El fallecimiento de Marcos Leonel Posadas el 31 de diciembre pasado por el virus de la COVID-19, me sacudió de pies a cabeza. Me enteré de esta desdicha en las primeras horas del fin de año del 2020.
Quince días atrás le envíe dos de mis colaboraciones para la revista de Tribuna Comunista, con el agregado “Te comento que estoy difundiendo en mis redes, Tribuna Comunista, a diversos sectores y que ha sido muy bien recibida. Mis mejores deseos de fin de año y el que viene”.
Me sorprendió el que no me hubiese enviado el “acuse de recibido”, de esta entrega, como solía hacerlo cada semana. Pensé en enviarle un nuevo mensaje, pero desistí. Asumí que estaba sumamente abrumado por publicar antes del día de Navidad, el Núm. 418.pdf de la revista, como así fue, el miércoles 19 de diciembre.
A diferencia de la mayoría de los camaradas del PCM que convivieron con Posadas durante muchos años y se integraron a partir de 2011 al Movimiento Comunista Mexicano, mi relación con él, se fue acrecentando paulatinamente a partir de 1981 a 1987, periodo en que al Partido Socialista Unificado de México (PSUM).
Años juveniles atrás (1968-1971) pretendí afiliarme a la Juventud Comunista en Chihuahua, encabezada entonces por Mario Loya, pero finalmente opté por incorporarme al grupo guerrillero encabezado por Diego Lucero Estrada después de las masacres de estudiantes de 1968 y 1971.
Cuatro años después (1975) me incorporé formalmente al PCM, pero no en México, sino en Cuba, donde estuve exiliado de 1973 a 1979. Tuve una larga conversación con dos de sus fundadores y líderes: Arnoldo Martínez Verdugo y Valentín Campa, quienes me convencieron que la lucha guerrillera no era en México la mejor opción, que era fundamental estudiar el marxismo-leninismo, si en verdad pretendía contribuir e impulsar por la vía pacífica un salto del régimen capitalista al socialista.
Adicionalmente me ofrecieron solicitar secretamente al Partido Comunista Cubano, que me inscribieran en la Escuela de Estudios Superiores “Ñico López”, lo que se cumplió durante 4 años.
Al regresar a México en 1979 por la aprobación de la Ley de Amnistía promovida por Jesús Reyes Heroles, Arnoldo Martínez Verdugo, me envío a mí y Julio Pimentel (también exiliado en Cuba) a Nicaragua, a petición del Frente Sandinista de Liberación Nacional, con el fin de coadyuvar en la formación de la Escuela de Cuadros de sus militantes, en julio de 1979. Nos hospedaron primero en la casa de la “comandante Dora” y después, en otra vivienda en donde habitaban dos grandes personajes nicaragüenses: Sergio Ramírez Mercado, escritor, periodista, político y abogado y Ernesto Cardenal, teólogo y poeta, que nos aportaron mucha información de la historia de Nicaragua.
Meses después, se nos invitó a dar una conferencia de la I y II internacional en el evento de la inauguración de la Central Sandinista de Trabajadores, en un auditorio repleto de asistentes de múltiples países, entre ellos dos mexicanos: Jorge Castañeda Gutman, hijo del Secretario de Relaciones Exteriores de México y el catedrático de la UNAM Américo Saldívar.
Una vez concluida nuestra tarea en Nicaragua, regresé a mi tierra natal (Chihuahua) donde–con el apoyo y solidaridad del profesor Antonio Becerra Gaytán, dirigente del PCM–, hice entrega al Gobernador Manuel Bernardo Aguirre, de mi constancia de indulto.
El mandatario, me dijo que por él no había ningún problema de mi regreso, pero me advirtió que no se hacía responsable por lo que me pudiera pasar, pues los “afectados” por el triple asalto bancario del 15 de enero de 1972 en Chihuahua del que fui partícipe, seguían estando agraviados.
Pero no sólo eso. Para mi sorpresa, me señaló que tenía conocimiento de que había participado también en el secuestro del cónsul norteamericano de Guadalajara, Leonard Hardy, realizado en mayo de 1973 por el Frente Revolucionario Armado del Pueblo (FRAP), el cual fue canjeado por 30 prisioneros de diversos grupos guerrilleros rurales y urbanos, que fuimos exiliados a Cuba.
Me espetó: “Usted estaba enterado del plagio e hizo la lista de los guerrilleros recluidos en el Palacio Negro de Lecumberri que fueron exiliados a Cuba; me lo dijo el titular de la Dirección Federal de Seguridad, Miguel Nazar Haro”. Estaba en lo cierto. Decidí trasladarme a Torreón, en donde me reincorporé al PCM de la Laguna (Torreón y Gómez Palacio) como secretario de organización.
En 1981 –año de la extinción del PCM—me reubiqué en Durango y me afilé en el PSUM, en el que meses después, fui nombrado como Secretario General hasta 1985, fecha en la que fui electo miembro del Comité Central nacional y también designado por Arnoldo Martínez Verdugo, Pablo Gómez y Rincón Gallardo, como secretario de actas de la Comisión Ejecutiva.
A partir de ahí, como comenté al inicio de esta remembranza, conocí y entablé una estrecha relación de amistad y compañerismo con Marcos Leonel Posadas, quien junto con Eduardo Montes, dirigían el semanario Oposición y me invitaron a escribir y también formar parte del grupo de vigilancia de los Festivales culturales que, como bien se sabe, tuvieron un gran impacto.
En 1987 se fundó el Partido Mexicano Socialista (PMS) presidido por Heberto Castillo, el cual se extinguió en 1989. En 1988 regresé a la Laguna en apoyo a la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, sin embargo, nunca me afilé al PRD, y tampoco a Morena.
En ese contexto, fue un placer y gran estímulo reencontrarme en noviembre de 2019, otra vez con Marcos Leonel Posadas, quien fundó el Movimiento Comunista Mexicano y Tribuna Comunista, revista semanal en la que empecé a publicar mis opiniones y reflexiones durante el 2020, a invitación de Leonel Posadas y el Chelis.
Concluyo esta breve remembranza con un profundo y sincero reconocimiento y homenaje a nuestro entrañable Leonel Posada que indudablemente es un personaje histórico y fue un auténtico comunista y luchador social durante muchas décadas.