Un día le preguntaron al astrofísico Neil de Grasse si creía que había vida inteligente en otros planetas. Para responder señaló que primero se necesitaba una definición de lo que es vida inteligente
. Acto seguido y con gran ironía propuso que una especie alcanza esa distinción cuando tiene la capacidad de autodestruirse. Con esa definición la humanidad calificaría perfectamente para ser considerada ejemplo de vida inteligente. Habría que añadir que hay muchos caminos hacia la autodestrucción y uno de ellos podría ser el que hemos emprendido en el terreno del cambio climático.
Desde hace años la comunidad científica viene alertando sobre los efectos de la acumulación de gases invernadero en la atmósfera. Antes de la revolución industrial la concentración de dióxido de carbono (CO2) se mantuvo en niveles bajos (en promedio unas 280 partes por millón, ppm) pero a partir de 1850 comenzó a aumentar rápidamente. Hoy rebasa las 400 ppm y es evidente que está siendo impulsada por la actividad humana.
Desde 1850 la temperatura aumentó 0.85 grados centígrados. Se calcula que con concentraciones estables de CO2 cercanas a las 450 ppm el aumento de temperatura tiene altas probabilidades de mantenerse en 2 grados centígrados y aunque los efectos serían severos se podría evitar una catástrofe. Para alcanzar esta meta se necesita recortar el nivel de emisiones de manera radical.
En 1992 se firmó la Convención marco sobre cambio climático (UNFCCC) y la información científica sobre la acumulación de CO2 en la atmósfera y sus peligros era ya bastante bien conocida (aunque mucha gente seguía en una fase de negación). Sin embargo, las emisiones anuales de CO2 crecieron vertiginosamente, pasando de 22.5 gigatoneladas en 1992 a 36.3 gigatoneladas en 2013.
Para permanecer en el umbral de los 2 grados centígrados las reducciones anuales de emisiones deben alcanzar las 55 giga toneladas para el año 2050. ¿Permitirá la COP21 que se desarrolla en París alcanzar este objetivo? La respuesta es negativa.
La COP21 debe alcanzar el acuerdo para un nuevo protocolo que seguramente será anunciado como un gran triunfo en la lucha por reducir los niveles de emisiones de gases invernadero. El nuevo acuerdo recibirá el nombre de Protocolo de París y ya se conoce el texto (http://unfccc.int/resource/docs/2015/adp2/eng/8infnot.pdf). El más importante de sus componentes serán los compromisos nacionales de reducción de emisiones. Estas están siendo determinadas por cada país, independientemente y de manera voluntaria. De este modo se romperá definitivamente con el esquema que animaba el ahora difunto Protocolo de Kioto: ya no habrá metas obligatorias determinadas a nivel internacional.
Las metas voluntarias tienen dos características negativas. La primera es que no están determinadas en función del tope agregado que tiene la atmósfera para mantenernos en el rango del cambio de 2 grados centígrados. Cada país es libre de fijar sus metas para el año 2050 en términos de su estrategia económica, pero no en función del tope global de 450 ppm. Esta desvinculación explicaría el que los planes de reducción de emisiones que hoy ha recibido la UNFCCC apenas alcanzan las 44 giga toneladas, cantidad muy por debajo de la cantidad requerida para alcanzar la meta de 450 ppm.
El segundo defecto es que el incumplimiento de las metas voluntarias no acarrea ningún tipo de sanción. Más allá de una mala reputación
no hay consecuencias por incumplimiento. En cambio, como en muchos tratados internacionales sí existen incentivos para la no observancia de los compromisos adquiridos. El Protocolo de París se coloca entonces en la trayectoria establecida en la cumbre de Copenhague hace seis años en la que un pequeño grupo de países impuso la idea de compromisos voluntarios en lugar de metas internacionalmente determinadas y con poder legal vinculante.
La prensa internacional pregunta si los representantes de las 195 delegaciones nacionales podrán alcanzar un nuevo y audaz acuerdo. Pero si ya se conoce el borrador base del Protocolo de París, ¿sobre qué exactamente versarán las arduas
negociaciones? Si los compromisos nacionales son independientemente determinados no se ve bien cómo podrían ser objeto de negociaciones. En cambio, las aportaciones al fondo financiero de ayuda a los países más afectados por el cambio climático sí será objeto de fuertes discusiones. Pero una buena parte de ese fondo serán promesas cuyo cumplimiento será difícil verificar.
Hace seis años, en la COP15 de Copenhague se prometió a los países en vías de desarrollo un flujo de 100 mil millones de dólares anuales y a la fecha sólo se han entregado unos 62 mil millones. En la COP21 los delegados de los países pobres tendrán que aceptar las promesas como buenas para no regresar a casa con las manos vacías.
Todo parece indicar que la COP21 no podrá estabilizar la concentración de gases invernadero en la atmósfera. Nuestro emblema de especie inteligente en el sentido de Neil de Grasse podría recibir un nuevo brillo en París.
Twitter: @anadaloficial
Fuente: La Jornada