Por Jorge Zepeda PAtterson
Haber pasado la infancia en Guadalajara y tener dos hermanos mayores me condenó a ser aficionado a un equipo ya desaparecido, el Oro. En las “cáscaras” de metegolsepone mi hermano mayor se apersonaba Chiva, el que le seguía se decía del Atlas y a mí no me quedaba más que pegarle a la pelota en nombre de los Mulos del Oro. Con el tiempo mi pobre equipo fue condenado a las ligas inferiores y terminé acogiéndome, cómo no, al Rebaño Sagrado durante las siguientes tres décadas. Bueno, hasta que apareció Jorge Vergara en 2002. Desde entonces, mi querencia por Las Chivas ha estado permanentemente amenazada por los exabruptos y desfiguros de su dueño y presidente.
Jorge Vergara es al mundo del futbol lo que Berlusconi a una asamblea de Jefes de Estado. Un personaje anecdótico y pintoresco, capaz de sorprendernos con decisiones temerarias (comprar al Saprissa en Costa Rica y al Chivas USA o construir un nuevo estadio), pero también provocarnos pena ajena con decisiones atrabancadas. Diría que para muchos efectos ha sido un chivo en cristalería, pero ni eso: ni siquiera es un aficionado Chiva. Un amigo de corazón rojiblanco salió indignado del palco de Vergara cuando observó la actitud del empresario en un partido épico del Guadalajara; el dueño se distraía una y otra vez con la botana que se servía mientras mi amigo padecía connatos de embolia cada que el balón merodeaba la portería de su equipo. En suma, a Vergara le importaba el resultado, pero no las incidencias del juego.
Desde luego que no se tiene que ser un apasionado del futbol para encabezar un proyecto deportivo. Es el caso de los Glazer, dos hermanos norteamericanos propietarios de los Bucaneros de Tampa Bay de la NFL, que sin saber de futbol soccer adquirieron el club inglés Manchester United. Pero a diferencia de Jorge Vergara, ellos asumieron su falta de experiencia y dejaron en manos de expertos y profesionales la conducción del Club.
El problema para el futbol nacional es que Jorge Vergara haya sido tan buen vendedor. Luego de fracasar en varios negocios (tacos, carnitas, cocina italiana), se convirtió en un comisionista estrella de la empresa de ventas piramidales Herbalife de Estados Unidos. Consciente de que los mexicanos están más acostumbrados a los jugos y brebajes que a las píldoras y polvos, domesticó las fórmulas e hizo una versión autóctona con líquidos nutricionales de presuntas virtudes curativas. Eso y su habilidad para motivar a miles de vendedores se tradujo en poco tiempo en el gigante que hoy conocemos como Omnilife.
Para desgracia de Las Chivas, Vergara confundió sus indudables dotes de vendedor con aptitudes empresarial. Convencido de su habilidad para hacer exitoso cualquier negocio decidió que si había hecho un imperio con sus productos Omnilife podía transformar a una franquicia deportiva en un negocio planetario. De los planes desmesurados de hace una década según los cuales el Guadalajara disputaría al Real Madrid y al Manchester United la supremacía mundial, hoy el chiverío lucha por no descender a la segunda división. Un desfile interminable de entrenadores, proyectos y gerentes deportivos al vaivén de los arranques y caprichos del dueño ha provocado una crisis permanente en la identidad y en la filosofía del juego del mexicanísimo club. El intervencionismo compulsivo de Vergara, su desconocimiento del juego y su desprecio por los jugadores han impedido la consolidación de una plantilla de profesionales. Y si los resultados no son peores es gracias al amor incondicional a la camiseta de muchos de estos jóvenes que crecieron bajo el techo de la institución. Los proyectos de Saprissa y Chivas USA fracasaron y el nuevo estadio sigue siendo un elefante blanco desdeñado por los aficionados.
Pero quizá nada ilustra mejor la falta de comprensión de lo que es el futbol que haber entregado las riendas del equipo a Angélica Fuentes, una mujer con supuestas dotes empresariales pero aún más ajena que su marido al mundo del deporte. El resultado hoy es una disputa familiar con intercambio de demandas judiciales por fraude entre los aún cónyuges. Un pleito que no pide nada a los dramas de las series de televisión sobre los Tudor o los Borgia. Imposible saber quien ganará. Lo que sí sabemos es quien perdió: todos aquellos que seguimos siendo Chivas vergonzantes, a pesar de Vergara, debido a Vergara.
@jorgezepedap
Fuente: Sin Embargo