Perseguido en su país por atacar sistemas de redes gubernamentales, Christopher Doyon se esconde en México desde hace un año. Desde la clandestinidad, en entrevista con Proceso habla de su activismo, de su petición de asilo al gobierno mexicano y sobre una especie de tercera guerra mundial que –dice– ya ocurre debajo de nuestros teclados de computadora. “No estoy feliz conmigo mismo a nivel personal. Me enfoqué tanto en este personaje virtual que olvidé quién era al final. Cuando pasas una década en ese estado se empieza a deteriorar el cuerpo”, confiesa quien también es señalado como uno de los cabecillas del movimiento Anonymous.
Por Alejandro Saldívar/ Proceso)
Christopher Doyon es un estadunidense que se esconde en México. Desde 2011 está huyendo del gobierno de Estados Unidos.
De acuerdo con una ficha de la Oficina Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés), este hombre de 54 años es acusado de “conspirar para dañar intencionalmente las computadoras protegidas que alojan el sitio web del Condado de Santa Cruz, California”. También es señalado de pertenecer a la cúpula del movimiento de activistas Anonymous.
En noviembre de 2017, cuando cruzó la frontera para pisar suelo mexicano, el fugitivo escribió una carta que publicó en lo más profundo de internet y en la que solicitó asilo político al gobierno de México.
Proceso pudo hablar con Doyon, el hacktivista apodado Commander X, a un año de haber llegado a México.
Su obsesión por la seguridad consiste en prevenir, en poner un cortafuegos cibernético con el desconocido porque sabe que cada encuentro puede revelar su ubicación y desencadenar furias oscuras.
X –como también pide ser llamado– espera en el umbral de una cafetería. Me aproximo hasta donde está una persona pulcra que teclea sobre una laptop. Con la mirada revela una suave complicidad. Camisa a cuadros arremangada, reloj cronométrico en su calavérica muñeca, pronuncia un susurro casi incomprensible: “Keyword”.
El entrevistado confirma mi identidad cuando le digo la palabra clave: “Cornucopia”. En seguida toma un sombrero negro y camina hacia la salida. Zigzagueante sobre laberintos y escalinatas, Doyon hace desear su conversación mientras sostiene un cigarro sin encender: “Ya son diez años de persecución, de huida, más de 30 en el hacktivismo”.
Para X la red es una cornucopia: una especie de cuerno de la abundancia en todos los sentidos. Pero como en la película Los juegos del hambre, entrar en la cornucopia significa una muerte segura. Un túnel del que es muy difícil escapar. Un túnel que tiene muchas entradas hacia el caos.
Mi interlocutor rompe el filtro de su cigarro y lo enciende. Entramos a un túnel para romper con cualquier señal inalámbrica.
“Debes entender: estás a punto de entrevistar al hacktivista más buscado en Norteamérica. Y siendo un hacker soy consciente de lo fácil que sería atraerlos (a la policía) mediante tu celular. No puedo comprometer mis protocolos de seguridad y te reitero, debes seguirlos al pie de la letra o terminaré el encuentro inmediatamente”, me escribió en un correo encriptado antes de concretar la cita.
(Fragmento de la entrevista publicada en Proceso 2192, ya en circulación)