Estimado Donald Trump:
Tal vez recuerde (claro que sí, después de todo, ¡tiene una memoria perfecta!
) que nos conocimos en noviembre de 1998, en el salón verde de un talk show de televisión en el que ambos estábamos programados para aparecer una tarde. Pero poco antes de entrar, una productora me llevó aparte para decirme que aparecer conmigo en el estudio lo ponía nervioso
. Dijo que no quería que lo despedazara
y que quería estar seguro de no me le iría encima
.
–¿Cree que lo voy a derribar y a ponerle una llave? –pregunté, atónito.
–No –respondió la productora–. Pero parece que usted lo pone a temblar.
–Vaya. Nunca me he encontrado con él. No hay razón para que tenga miedo –dije–. En realidad no sé gran cosa de él, excepto que parece que le gusta poner su nombre a cosas. Si quiere, hablaré con él.
Y entonces, como tal vez recuerde, así lo hice. Fui y me presenté con usted. “La productora dice que le preocupa que yo le diga o haga algo durante el programa. Oiga, sin ofender, apenas sé quién es usted. Soy de Michigan. Por favor no se preocupe… ¡nos vamos a llevar bien!”
Pareció aliviado. Luego se inclinó y dijo: Es sólo que no quería problemas y deseaba asegurarme de que, bueno, íbamos a estar bien. Que no iba a fastidiarme por alguna ridiculez
.
¿Fastidiarlo?
Pensé: ¿acaso estamos en tercer año de primaria? Me impactó ver cómo alguien que se presentaba como un tipo duro de Queens parecía un tímido gatito.
Entramos al programa. No pasó nada fuera de lo común entre nosotros. No le jalé el pelo ni le puse chicle en el asiento. ¡Qué gallina!
, fue todo lo que recuerdo haber pensado al salir del estudio.
Y bueno, ahora estamos en 2015 y usted, como muchos otros tipos blancos enojados, tiene miedo de que el coco venga por usted. Ese coco, en su mente, son todos los musulmanes. No sólo los que han matado, sino TODOS LOS MUSULMANES.
Por fortuna, Donald, usted y sus partidarios ya no tienen la apariencia de lo que Estados Unidos es hoy. No somos una nación de tipos blancos enojados. He aquí una estadística que le pondrá los pelos de punta: 85 por ciento del electorado que votará para presidente el año próximo son mujeres, personas de color o jóvenes de entre 18 y 35 años. En otras palabras, no usted. Y tampoco la gente que quiere que usted gobierne su país.
Así pues, en su desesperación y locura, usted llama a prohibir la entrada de todos los musulmanes a este país. A mí me educaron para creer que somos hermanos y hermanas de todos, con independencia de raza, credo o color. Eso significa que si usted quiere excluir a los musulmanes, primero tendrá que excluirme a mí. Y a todos los demás.
Todos somos musulmanes.
Así como todos somos mexicanos, todos somos católicos y judíos y blancos y negros y de todos los tonos intermedios. Todos somos hijos de Dios (o de la naturaleza o de cualquier cosa en la que crea), parte de la familia humana, y nada de lo que diga o haga puede cambiar ese hecho en nada. Si no le gusta vivir conforme a estas reglas estadunidenses, necesita meterse en el cuarto de tiempo fuera de cualquiera de sus torres y sentarse allí a pensar en lo que ha dicho.
Y luego dejarnos a todos los demás en paz para que podamos elegir a un presidente de verdad, que sea compasivo y fuerte, al menos lo bastante fuerte para no estar todo asustado por un tipo de Michigan con gorra de beisbol sentado junto a él en el sofá de un programa de televisión. No es usted tan duro, Donny, y me alegra haber podido ver al verdadero Trump de cerca y tan personal hace tantos años.
Todos somos musulmanes. Acéptelo.
Mis mejores deseos,
Michael Moore
PD. Pido a todos los que lean esto ir aquí (http://michaelmoore.com/weareallmuslim) y firmar la siguiente declaración: WE ARE ALL MUSLIM
y luego poner una foto suya con un letrero que digaWE ARE ALL MUSLIM
en Twitter, Facebook o Instagram, usando el hashtag #WeAreAllMuslim. Publicaré todas las fotos en mi sitio y se las enviaré a usted, señor Trump. Siéntase libre de unirse a nosotros.
PPD. Para firmar mi declaración #WeAreAllMuslim, vayan a mi sitio web:http://michaelmoore.com/weareallmuslim
Fuente: La Jornada/ Traducción: Jorge Anaya