Por Epigmenio Ibarra
Con las manos manchadas de sangre y los bolsillos llenos de dinero del pueblo, Felipe Calderón Hinojosa, libre e impune desde su refugio en España, y Genaro García Luna, sentado en el banquillo de los acusados en Nueva York, ven hundirse, ante un mar de testimonios y evidencias, el proyecto criminal transexenal que encabezaron.
Al espía y al político panista los unieron, poco tiempo después del proceso de desafuero contra Andrés Manuel López Obrador y gracias a los “buenos oficios” del General Rafael Macedo de la Concha -Procurador de la República con Vicente Fox- la visión mesiánica, la megalomanía y la falta de escrúpulos.
Para frenar, a cualquier costo a la izquierda y conjurar el “peligro para México”, su objetivo común, formaron desde entonces, Calderón y García Luna, una alianza criminal.
Uno poseía información de inteligencia sobre la clase política y la élite en México el otro supo utilizarla para imponerse primero al interior de su partido y luego para forzar -mediante el chantaje, la extorsión, el soborno- voluntades a favor del fraude electoral en el PRI, la iglesia, los sindicatos, la oligarquía, el empresariado, la intelectualidad y los medios.
La traición a la patria y la matanza fueron resultado natural e inmediato de esta alianza que se consolidó al ponerse fin al breve interludio democrático del que, Fox, al meter ilegalmente las manos en el proceso electoral, fue el sepulturero.
A entregarse a Washington fueron el usurpador y su estratega. Gobernar sin legitimidad exige apoyo de una potencia extranjera y el uso de la fuerza hacia el interior; el miedo y el discurso patriotero facilitan la dominación.
Impuesta así la guerra, desde el exterior y contra los intereses de la Nación y establecida, en los medios, la ominosa presencia de un “enemigo externo” en contra del cual era preciso unirse y al que se debía exterminar, se desató la matanza.
Calderón y García Luna comenzaron -la guerra siempre es un negocio sucio- a ganar dinero con la sangre derramada.
Los sobornos de los proveedores norteamericanos de armamento y tecnología -esa historia no se revelará en Nueva York- volvieron inmensamente rico al espía y cimentaron la aventura política transexenal de Calderón.
Perpetuar la masacre, garantizar el negocio y el control del país, hicieron que la guerra -y todo esto sucedió en las barbas de Washington- se volviera, desde su inicio, solo una farsa sangrienta.
Una guerra entre bandas rivales -el gobierno era una más- era la que se libraba y los sobornos del cártel de Sinaloa a García Luna inclinaron la balanza a favor de los criminales más feroces.
Así como entregar la banda presidencial no significó para Calderón renunciar a sus aspiraciones de volver al poder; renunciar al cargo, no significó para García Luna dejar de ganar dinero del erario con esa misma guerra qué, corrupto y banal como pocos, continuó Enrique Peña Nieto.
Calderón cabildeo con Peña y a favor de García Luna contratos multimillonarios y éste adquirió una mansión, un yate, cientos de propiedades, invirtió en empresas de medios, de seguridad, de medición de opinión pública.
Uno se encargó de la base material, el otro y su esposa, de la plataforma política.
A conspirar comenzaron ambos contra López Obrador, no debe descartarse qué, incluso, operaran de manera conjunta con el crimen organizado para golpearlo.
Pero se equivocaron; pensaron que Washington, para no reconocer su error, no reaccionaría al descubrir la traición.
Por más que lo nieguen, cómplices han sido desde hace años. Uno ya está frente a un juez; el otro debería estar, más temprano que tarde, en la misma situación. Yo, por lo pronto, no habré de soltar a Felipe Calderón hasta que lo agarren.
@epigmenioibarra