelable, corajuda, técnicamente sabionda. El gobierno, sostienen con empeño y enojo evidente, ha entrado en una etapa decadente, final.
Todo un despliegue de poder, catalogado de autoritario que, aseguran orondos y soberbios los opositores, tendrá serias repercusiones negativas. La inevitable cita, sentenciaron, será en los tribunales judiciales. Las predicciones que brotan, en áspera condena crítica, recapitulan sus inevitables sentencias terminales. Así, la crisis asoma, indetenible y segura, tras lo que ocurrió en los pasillos del viejo Senado. Ahí mero, pero en el salón de plenos, se había encadenado una senadora, con irrisorios desplantes, intentando bloquear la tribuna. No lo logró, ni sola ni acompañada.
El contenido de la serie de aprobaciones –al vapor, catalogan– ha sido causa de sensibles normas que, según errores señalados, contrarían la Constitución. La misma logística seguida por el oficialismo en los procedimientos aprobatorios, y en los recuentos de votos, irritó a los opositores y será causal de sus reclamos formales. Aparecen entonces airadas acusaciones, iniciadas contra el autoritarismo presidencial, ya muy restregado, por cierto. Le sigue una retahíla de insultos adicionales que brotan, sin inmutarse ni detenerse, ante las ineficientes violaciones atribuidas a los morenos. El militarismo asoma sin pudor alguno, añaden, contrariando lo sostenido por Andrés Manuel López Obrador durante sus prolongados tiempos de candidato. Ahora, ya en el poder, les concede, para su dominio y operación, puertos y aeropuertos, línea aérea, hoteles y trenes que se suman a las aduanas y el control de los cielos. Una colección de prebendas que deberían quedar, se alega con desparpajo y envidia, bajo control civil. Pero al situarlas bajo el Ejército y la Marina se les condena, por añadidura, a caer en conductas indebidas y seguras corruptelas.
La sentencia de los adalides de la oposición retoma su ruta inapelable, corajuda, técnicamente sabionda. El gobierno, sostienen con empeño y enojo evidente, ha entrado en una etapa decadente, final. Las prisas lo fuerzan a cometer errores cruciales, derivados de la desaforada competencia entre suspirantes presidenciales. Ya no sólo la conducción de la economía muestra sus fases, sostenidamente contradictorias, sino que el mismo crimen continúa y se acrecienta sin control alguno. Ambos asuntos que la ciudadanía juzga como principales preocupaciones. En conjunto, el desboque oficialista ya vive, se alega, pronunciada incapacidad para ejercer su mayoría como es debido y obligado. Aunque la impone sin contemplaciones, arbitrariamente, sin la habilidad ni el respeto que merece la minoría. No les queda sino recorrer el poco trecho que resta para concluir sus irresponsabilidades, tanto legislativas como ejecutivas. Después, concluyen sin reposo, enfrentarán la derrota en las urnas.
Aunque lo cierto es que van apareciendo datos duros que muestran una economía que ha entrado en un periodo de buenos augurios y realidades concretas. Seis trimestres de continuo crecimiento, para empezar. El periodo inflacionario cae y apunta hacia su moderación. Sube el empleo y los salarios base. El producto interior bruto actualizado (Inegi) fuerza a revaluar, positivamente, su aumento. Llega, incluso, a niveles que no se pensaban alcanzar. Sin embargo, los opositores no se detienen ante estas realidades, sino que siguen de largo en sus posturas irreductibles. Los mineros han quedado inconformes con lo aprobado por el Congreso aunque, en su postrer trasteo, se ha suavizado lo que otros arguyen –como inveterado obstáculo– para las inversiones externas. Sujetar a las mineras a usar el agua con austera moderación es una premisa que deberá aplicarse. La violencia, a pesar de los esfuerzos oficiales, sigue, en efecto, en niveles inaceptables. Se inscribe, mensualmente, una estadística a decrecer de manera continua. Llegará a un punto donde entre en una fase de factible administración. Lo sustantivo para el trabajo final va por el camino adecuado.
Fuente: La Jornada