Por Juan E. Pardiñas
El estado de Chihuahua ha sido el escenario de gestas y revoluciones en la vida de México. En tres siglos distintos, la historia nacional no se puede leer ni explicar sin las batallas cívicas y militares que han tenido como epicentro esa basta fracción de nuestro norte.
En su afán por preservar la soberanía nacional, Benito Juárez peregrinó por buena parte del territorio para salvar a la joven nación independiente de ser gobernada por un emperador europeo. Entre 1863 y 1867, la república itinerante de Juárez pasó por Querétaro, San Luis Potosí, Nuevo León, Durango y Coahuila, pero fue en Chihuahua donde el Presidente y su gabinete fincaron residencia por cerca de dos años. En 1865, ante la persecución del Ejército francés, Juárez dejó la capital del estado para emigrar a la ciudad de Paso del Norte en la frontera con EU. Décadas después, Paso del Norte cambió su nombre para honrar la férrea terquedad del indio oaxaqueño que salvó a México de un segundo periodo colonial. Sin el apoyo de la gente de Chihuahua, probablemente, ni la República ni Juárez hubieran sobrevivido el acoso del Imperio.
Cuando Francisco I. Madero lanzó su proclama para derrocar el régimen de Porfirio Díaz, pocas personas acudieron al llamado en Piedras Negras, Coahuila. Después de ese atrevimiento contra el dictador, en noviembre de 1910, Madero optó por el exilio. Su salida al norte fue precisamente por Ciudad Juárez, lugar donde conoce a un astuto bandido que se hacía llamar Pancho Villa. Ese genio militar de la Revolución Mexicana aprendió su “arte de la guerra” en las llanuras y trenes del territorio de Chihuahua.
Un siglo después de que el presidente Juárez fincara su residencia en ese estado, a siete décadas de las arengas de Madero y Villa a favor de la No reelección, otro cambio histórico tuvo, ahí, su epicentro. El fraude electoral de Chihuahua de 1986 marcó un antes y un después en la historia de la transición a la democracia en México. El denominado “fraude patriótico” impidió que el panista Francisco Barrio llegara a la gubernatura en ese año. El primitivo sistema electoral del siglo XX mexicano tenía una documentada tradición de trampas, pero lo que cambió la trayectoria de la historia fue el carácter y temple cívico de los chihuahuenses. Las protestas contra el fraude de 1986 crearon el contexto para que Pancho Barrio ganara la gubernatura en 1992. Esta alternancia fue uno de los momentos fundacionales de la democracia mexicana.
Hoy no estamos en riesgo de sucumbir ante un imperio europeo. Tampoco tenemos un dictador que se aferre al poder, con el afán de un moribundo que se aferra a la vida. A pesar de las serviles sentencias del Tribunal Electoral, nuestras elecciones son mucho más limpias y creíbles que hace 30 años. Ahora, el desafío que nos ha tocado vivir a esta generación de mexicanos es el riesgo de que la corrupción y la impunidad socaven a las instituciones del Estado. La batalla más importante de esta gesta también está ocurriendo en Chihuahua.
No sólo con testimonios de testigos, sino con transferencias bancarias, recibos de pago y los historiales de las empresas fantasmas, el caso Chihuahua documenta la desviación de fondos federales para el financiamiento ilegal del PRI. En medio de una campaña presidencial es predecible que un caso de esta naturaleza se use políticamente. El éxito en el ajedrez, el futbol o unos comicios presidenciales está basado en aprovechar los errores del contrario. La pregunta clave es si la acusación es una fabricación del gobierno de Javier Corral o un caso con méritos y evidencia para una sentencia penal. Todo apunta a que el Ministerio Público de Chihuahua tiene los pelos de la mula en la mano. La lucha contra la corrupción en México tiene su batalla más importante en el mismo escenario de barrancas y desiertos que vio pasar a la carroza de Juárez, las divisiones de Villa y las marchas de ciudadanos exigiendo el respeto al voto popular.
@jepardinas
Fuente: Reforma