No lo quiere ni Donald Trump. Tampoco los jeques árabes ni los billonarios más excéntricos. Ningún dictador se atrevió siquiera a hacer una oferta. Nadie quiere ese avión que compró Felipe Calderón y en el que Enrique Peña Nieto y su corte recorrieron el mundo.
Un avión que se ha convertido en una trágica metáfora del viejo régimen: de sus excesos, de sus crímenes, de su tenaz y desesperada resistencia a desaparecer, de cómo nos toca a todos participar en la tarea de deshacernos por completo de él.
El segundo día del mandato de AMLO recorrí, con la cámara al hombro, el avión presidencial. Entré a la recámara de Peña Nieto; cama king size, baño completo, clóset y gabinetes de caoba.
Recorrí la sección destinada a los miembros del gabinete, familiares y cortesanos que lo acompañaban, y la sección para la prensa que cubría, con los gastos pagados, sus viajes y cantaba sus alabanzas.
Se despacharon Calderón y el Estado Mayor Presidencial con la cuchara grande. No escatimaron en gastos, total el dinero era de las y los mexicanos.
Un avión del tamaño del ego de un hombre que, enarbolando una bandera manchada con la sangre de otros, se decía el “salvador de la Patria”. Un avión destinado a ser usado por otro, que se presentaba como el “gran reformador”.
Nunca viajó Calderón en el avión, pero sacó provecho. Fue esta aeronave parte del pago que, por adelantado, hizo al PRI y a Peña a cambio del manto de impunidad que lo cubrió y le permitió operar con libertad su proyecto de reelección simulada.
Ese avión es insultante como la desigualdad social que, producto del sistema neoliberal y de la corrupción, divide a México entre unos pocos que lo tienen todo y las grandes mayorías que carecen de lo más elemental.
Un avión así es tan absurdo como entregar a monopolios farmacéuticos patente de corso para surtir a su antojo y a precios exorbitantes los medicamentos. Absurdo e irracional fue convertir a los pacientes, y al Estado mexicano que debe velar por su salud, en rehenes de un puñado de empresarios venales.
Un avión así es tan desmesurado como el presupuesto destinado por Calderón y Peña a la publicidad oficial y como la partida de miles de millones que emplearon para hacer de la prensa, la radio y la televisión solo un espejo de su vanidad y su infamia.
Un avión así es un crimen. Como crimen es que Genaro García Luna, superpolicía de Vicente Fox, mano derecha de Calderón, contratista de Peña Nieto, estuviera, mientras dirigía la guerra contra las drogas, a las órdenes del cártel de Sinaloa, recibiera dinero del mismo e hiciera con el dolor y la muerte un enorme y sucio negocio.
Como el avión, que nadie quiere comprar y que está en México, aferrados a parcelas del poder que mantienen a punta de plata y plomo, infiltrados en todas las esferas de la vida pública, siguen corruptos y criminales. Emulando la acción solidaria de quienes apoyaron al general Lázaro Cárdenas tras la expropiación petrolera, deshagámonos primero del “palacio flotante” de Calderón y Peña, y luego pasemos a ocuparnos, entre todas y todos, de terminar de cortarle las alas al viejo régimen.
@epigmenioibarra
Fuente: Milenio