En este país donde abundan las reporteras y los reporteros pobres que, al servicio de medios locales en las zonas más conflictivas, se juegan la vida a cada paso, hay, también, una élite periodística, integrada por un puñado de líderes de opinión, que jamás pisan las calles, que hoy se sienten amenazados. Indignante me parece que estas figuras del periodismo nacional equiparen —solo para sacar raja política— su situación con la de aquellos que, sin el aparato de seguridad con que ellos cuentan, andan en el terreno persiguiendo la nota.
Yo ya no tengo ni el coraje, ni la fuerza, ni la edad para andar con la cámara al hombro cubriendo el conflicto que hace ya más de doce años, nos impuso Felipe Calderón. Hoy la mía —como la de esos líderes de opinión que hoy se fingen víctimas— es la tarea, cómoda y segura de quien “ve los toros desde la barrera”. Reconozco, respeto y admiro a las y los valientes que se colocan todos los días en el punto de mira de los sicarios del crimen organizado o de los corruptos. Sería impúdico y obsceno de mi parte tratar de compararme con ellas y con ellos y peor todavía tratar de utilizarlos.
Un perverso amasiato entre prensa y poder se vivió por décadas en este país. Miles de millones de pesos del erario se destinaron a subsidiar a medios, a comprar voces y voluntades y, sobre todo a consolidar un aparato de “formadores de opinión” de alto nivel y con gran influencia. A su enorme poder corruptor sumó el régimen una enorme variedad de medidas coercitivas que se aplicaban, casi siempre, a los sectores más vulnerables de la prensa.
Con las llamadas de Los Pinos al dueño de la cadena de radio o de TV, las amables sugerencias y las amenazas veladas o directas, el hostigamiento fiscal o judicial, el despido, la censura, la persecución e incluso el asesinato se aseguró, el viejo régimen, la complicidad, el entorno mediático favorable para perpetrar impunemente la masacre y el saqueo de la nación.
Muy distinta hubiera sido la historia si los medios, y esa élite periodística, en lugar de avalar el fraude electoral del 2006 lo hubieran denunciado y se hubieran plantado frente al usurpador con un tercio del coraje con el que ahora se plantan —sin mirarlo de frente— ante el presidente más votado de la historia. Muchas vidas se habrían salvado y mucho sufrimiento se habría evitado si en lugar de apoyar la cruzada de Felipe Calderón las y los líderes de opinión se hubieran opuesto decididamente a esa guerra tan sangrienta como inútil.
Como si este país hubiera sido Suiza; como si la guerra no fuera un monstruo grande que pisa fuerte; como si ahora viviéramos esclavizados por una dictadura totalitaria y no bajo un gobierno democrático electo por una abrumadora mayoría; como si por muchos años a unos, la mayoría de ellos, no les hubieran pagado por callar y les hubieran ordenado qué decir; como si a otra no la hubieran despedido de la radio; como si todas y todos no pudieran hoy, sin ningún riesgo de que se les censure, se les persiga, se les presione de alguna manera, decir lo que les da la gana, mentir, calumniar, participar en el linchamiento mediático del Presidente; como si corrieran, en la seguridad de sus estudios y oficinas donde esperan que la historia llegue a pedirles cita, los mismos riesgos que esos cinco periodistas que solo este año han sido asesinados así, con esa desmemoria, con ese cinismo, con esa banalidad hablan estos personajes a sus millones de seguidores y se convierten, otra vez, en meros instrumentos el viejo régimen.
@epigmenioibarra