Carta abierta a Margarita Zavala

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Por Javier Sicilia

Querida Margarita:

Las declaraciones que el pasado 11 de abril hiciste en la Universidad de las Américas Puebla, de que de llegar a la Presidencia defenderás a los ciudadanos con el Ejército, me tienen, al igual que a muchas víctimas y organizaciones de la sociedad civil, desconcertado y preocupado.

Cuando en 2009 te conocí personalmente, me confirmaste la impresión que entonces tenía de ti: una mujer que, en medio del desastre del gobierno de Felipe Calderón, poseía una exquisita humildad, una clara independencia y una fina sensatez. Recuerdo que te dije entonces: “Usted es la única joya del gobierno de su marido”. A raíz del asesinato de Juan Francisco, mi hijo, y del nacimiento del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en 2011, tu bondad, tu acogimiento, tu solidaridad para conmigo y las víctimas de la violencia, lo reiteraron. El efecto que entonces tuve, y que puedes leer ampliamente en mi novela testimonial El deshabitado, fue que de­saprobabas la guerra de Felipe, pero que si en tu condición de primera dama no podías externarlo abiertamente, eras nuestra aliada en la búsqueda de la paz y la justicia.

Por desgracia las declaraciones que me llevan a escribir esta carta expresan otra cosa: la continuación de una política de seguridad que, asumida también por Enrique Peña Nieto, tiene al país postrado en el sufrimiento, la indefensión, la muerte y las desapariciones, que se miden en redes de trata y fosas clandestinas tanto del crimen organizado como del Estado. ¿Realmente nos equivocamos contigo, Margarita? ¿La mujer independiente y sensata que conocí dejó de existir o en realidad nunca existió y nunca escuchó con el corazón y la inteligencia lo que las víctimas y los expertos les dijimos en el Castillo de Chapultepec hace siete años?

La estrategia que hoy defiendes, Margarita, y quieres continuar, la estrategia de Calderón y de Peña Nieto, es absolutamente criminal. Te sugiero leas dos artículos fundamentales de expertos en la materia: “Homicidios 2008-2009, la muerte tiene permiso”, de Fernando Escalante, y “Trayectoria de violencia, homicidios 2008-2016”, de Migue Ángel Barber, ambos publicados por la revista Nexos. En ellos –sólo por hablar de homicidios– se observa que sus tasas descendieron sistemáticamente de 1990 a 2007, alcanzando un máximo de 19 homicidios por cada 100 mil habitantes en 1992 y un mínimo de 8 por cada 100 mil en 2007.

A partir de la estrategia de guerra contra el narcotráfico de Calderón, las tasas se disparan a los niveles de 1991, para incrementarse 50% durante 2009 y llegar a una escalada demencial: 23 homicidios por cada 100 mil habitantes en 2011, cuando asesinaron a Juan Francisco. Los muertos con los que cerró la espantosa administración de Calderón fueron de 60 mil. Hoy, producto de la continuación de esa misma guerra por parte de Peña Nieto –que cerró en 2017 con 29 homicidios por cada 100 mil habitantes– hablamos de 260 mil asesinados, sumando los de Calderón (las víctimas, te recuerdo, son deudas de Estado), sin contar los cientos de miles de desaparecidos, de desplazados y el estado de indefensión en que nos encontramos todos los ciudadanos.

Lo que en esta tragedia humanitaria nos prometes de llegar a la Presidencia es más muerte, más dolor, más infierno. Una paz armada –han pasado ya 12 años para que pudieras saber que no existe– es la destrucción del país, de su suelo democrático y de lo más valioso: su gente, en particular, sus jóvenes. ¿Realmente quieres eso? ¿Tú también, como Felipe, como Enrique, sólo tienes imaginación para el sufrimiento y la muerte? ¿Dónde quedó la mujer que dice amar el Evangelio; dónde la mujer independiente que conocí y que en su sensatez, en su capacidad de ternura, amaba México y con sus acciones de entonces redimía las atrocidades de un hombre que se extravió a sí mismo? ¿O eras sólo el rostro dulce, amoroso y bueno que encubría la vulgaridad de la guerra, de una política de Estado basada en la excepción, la violencia y el caos, de una forma ideológicamente inédita del exterminio que en el fondo, como Lady Macbeth, instigabas? O ¿quién realmente eres, Margarita?

No hay que ir al Evangelio para saber que la violencia genera más violencia y favorece la existencia de los Estados autoritarios y totalitarios, como el que desde que Felipe decretó la guerra padecemos. El Ejército en las calles se llama estado de excepción y violencia extrema. Los ejércitos están construidos para ello y no conozco uno solo en el mundo que no violente derechos humanos cuando sale a guerrear.

No es con la violencia con la que se instaura un estado de derecho. Es con la legitimidad, con acciones profundas en el orden de la justicia y con acuerdos éticos en la vida política. Pensar que con la violencia se resuelve algo es pensar con la misma lógica del estalinismo, del hitlerismo, de las juntas militares, de Trump, de los grandes capitalistas y de los criminales; es la lógica del asesinato y la de la reducción de los seres humanos a animales de rastro, es la lógica de la barbarie con la que Calderón, Peña Nieto y las partidocracias han ejercido el poder.

Distánciate de eso, Margarita, por ti, por tus hijos, por el país y sorpréndenos con un pensamiento profundo y una estrategia de seguridad y de paz humanas. Pasa a la historia como Aung San Suu Kyi, no como Lady Macbeth.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a las autodefensas de Mireles y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales y refundar el INE.

Este análisis se publicó el 22 de abril de 2018 en la edición 2164 de la revista Proceso.

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