Por Alejandro Páez Varela
Nadie puede decir que la liberación de Rafael Caro Quintero esté relacionada directamente con Enrique Peña Nieto. Pero se dio en el mismo año, con apenas unas semanas de diferencia, en que un juez exonera a Raúl Salinas de Gortari –hermano del padrino político de EPN, Carlos Salinas– de los cargos por enriquecimiento ilícito por más de 224 millones de pesos. Ahora deberán descongelar las cuentas del priista y devolverle 24 propiedades en el Estado de México, Guerrero, Jalisco, Morelos, Querétaro, Oaxaca, Baja California sur y Puebla.
Nadie puede decir que la liberación de uno de los fundadores del mayor cártel de las drogas de todos los tiempos esté relacionada directamente con el hombre que decidió ir contra Elba Esther Gordillo de manera judicial. Pero se da mientras la familia de la ex líder sindical disfruta los millones heredados, vota con el PRI en el Congreso –vía su partido, Nueva Alianza– y es perdonada de cualquier investigación de corrupción, cuando los testimonios vinculan a varios de sus miembros con la misma causa que encerró a la mamá-abuela-suegra.
Nadie puede decir que la liberación de Caro Quintero –socio de Miguel Ángel Félix Gallardo y de Ernesto Fonseca “Don Neto– esté relacionada directamente con el hombre que llegó a Los Pinos con una campaña cargada de cientos de millones de pesos. Pero se da con la misma trasparencia con la que Peña Nieto maneja sus bienes: es decir, cero. La declaración patrimonial del actual Presidente indica que le “donaron” propiedades y obras de arte mientras era Gobernador del Estado de México, pero no dice quién se las donó, y a cambio de qué.
Nadie puede decir que la liberación del ex amante de Sara Cosío Vidaurri, sobrina del ex Gobernador del PRI en Jalisco Guillermo Cosío Vidaurri, esté vinculada al máximo priista del país. Pero su liberación se da mientras la PGR priista –como lo hizo también la 12 años panista– ignora todos los llamados, las denuncias, las demandas de que se investigue a Carlos Romero Deschamps, líder petrolero del PRI, por enriquecimiento ilícito y saqueo de la paraestatal Pemex.
Nadie puede decir que la liberación de este hombre, que durante los gobiernos del PRI tuvo los dos mayores plantíos de mariguana de la historia –Búfalo y Chilicote, en Chihuahua–, esté relacionada con el priista que regresó a su partido al gobierno. Pero se da a pesar de que Estados Unidos lo considera un narcotraficante en activo, que lava dinero y sigue dedicado al trasiego de drogas; y sale por “errores” en el proceso: debió ser juzgado, dijo un juez, en el ámbito local y no federal; se anuló la condena de 199 años.
Nadie puede decir que la liberación del asesino de un agente del DEA (Enrique Camarena) esté relacionada directamente con el Presidente priista. Pero se da a unos días de que el ex Gobernador priista de Chiapas Pablo Salazar Mendiguchía confesara que, gracias a que negoció con Juan Sabines, ex mandatario del PRI, quedó libre. Tanto Salazar (afiliado desde la semana pasada al PRD de Jesús Zambrano) como Sabines están acusados de corrupción y desvío de recursos; de endeudar al estado y otras típicas de los gobernadores. Ambos están libres de cualquier causa en su contra.
Nadie dice que la liberación de Caro Quintero (el hombre que declaró que “si me liberan, si me dejan libre, yo pago la deuda externa”) esté relacionada a Peña Nieto (a los 32 años se calculaba la fortuna de Caro en 100 mil millones de pesos).
Rafael Caro Quintero encontrará casi el mismo México que le permitió hacer su negocio: uno gobernado por un PRI que se niega a la rendición de cuentas; cuyos gobernadores siguen repartiendo dinero y despensas para garantizar el triunfo de su partido. Un México en donde la justicia se negocia o se aplica con criterios políticos.
Y digo “casi el mismo México” porque no es igual: hoy los narcotraficantes están más valuados: tienen más armas y más ejércitos a su disposición; matan a periodistas y funcionarios públicos con total impunidad; corrompen y venden drogas en sus propios vecindarios y no tienen códigos de ética, aunque sean a su modo: hacen lo que tienen que hacer, mezquinamente, por garantizar la operación de sus negocios de muerte.
El negocio ha cambiado algo. Pero no tanto: se trata de comprar y vender, como en el pasado; y si para eso hay que corromper y asesinar, se hace.
Diría que es un México en el que hombres como Rafael Caro Quintero pueden, con una pequeña ayuda de sus amigos –dirían los Beatles–, hacer florecer su negocio.
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Miguel Ángel Félix Gallardo, apodado “El Padrino” –jefe de Rafael Caro Quintero–, escribe, de su puño y letra, en febrero de 2009 (la carta fue publicada por La Jornada). (Fragmento):
“Llegué a Guadalajara con mi familia en marzo de 1987. Ellos en una casa y yo en otra. Nos veíamos los fines de semana, a veces cada mes o dos. Yo buscaba presentarme a las autoridades. Me asesoraba el licenciado Fernando Martínez; me decía: ‘al cambio de gobierno te presentaremos amparado, tu caso es político, espérate’.
“En Guadalajara, por esos tiempos estaba el comandante Guillermo González Calderoni. Yo lo conocía, le pedí que no molestara a mi familia y me contestó que con ellos no era el problema.
“[Calderoni] dijo que quería verme y luego de 3 o 4 llamadas ya no podía negarme y me mandó a un agente al que yo le tenía confianza, Héctor Sánchez Landa, y tres más. Me dijeron que la cita sería en la casa de Calderoni, cerca de la Universidad de Guadalajara. Calderoni me recibió en la entrada. Creo que la renta de la casa la pagaba un señor de apellido Ayala”.
“Hablamos de mi problema [el asesinato de Enrique Camarena, agente de la DEA]. Me dijo, ‘mira, con el que hablé es quien llevó la investigación del caso en el que se te menciona, pero no hay nada firme en tu contra’.
“El 8 de abril (1989) me traicionó mandándome a aprehender a la casa del Budy Ramos en la calle Cosmos. Yo había llegado a ese domicilio minutos antes, pues al mediodía me vería con Calderoni en el restaurante Izao. Los agentes Cipriano Martínez Novoa, Roberto Sánchez y tres más penetraron a la casa, y de un riflazo me tumbaron al suelo. Esos elementos me conocían desde 1971 en Culiacán. Fuera de la casa apoyó el operativo el jefe de grupo, Salvador Vidal. Cuando estaba tirado en el suelo llegó Calderoni, le dije ‘¿qué pasa Memo?’, y me contestó: ‘no te conozco’.
“Fui levantado y sacado del domicilio. Yo no iba armado ni poseía ninguna droga. Me llevaron a un domicilio en el que había muchos aparatos de intervención telefónica y radios, carros y más elementos. Allí me dijo Memo, ‘discúlpame pero ésta es una orden de México y tuve que cumplirla, tú no tienes problemas graves, vas a salir pronto de la cárcel, yo te voy a ayudar’.
“Hizo una llamada a México con Javier Coello Trejo y le dijo: ‘ya lo tengo’. Salimos rumbo al aeropuerto de Guadalajara en una caravana de 15 agentes y cinco carros.
“Tanto en la casa como en el avión de Guadalajara a México, Calderoni me rogaba que no le dijera a Coello que nos conocíamos y a cambio me ayudaría en el futuro y dejaría en paz a mi familia…”
Guillermo González Calderoni se convirtió en el súperpolicía de Carlos Salinas de Gortari –padrino político de Peña Nieto– durante su sexenio. Una especie de Genaro García Luna en tiempos de Felipe Calderón.
En 2001 se dijo dispuesto a declarar sobre los políticos del PRI y el narcotráfico. Acusó a Raúl Salinas de Gortari de estar vinculado al Cártel del Golfo y al máximo capo: Juan García Ábrego.
En febrero de 2003, un balazo atravesó el vidrio polarizado de su Mercedes en McAllen, Texas.
Murió como vivió: fue ejecutado.
Fuente: Sin Embargo