Por Epigmenio Ibarra
El tercer contagio de Covid de Andrés Manuel López Obrador ha desatado en México una nueva temporada de buitre
En su libro “Legado de cenizas” Tim Weiner narra el encuentro que, entre el presidente Dwight D. Eisenhower y los hermanos Foster Dulles; John, su secretario de estado y Allen, el director de la CIA, se celebró en el pórtico de la Casa Blanca y en el que se establecieron las líneas estratégicas de combate al comunismo.
Los Estados Unidos, en defensa del modo de vida americano y de la democracia, deberían prepararse -ese fue el acuerdo- para hacer, cito textualmente: “cosas repugnantes” contrarias, incluso, a los valores fundacionales de la sociedad norteamericana. La dirección de operaciones encubiertas de la CIA se sometería a esta directriz ejecutiva y actuaría sin necesidad de informar al presidente.
El primer experimento se realizó unos meses después, entre abril y junio de 1954, en Guatemala. Rumores de todo tipo, noticias falsas, campañas de desprestigio, injurias, amenazas, se esparcieron por todo el país y socavaron al gobierno Jacobo Árbenz.
El desconcierto, el miedo cerval y el rechazo a personajes a los que se deshumanizó convirtiéndolos en monstruos, abrieron camino a la tropa que dió el golpe de estado. Antes de que los militares le arrebataran el poder, la CIA había destruido política y moralmente a Árbenz y a las y los suyos.
Instrumento esencial de la CIA fueron en Guatemala los medios y los periodistas más influyentes. Los encabezados de los diarios, la radio clandestina, volantes que se repartían, por centenares de miles, de mano en mano y los rumores apocalípticos relacionados con los niños, con su salud, con las amenazas a la propiedad privada, esparcidos en sitios estratégicos, complementaban lo escrito por los columnistas.
Las mismas aves de rapiña que hoy vemos en acción, comenzaron, desde entonces y con el pretexto de que actuaban “en defensa del mundo libre”, a preparar el derrocamiento de gobiernos democráticos -el de Salvador Allende entre otros- en América Latina. Raudales de sangre derramaron los expertos en hacer “cosas repugnantes”.
El tercer contagio de COVID de Andrés Manuel López Obrador ha desatado en México una nueva temporada de buitres. Como en Guatemala, pero valiéndose de instrumentos mucho más sofisticados y modernos; Twitter, Tik Tok, YouTube, Instagram, Whatsapp y de los poderosos medios de comunicación masiva que controlan y en ellos de los líderes de opinión que están a su servicio, la derecha conservadora ha lanzado una nueva ofensiva carroñera.
Nada les parece a los estrategas conservadores repugnante. Nada respetan, ante nada se detienen, estas y estos que defienden, hipócritamente, la democracia y los valores cristianos. Psicólogos, politólogos, comunicólogos, semiólogos, están detrás de los ejércitos de bots que infestan las redes, de los fanáticos que esparcen rumores, de quienes hacen las campañas sucias y tutelan a los incautos que caen en la trampa.
Los “líderes de opinión” encienden la yesca y una vez desatado el incendio narran el avance del fuego que ellos mismos iniciaron. Como en la guerra, la primera baja es la verdad. Poco importa cómo sucedieron los hechos; lo que pesa es su interpretación de los mismos.
Deshumanizar al enemigo, piensan estos herederos de las dos vertientes del pensamiento anticomunista extremo; el nazismo y las operaciones encubiertas de la CIA, es esencial. Menos que cosa es para ellos López Obrador, animales o excremento quienes le apoyamos.
Toda la miseria humana sale a flote. Esta es su estrategia; que la sociedad se ahogue en el fango para que ellos puedan prevalecer. La violencia verbal prepara el terreno a la violencia física. Así como Millan-Astray le gritó a Unamuno, estas aves de rapiña también gritan “Viva la muerte; muera la inteligencia”.
@epigmenioibarra