Crítica desmedida

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Por Luis Linares Zapata

Los tonos, conceptos y significados de la crítica opositora al gobierno y, en particular al Presidente, suben de nivel a grandes zancadas irresponsables. Esta vez le toca su turno al señor Sicilia ( Proceso, 12/12/21) que ya venía, desde hace rato, puliendo acusaciones. Llega, tan besucón personaje, a comparar a Adolfo Hitler con Andrés Manuel López Obrador (AMLO).

Cree zanjar las enormes diferencias diciendo que, en efecto, “salvo las circunstancias”. Pero dice también que no es Hitler, lo cual y por lo demás, es verificablemente cierto. Aunque, a renglón seguido, juzga que carece de su genio y de la disciplina de las masas del nazismo. Sin medirse continúa en su dizque penetrante auscultación sicológica, para afirmar, sin mesura alguna, que hay que temerle. Este eventual aprendiz de (pequeño) movilizador de causas, recae en el cliché de catalogar a López Obrador como paranoico, una repetitiva categoría aplicada, en la literatura, a cualquier actor político. Sin duda un gran hallazgo para el que, dicen, es poeta. El crítico, –desairado peticionario de audiencia presidencial– no escatima calificativos. Inunda su perorata con ellos, sobre todo cuando se refiere a la personalidad de AMLO o a su manera de gobernar. Predice, sin temor alguno, que llevará a México a exacerbar la violencia y la injusticia. Sin siquiera olfatear lo que sucede cotidianamente: el continuo esfuerzo por atacar la pobreza, la discriminación y reducir diferencias socio-económicas. La contención de la violencia sigue, aunque afirme lo contrario, un doble carril cierto. Aquella generada por el crimen a quien se trata de quitar su ejército de reserva, y la institucional del gobierno, enmarcada en la tan criticada estrategia de abrazos, no balazos, que va ganando terreno.

Es prácticamente imposible a los opositores y sus aliados de la comentocracia, en especial la que se ha radicalizado, de apreciar lo que sucede. Menos aún de insertarse en el cauce abierto de construcción sociopolítica. Las transformaciones, aunque muchas lentas y de largo aliento, van surgiendo indetenibles. Y qué alivio que sea así. De otra manera, la convivencia sería, a esta altura, imposible y la violencia estaría mostrando su feroz semblante. La crisis económica generada por la pandemia habría provocado, como en tantos otros países, el desborde de las pasiones. Con una pizca de honradez y buen talante, no sólo los opositores, sino los muchos indiferentes al modo usado y contenido del modelo, hoy seguido por voluntad mayoritaria innegable, tendrían que entender lo que sucede. Eso haría mucho más fácil los trabajos emprendidos sin dilación. El temperamento y la urgencia de la gente lo impone.

Cuál es el perfil de AMLO que va surgiendo de la crítica vigente. Bien podría distinguirse ahora, siguiendo tales líneas, a un dirigente disuelto por un afán de poder desmedido. Un movilizador social sólo ensanchado por la muchedumbre informe que parece soportarlo y no más que eso. Ciertamente una visión reduccionista, temerosa y de clase, por demás alejada del observable fenómeno que tienen delante. Uno de naturaleza nueva para esta nación agobiada por la desigualdad y el olímpico olvido de los desheredados.

De aquí en adelante, pontifican ya como ritornelo, AMLO se radicalizará. “Lo anunció en su último Informe”, aseguran sin entender lo dicho. El proyecto es de alcance múltiple en valores y acciones. Requiere de una continuidad que no se agota ni concreta en pocos años. El neoliberalismo requirió, para entronizarse con todos sus alcances y daños, de varias décadas. Las normas, leyes y rituales no aparecieron de pronto y como designio aceptado por el pueblo. Fueron años de trabajos, de propaganda intensiva, creación de instrumentos de soporte y hasta de innumerables engaños. Bien se puede afirmar que, al menos, sus objetivos explícitos, nunca cuajaron para el bien de todos. Tal vez por que nunca pretendieron dar los resultados anunciados. Justificar el saqueo, como línea drástica de gobierno.

Bien se sabe que toma todo un enjuague corruptor de cauces y acción, así como de esparcir gruesos mantos para cubrirlos. Pero, en esta puja por retomar el poder conductor perdido, la oposición y sus difusores recalan con prontitud ya muy sobada en la amenaza, para toda defensa a ultranza, del desaliento a la inversión. Una palanca que, de tanto emplearla, se ha desgastado y, en postrer análisis, poco convincente.

Hay necesidad de invertir para mejorar el crecimiento, cierto. Pero no se ahuyenta al inversor sano, productivo, por querer limpiar de transas y delitos los emprendimientos del Estado. Hacerlo, por el contrario, ayuda a generar la confianza necesaria. Y en esta ruta habrán de continuarse los trabajos gubernamentales, aunque causen molestias a ciertos grupos o personajes.

Fuente: La Jornada

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