Con la mañanera se toparon

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Por Epigmenio Ibarra

De ahí su encabronamiento; la rabia con la que actúan; su violencia verbal, los epítetos y las injurias que lanzan contra Andrés Manuel López Obrador, el esfuerzo en el que, con la oposición, están empeñados para silenciarlo a cualquier costo.

Por décadas la opacidad, la simulación, la solemnidad, una odiosa “corrección política”, el lenguaje banal y los trucos propagandísticos de los expertos en mercadotecnia y en imagen pública, definieron la relación entre gobernantes y gobernados en este país.

No daban los presidentes la cara a la Nación; no rendían cuentas de sus actos.

Montaban, eso sí, espectáculos, cuidadosamente controlados, para “comunicar” -desde las alturas siempre y de manera totalmente unidireccional- sólo lo que les venía en gana.

A los regímenes autoritarios -como el que padecimos por tantos años- la comunicación horizontal con los medios y con el pueblo les estorbaba tanto como la democracia.

Cuando se veían obligados a comparecer, algo que trataban de evitar, utilizaban interlocutores que se rindieran ante ellos y acotaban cuidadosamente los temas a tratar.

Cada entrevista, cada conferencia de prensa, implicaba una negociación; plata, privilegios, prebendas o amenazas veladas, aseguraban la tersura de la charla.

Nada se salía del guion; lo que se preguntaba estaba pactado; lo que se respondía no era nunca lo que la gente necesitaba y quería saber, sino lo que al gobernante le interesaba que se supiera o, más bien, lo que le interesaba ocultar, manipular o disimular.

El gobierno, el quehacer político, la vida pública, no eran para ese régimen corrupto y autoritario asunto del populacho sino solo de unos cuantos.

De una élite de la que, en tanto que eran indispensables para la marcha del sistema, pasaron a formar parte los intelectuales orgánicos -los “dueños del oído” que diría Ryszard Kapuscinski- quienes se creían la conciencia de la Nación y las grandes figuras, las estrellas, del periodismo impreso o los medios electrónicos.

Y tan eran parte -estos personajes- de esa élite gobernante qué, al colapsar el régimen, se creyeron capaces de sustituirlo y mantenerlo a pesar de que, con sus votos y en las urnas, la mayoría ciudadana lo había echado del poder.

Y entonces; con la mañanera se toparon y su proyecto político-económico se vino abajo y dejó de ser la suya la voz dominante en este país.

De ahí su encabronamiento; la rabia con la que actúan; su violencia verbal, los epítetos y las injurias que lanzan contra Andrés Manuel López Obrador, el esfuerzo en el que, con la oposición, están empeñados para silenciarlo a cualquier costo.

Que hoy, sin necesidad de que ellos operen como portavoces o como filtro, la gente pueda saber cuántos médicos especialistas hacen falta o cuántos efectivos del Ejército, la Marina o la Guardia Nacional están desplegados en el territorio nacional, cómo se controla la inflación, cómo avanzan las grandes obras de infraestructura, cómo se lidia con los Estados Unidos, cómo se enfrenta una crisis, desnuda su falta de rigor e inoperancia.

Que el gabinete en pleno le rinda cuentas a la Nación y no a los lectores de noticias. Que el presidente responda a las y los reporteros de a pie todos los días y sea él mismo, sin intermediarios, sin guion, quien conduzca las conferencias, les enferma.

Que el diálogo sea continuo, circular, sin trabas, sin ceremonias, que se diga sus verdades a quienes mienten y se garantice la más plena y absoluta libertad de expresión a quienes hoy se fingen víctimas de persecución, los desenmascara.

Que se gobierne abiertamente y se ventilen ante la Nación y, como debe ser en una democracia, todos los asuntos públicos, constituye, para esa elite intelectual y periodística, una afrenta intolerable.

El infame amasiato entre esa prensa y el viejo régimen corrupto -no podían ser el uno sin la otra- fueron en el pasado reciente el mayor obstáculo para la democracia en México. La mañanera, que alimenta conciencias, libera a la gente de ese doble yugo y por eso es vital defenderla.

@epigmenioibarra

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