Hay acuerdo, casi completo, entre los dedicados a la ciencia política, sobre la importancia crucial del tiempo en tal quehacer. Logros y fracasos se refieren, una y otra vez, a la sabia utilización de dicho factor para la consecución de los propósitos que se persiguen. Hoy tenemos un gobierno que ha decidido avanzar, sin pausas y aunque sea a costa de tropezones e imprevistos, para poner en movimiento el anquilosado aparato heredado de administración federal. Y no sólo esa pesada y lenta carga impele a la acción, sino que el más elemental espíritu justiciero obliga al paso acelerado de los nuevos gobernantes. No hay tiempo que perder en la derogación del régimen vigente es, al parecer, la consigna. El costo de continuar con la usanza de evitar conflictos, raspaduras y tensiones es una opción descartable. Resultaría, en la actual visión de los encargados de las decisiones, sumamente onerosa cualquier tardanza para la transformación exigida por los electores. Tanto el desarrollo colectivo como la consecución de una sociedad más justa impelen a redoblar el paso. Simplemente hay en el panorama nacional muchas acciones pospuestas, pervertidas o desviadas por décadas. Es posible que, en el veloz y continuo movimiento, la tranquilidad se vea afectada. Pero la calma pausada, como predican constantemente ciertos amigos de la continuidad establecida, no es una conseja aceptable.
¿Es posible forzar la marcha gubernativa en medio de una sociedad que ha sido, por años, sujeta a frustraciones, violencias y engaños? La respuesta a tal cuestión ha sido propositiva: se debe tratar de ir hacia delante con el debido coraje y sin pausa, al menos por un prolongado momento. La alternativa bien podría conducir al estancamiento o, incluso, al retroceso que implicaría un rotundo fracaso.
La prolongada campaña de López Obrador para, finalmente, conseguir la Presidencia y la dominancia de su partido (Morena) tuvo al fin de cuentas una enorme ventaja: fraguar, a profundidad, las necesidades de la Nación, tal y como fueron percibidas por él y sus acompañantes en tal aventura política. Fue, en este constante peregrinar, haciéndose inteligibles las diversas aspiraciones populares, largamente expresadas, pero sin respuestas y, menos aún, perseguidas con ahínco. Y, en ese proceso de ir y venir, de oír y predicar, se hicieron evidentes las alternativas políticas. Emergió, tanto por añadidura permanente como hiladas por aguda intuición, que les dio coherencia e integralidad, el modelo que se viene poniendo en intensa y atrevida práctica. El destilado modo de interiorizar el talante de la sociedad, en este momento dado, y captadas también las urgencias de asumirlo a cabalidad, el tiempo requerido para su implementación, al menos en sus rasgos básicos, se acorta sin perdones ni esperas que valgan.
Es por esto que, desde el primer despliegue de actividad se trate de sentar, de inmediato, los rasgos clave de lo que será, en efecto, una transformación del decadente régimen vigente. Van pasando ante la mirada popular y el apoyo y complacencia ciudadana mayoritaria las partes del modelo a integrar. Viene el primer golpe sobre la mesa para evidenciar quién manda. Se impone, con soltura y perseverancia, ese trotar por la República en búsqueda de contacto y presencia popular. Se desgrana, de manera intensa, una atrabancada, pero sostenida campaña contra el inmisericorde y abierto saqueo petrolero que plaga a Pemex. Sin dudas y con energía, se retoman los mandatos constitucionales para convivir con el mundo tal como se hizo en un digno pasado. No se arredra el Ejecutivo federal ante la extendida e intensa repulsa y cuestionamiento de todas las nuevas decisiones y posturas que emergen desde Palacio Nacional. Ahí mismo, cotidianamente, el Presidente y buena parte de su equipo dan cara frente a la ciudadanía. Ante la opositora andanada difusiva del aparato privado de información que no cesa y sí se radicaliza, se diseña una inteligente y comprensiva manera de usar, de eficiente, imaginativa y honesta manera, los instrumentos comunicativos del Estado. Respetar las ideas e intereses ajenos no implica el silencio ante la crítica adversa, menos aún, la mal intencionada, sino la abierta y directa réplica. Pero lo central del movimiento desatado se radica en el conjunto de medidas de firme carácter social, la base sustentadora de la lucha contra la desigualdad imperante.
Todas esta iniciativas políticas han ido ocupando su debido lugar. El aparato de seguimiento administrativo, empero, no corre con similares tiempos y eficiencia. Se retrasa y muestra sus cortedades. Se espera que, pasada la curva de aprendizaje, puedan correr en paralelo. No hay dudas del modelo político a seguir, pero la capacidad organizativa, el detalle de los datos, las destrezas del cuerpo burocrático aún debe mostrar su creatividad y trabajo cotidiano.
Fuente: La Jornada