De no ser por Genaro García Luna, a Felipe Calderón le hubiera resultado imposible sentarse en la silla presidencial. De no ser por ese hombre que hoy se encuentra preso en Nueva York tampoco hubiera podido permanecer en ella.
Toda la estrategia conspirativa del michoacano para perpetrar el fraude de 2006 descansaba en la información de inteligencia, proporcionada por quien habría de ser su mano derecha.
Por la guerra, tan sangrienta como inútil, que de la mano con García Luna y el cártel de Sinaloa impuso a México es que pudo Calderón terminar su mandato y entregar, como lo pactó, el poder al PRI y a Enrique Peña Nieto.
Los años en el Cisen, su carrera con Vicente Fox y la relación con los norteamericanos, le permitieron a García Luna conocer al dedillo las más oscuras debilidades y vicios de políticos y gobernantes, líderes sindicales, jerarcas religiosos, empresarios, periodistas que jugaron un papel crucial en el robo de la presidencia.
No fue el carisma personal, menos todavía sus propuestas de campaña las que permitieron a Calderón urdir las alianzas con Elba Esther Gordillo, con la alta dirigencia del PRI, con líderes empresariales y religiosos; fue el chantaje y la utilización facciosa de información privilegiada.
El legislador mediocre, el oscuro y fugaz funcionario del sector energético, el candidato sin más brillo que sus arrebatos retóricos, “el hijo desobediente”, pasó a ser la única esperanza para frenar a Andrés Manuel López Obrador.
A quienes con él decidieron conspirar Calderón les mostró —gracias a García Luna— que los conocía a fondo y que, para hacerse del poder, era capaz de cualquier cosa, incluso, de cometer un crimen.
“Entre asesinato y política existe una dependencia antigua, estrecha y oscura”, sostiene en su ensayo ‘Política y delito’ Hans Magnus Enzensberger. “Dicha dependencia se halla en los cimientos de todo poder; hasta ahora ejerce el poder quien puede dar muerte a los súbditos. El gobernante es el superviviente”.
Eso vieron los conspiradores en Calderón; al hombre capaz de derramar sangre y sobrevivir. Vieron también en él la posibilidad de que el régimen neoliberal sobreviviera al embate de López Obrador quien era, “un peligro para México”; es decir, para ellos.
Crucial también fue García Luna en la relación con los estadunidenses pues le dio a Calderón material confidencial sobre el narco para negociar (hoy sabemos cómo lo obtuvo) y le abrió las puertas de la DEA y de la Casa Blanca empeñada, entonces como ahora, en tolerar el consumo, permitir que los traficantes locales operen impunemente y combatir —fuera de su territorio— solo a los extranjeros.
La Iniciativa Mérida, operaciones como Rápido y Furioso, los negocios que habría de hacer la industria militar y la dependencia que tendría ese gobierno, que para obtener una legitimidad de la que de origen carecía no tenía otra opción que hacer la guerra, fueron el anzuelo que, en Washington, los “defensores” de la democracia mordieron.
No terminaron los servicios de García Luna a Calderón —que con tanta sangre y dinero pagamos las y los mexicanos— con su sexenio; bien colocado, pasándole información de inteligencia y garantizándole impunidad lo tuvo en el gobierno de Peña Nieto. Cómplices son, no hablo del pasado, en el asalto al poder, en la traición a la patria, en el baño de sangre, en el saqueo, en el intento de reelección simulada y en la transformación del aquel Estado en narco-Estado.
@epigmenioibarra
Fuente: Milenio