Por Alejandro Páez Varela
Desde que yo recuerdo, una de las más importantes lacras de este país ha sido la corrupción. El PRI gobernó casi en solitario durante décadas, sin contrapeso de la prensa o de una oposición fuerte, y aún así se sabía, porque permeaba, que los políticos saqueaban la Nación y que estábamos en manos de bandidos. Cuando Miguel de la Madrid lanzó su programa “moralizador” (Renovación Moral) después de una serie de escándalos que sacudieron al país, entre ellos el de Arturo Durazo Moreno, era porque de plano nos ahogábamos en porquería y no porque Televisa o los diarios de Mario Vázquez Raña (los medios poderosos entonces) lo dijeran. No había indicadores internacionales, no había Internet, no había canales alternos, pero se fue revelando que el jefe de policía de la Ciudad de México –nombrado por José López Portillo– había institucionalizado las cuotas de corrupción; que estaba detrás del asesinato a machetazos del matrimonio Flores-Izquierdo y de la aparición de 12 cuerpos decapitados y con signos de tortura en el Río de Tula.
Esa corrupción persiste, como sabemos. La organización Transparencia Internacional publicó apenas en diciembre su Índice de Percepción de la Corrupción 2013 y ubicó a México en el lugar 106 de 177 naciones, lo que lo coloca como uno de los países más corruptos: cayó un lugar con respecto a 2012, cuando se ubicó en el puesto 105, en la misma medición; sin embargo, entonces participaron 176 naciones.
A mediados de la semana pasada, el Cardenal Norberto Rivera Carrera dijo que el país está crucificado por la pobreza, violencia y marginación; denunció la corrupción y señaló que en México “se padece del dolor de tantos que han sufrido la pérdida de sus seres amados, de la desintegración y separación de sus familias, de la pérdida de la paz y seguridad que no garantiza el Estado”.
También en la semana, el presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), Gerardo Gutiérrez Candiani, le recordó al Presidente de México, Enrique Peña Nieto, que prometió la creación de una Comisión Nacional Anticorrupción durante su campaña y en octubre del 2012, durante una gira por Europa. El PRI y el PVEM en el Senado presentaron la iniciativa para crearla pero sigue en la Cámara de Diputados.
Y mientras, los casos continúan goteando a diario. Está Oceanografía, que involucra a los hijos de la esposa del ex Presidente Vicente Fox Quesada, favorecida por unos 160 contratos de Petróleos Mexicanos (Pemex) entre 1999 y 2013 (durante el panismo, básicamente). Está el caso de la empresa Hewlett-Packard, que fue acusada por la Comisión de Valores de Estados Unidos de sobornar y pagar más de un millón de dólares a funcionarios de Pemex para ganar la venta de software hace cinco años. Están las corruptelas con Walmart; los fraudes a la Comisión Federal de Electricidad (CFE); el saqueo de Coahuila por parte de un ex presidente nacional del PRI, Humberto Moreira; el escandaloso caso de lavado en HSBC.
Es decir: ahora es posible, gracias a los medios (y sobre todo a las denuncias que llegan desde el extranjero), enterarnos de infinidad de casos de corrupción en México, pero no sucede nada: nadie paga, no hay nadie en prisión, no hay investigaciones creíbles en proceso en este momento; no caen funcionarios, no arrestan a empresarios involucrados. Simplemente se deja correr el agua bajo el puente en espera de que los casos se borren.
Lo peor de todo, es que mientras la corrupción en México se mantiene, dos fenómenos se han llevado a cabo en paralelo: uno es que los partidos de oposición, el PAN y el PRD, están igualmente manchados de cochinada. De hecho, existe la percepción de que la corrupción avanzó durante el panismo, lo mismo que la impunidad.
El segundo fenómeno es el de los asesinatos de periodistas: también a mediados de la semana, las cifras confirmaron que en México, el 89 por ciento de los crímenes contra comunicadores –quienes sirven de contrapeso a la corrupción–, permanece en el impunidad. El Comité para la Protección de Periodistas (CPJ) dijo en su “Índice global de impunidad 2014” que estamos seis lugares detrás de Irak, que ocupa la primera posición en impunidad en asesinatos de periodistas con un 100 por ciento de casos no resueltos. El Comité exhibe la falta de disposición de las autoridades mexicanas para llevar justicia a los periodistas, lo cual –aseguró– envía un “escalofriante mensaje a los que informan sobre verdades incómodas”.
Es decir: en estos mismos años en los que la corrupción avanzó en México, arrastró a los grupos opositores mientras se vivió una jornada negra para el periodismo.
Lo más llamativo de todo es que si usted busca un Arturo Durazo Moreno, no existe. No hay siquiera identificado un personaje que simbolice al corrupto. Pero seguimos igual de corruptos. Esto significa que ahora, para desgracia de todos nosotros, la corrupción es más impune y las autoridades no buscan siquiera taparle el ojo al macho.
No me extraña, entonces, que el Presidente de México no tenga que aclarar de dónde viene su patrimonio. No me extraña que no deba decir, de cara a los mexicanos, quién le donó las propiedades que tiene (y para qué) cuando era Gobernador del Edomex.
Estamos sumidos en una corrupción brutal, y a la vez nos veo adormecidos. Estamos petrificados con el lodazal hasta el copete, y es como si no se nos permitiera sacar la cabeza. Es un fenómeno que no alcanzo a comprender. Es de esos enigmas que nos hacen únicos, a los mexicanos; únicos para mal.
Fuente: Sin Embargo