Carabineros desatan “epidemia” de tuertos en Chile

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Los numerosos casos de traumatismo ocular —ahora considerados una emergencia sin precedentes en la historia chilena— sugieren que la policía está violando el protocolo al disparar directamente a los rostros de las personas. La semana pasada, el director de la policía nacional, Mario Rozas, anunció que restringirían el uso de los perdigones después de que un estudio mostrara que contienen metales densos, incluido plomo. Sin embargo, se han reportado al menos 10 nuevos casos de trauma ocular desde entonces. La gente ha comenzado a asistir a las protestas con un ojo cubierto en solidaridad.

Por Andrea Guzman; traducido por Álvaro García. Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

Estados Unidos, 1 de diciembre (Vice).- Un viernes de este mes, un estudiante de psicología de 21 años llamado Gustavo Gatica decidió tomar fotos de una gran protesta en la Plaza Italia, históricamente el epicentro de las manifestaciones en Santiago,Chile. Desde que comenzaron las protestas en la zona, con una marcha de un millón de personas, todos los días volvían a acudir a la plaza para criticar la extrema desigualdad económica que provoca estragos en el país.

La asistencia de Gatica aquel viernes cambiaría el curso de su vida. Mientras estaba allí, fue atacado por las fuerzas policiales que, sin provocación, dispararon sus rifles de perdigones directamente a su rostro. Ese día, una imagen de Gatica sangrando por sus ojos mutilados apareció en las redes sociales y rápidamente recorrió el país. La gravedad de su caso se ha convertido en un emblema de la violencia policial descontrolada en Chile.

Gatica es uno de los 294 manifestantes en Chile que sufrieron un traumatismo ocular severo por perdigones y gases lacrimógenos disparados por la policía desde que comenzaron las protestas el 18 de octubre. Los numerosos casos de traumatismo ocular —ahora considerados una emergencia sin precedentes en la historia chilena— sugieren que la policía está violando el protocolo al disparar directamente a los rostros de las personas. La semana pasada, el director de la policía nacional, Mario Rozas, anunció que restringirían el uso de los perdigones después de que un estudio mostrara que contienen metales densos, incluido plomo. Sin embargo, se han reportado al menos 10 nuevos casos de trauma ocular desde entonces. La gente ha comenzado a asistir a las protestas con un ojo cubierto en solidaridad.

La historia de Gatica hace eco de los testimonios sobre violencia policial de otros manifestantes en la prensa local. Afirman que la policía, aparentemente exhausta y llena de ira, ha estallado contra la multitud varias veces sin previo aviso y ha disparado indiscriminadamente. Según el último reporte del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), ha habido 369 denuncias de tortura, 79 denuncias de abuso sexual, y 26 muertes, al menos seis directamente a manos de agentes de policía.

“No hubo intención de su parte de ayudar, incluso cuando Gustavo quedó tendido en el piso, a causa de sus heridas”, dijo Enrique Gatica, el hermano mayor de Gustavo. “La gente lo sacó de la plaza usando escudos improvisados, ya que la policía seguía disparándoles”.

A principios de este mes, Amnistía Internacional publicó un reporte detallado que denunciaba la violación de los derechos humanos en Chile. El Gobierno lo rechazó categóricamente. “Digamos que se trata de un cáncer, hay que tratarlo con quimioterapia, y a lo largo del camino habrá que matar células buenas y malas”, dijo en una rueda de prensa Enrique Bassaletti, jefe del Departamento de Policía de Santiago. Human Rights Watch intervino esta semana y recomendó reformar las prácticas de la fuerza policial chilena.

El miércoles pasado, Gatica se sometió a una segunda cirugía que finalmente logró sacar los perdigones alojados dentro de sus ojos. Fue dado de alta del hospital el martes. Los médicos confirmaron que quedó permanentemente ciego en ambos ojos. Su hermano, Enrique, dijo que Gatica “se mantiene positivo, porque está muy seguro de que estaba luchando por algo justo”.

VICE habló con otros cuatro manifestantes que, como Gatica, han perdido la vista a manos de la policía. A continuación presentamos sus historias.

DIEGO FOPPIANO, 22 AÑOS

Vivo con mi familia en Puente Alto, en las afueras del sur de Santiago. El 19 de octubre, durante el segundo día de protestas en el país, las calles estaban repletas. Había una gran protesta planeada en la plaza de mi barrio, Plaza Puente Alto, así que me reuní con un amigo a las 18:00 y comenzamos a caminar hacia allí. La protesta se había extendido por toda la avenida y había una larga fila de personas caminando hacia el lugar.

Cuando llegué, la policía ya estaba allí. Estaban de pie y mirándonos en silencio. Me di cuenta de que había pocos y no tuve miedo, no pensé que algo pasaría.

Me paré frente a ellos y los miré directamente, y luego uno de ellos se salió de la línea y me disparó en el rostro. No había razón para hacerlo. Ni siquiera llevaba puesta una capucha. Mi cara estaba descubierta. Estábamos muy conmocionados. Habíamos estado en protestas antes y nunca habíamos visto a la policía usando esas armas. Como era el segundo día de protestas, mi caso fue uno de los primeros de trauma ocular. No sabíamos que podían disparar así y no emitieron ninguna advertencia.

Me caí, perdí el conocimiento y luego la gente me rodeó. Mientras intentaban ayudarme, la policía siguió disparando, y muchas personas que me ayudaron terminaron con perdigones en sus brazos y piernas. Comencé a caminar solo con la ayuda de mi amigo al centro de atención más cercano en Puente Alto (SAPU), que no contaba con recursos suficientes, así que me enviaron a otro hospital. Los hospitales estaban tan llenos en esos primeros días que no tenían ambulancias; acudí con mi madre en la camioneta de mi tío. Ese día se declaró el estado de emergencia.

El médico que me atendió dijo que mi cirugía fue una de las más largas y complicadas. No pudieron quitarme el perdigón hasta un mes después, en la tercera cirugía, que fue la semana pasada. Ahora tengo un dolor de cabeza constante, así que paso la mayor parte de mis días dormido, tratando de recuperarme. Intenté volver a la escuela de inmediato, pero no pude quedarme. Me sentía muy débil y no podía ver nada. Aún no me acostumbro a esto.

He dado algunas entrevistas en televisión. Me han estado molestando en las redes sociales; dicen cosas desagradables, como que estoy fingiendo o me lo merezco. Como ya no puedo asistir a las protestas, traté de responderles, pero ahora creo que es inútil. Mis amigos están en las calles ahora mismo, dicen que lo están haciendo por mí. Aprecio sus esfuerzos pero temo por ellos.

NATALIA ARAVENA, 25 AÑOS

Escuché el ruido e inmediatamente sentí el impacto. Dispararon una bomba de gas lacrimógeno directamente en mi cara. Fue intencional, lo sé porque los vi a 5 metros de mí.

A menudo se refieren a Chile como un gran país estable en Latinoamérica. Muestran excelentes indicadores económicos, pero aquí las personas usan tarjetas de crédito para comprar alimentos y se endeudan durante 20 años para obtener créditos para pagar la universidad.

Iba a reunirme con un amigo en el Paseo Bulnes, en el centro, pero no pude llegar. Cuando salí del metro, vi a un grupo de personas protestando con pancartas y comencé a caminar a través de ellas. Comenzaron a correr, ya que la policía se nos acercaba con mucha rapidez y violencia, con un camión de cañones de agua. Yo también empecé a correr y me metí en un pequeño callejón, ya que supuse que [los policías]se quedarían en la avenida. Era muy difícil moverse; había muchos autos y personas allí. Miré hacia atrás para ver si nos seguían y luego sentí el impacto.

Un paramédico que estaba ayudando a la gente en las calles me encontró rodeada de una nube de gas. Traté de escapar pero estaba aturdida, así que me llevó a una tienda que usaban como clínica de salud, luego me limpiaron los ojos y me llevaron a la sala de emergencias pública, Posta Central.

Cuando vi por primera vez mi ojo, era un pequeño punto rojo. Ser enfermera me ha ayudado mucho estos días a no estar demasiado obsesionada conmigo misma ni perder los estribos. Luego, en la Clínica Indisa, un hospital privado al que pude llegar porque tengo un seguro médico privado, me hicieron una prueba de luz. No podía ver nada, lo cual es una mala señal. Si no ves ninguna luz, hay muy pocas posibilidades de que vuelvas a ver. Entré a cirugía. Me suturaron el ojo y el párpado, y esperamos una semana para ver si el globo ocular podía salvarse, pero no fue el caso.

Al ser la única mujer y la más joven de una familia de cuatro hermanos, me sobreprotegen. Mi familia sigue sintiéndose culpable por algo que no podrían haber anticipado. Soy pacifista. Hace muchos años me hice vegetariana. Intento reciclar y no consumir tanto cuando no lo necesito. No es mucho, pero es mi intento personal de hacer que mi existencia en el mundo sea lo más inofensiva posible. No salí a las calles a destruir o lastimar a nadie. Salí a pedir igualdad. A cambio, me mutilaron un ojo.

ALEJANDRO MUÑOZ, 36 AÑOS

El miércoles 23 de octubre fui al centro con mi banda, como lo había hecho muchas otras veces desde que comenzaron las protestas. Era mediodía y estábamos en el Cerro Santa Lucía, a unos diez minutos de la Plaza Italia, cuando la calle comenzó a ponerse violenta. Había un camión disparando agua y la policía estaba arrojando bombas de gas lacrimógeno para dispersar a la gente.

Antes de separarnos, nos abrazamos y nos deseamos buena suerte. Luego, cada uno comenzó a hacer lo suyo. Yo estaba apagando bombas de gas lacrimógeno, recogiéndolas y poniéndolas en botes plásticos de agua, como hacen muchos jóvenes estos días, para que el resto de la multitud pueda continuar marchando sin peligro. No llevaba escudo ni estaba aventando piedras.

Una de las bombas de gas lacrimógeno me partió el ojo. El médico dijo que estoy vivo porque llevaba gafas protectoras. De lo contrario, la bomba habría atravesado la cuenca del ojo. Mientras algunos chicos me arrastraban por la calle hacia los árboles, la policía siguió disparando. De hecho, nos siguieron hasta las puertas del Hospital de la Universidad Católica en ese vecindario, donde me dejaron.

Estuve hospitalizado por cinco días. Tuve la suerte de estar en esa clínica privada, ya que en lugar de vaciarme el ojo, un cirujano plástico salvó el globo ocular con un poco de silicona de relleno. Perdí la visión por completo.

Alejandro Muñoz, 36 años. Foto: Vice

Estoy en una banda llamada Anarkía Tropical. Soy la mascota de la banda, lo que significa que uso una máscara y un disfraz como crítica social. Es una especie de disfraz de payaso similar al estilo del carnaval chileno. Es un homenaje a un chico anarquista que murió hace 11 años. Tengo que descansar por un año y la banda me ha ayudado mucho. Siguen tocando en las calles.

Para mí, cada día es algo nuevo. Estoy empezando a acostumbrarme a vivir con un solo ojo. Yo era una persona muy activa. Realmente me gustaría que las protestas continúen. Pero también quiero que todos sepan lo que está sucediendo aquí: las personas están siendo torturadas, las mujeres están siendo violadas en las estaciones de policía, y muchas están siendo asesinadas en las calles.

CARLOS PUEBLA, 46 AÑOS

“No quiero mentirte”, me dijo la doctora Torres en la Unidad de Trauma Ocular del Hospital Público El Salvador, “voy a tener que vaciarte el ojo”. Luego procedió a retirar el perdigón de su interior y después me quitó el ojo derecho por completo. Me habían reventado el globo ocular. No había nada que pudieran salvar.

El jueves 24 de octubre, una semana después de que comenzara la protesta, salí de trabajar a las 16:00. Trabajaba en una construcción y había decidido unirme a la marcha. Realmente sentí que era mi derecho.

Las calles estaban llenas de personas. Había familias y niños en la Plaza Italia y todos estábamos saltando, cantando y gritando. Recuerdo sentirme muy feliz y esperanzado. Quince minutos después y sin ninguna provocación, las fuerzas especiales aparecieron en Vicuña Mackenna, una de las esquinas de la plaza. Comenzaron a dispersar a la gente violentamente con camiones que portaban cañones de agua y disparaban gas lacrimógeno.

Los casos de violación y tortura por parte de la policía se hicieron públicos esa misma semana. Había muchos videos terriblemente violentos en Internet. La gente estaba tan enojada y furiosa que la situación se volvió un caos de inmediato.

Carlos Puebla, 46 años. Foto: Vice

Cuando el cañón de agua se acercó a nosotros, vi a muchos policías por el rabillo del ojo. Estaban escondidos detrás de un quiosco de periódicos a 15 metros de mí. Uno de ellos se asomó y lo vi ponerse el rifle en el hombro; estaba apuntando a mi rostro. Inmediatamente sentí el impacto. Sentí que se me hinchaba el ojo y comencé a sangrar. Mi cara estaba caliente. Corrí cinco metros y caí al suelo.

La gente me llevó a rastras con los voluntarios de la Cruz Roja, uno de los muchos grupos de estudiantes y médicos que se han organizado de forma independiente para ayudar a las personas heridas durante las protestas. No podía respirar. Estaba asustado. Traté de ver a esas personas pero no pude abrir los ojos. Mientras estaba allí, las personas heridas seguían llegando al lugar. Uno de los paramédicos gritó que necesitaban una ambulancia para mí. Entonces supe que era un asunto serio.

Marcelo Herrera, con los ojos vendados por una lesión que sufrió durante una protesta reciente, participa en una manifestación en Santiago, Chile. Foto: Esteban Felix, AP

Ahora estoy esperando una prótesis, que es un tipo de lente de contacto que fortalecerá la piel del ojo. No soy la misma persona, por supuesto. Tengo pesadillas y perdí mi sentido del espacio. Tendré que conseguir un trabajo más seguro y con menos paga. Sin embargo, me rehúso a dejar de participar en las protestas. Mis hijos me acompañan cada vez. Esto no puede terminar de esta manera.

 

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