Por Guillermo Almeyra
Sin legalidad ni justicia alguna con los desaparecidos de Ayotzinapa y sin castigo a los culpables de miles de muertos no se pueden realizar elecciones que pretendan ser democráticas. La ficción electoral, en esas condiciones, sólo sirve para afianzar transitoriamente el aparato de la verdadera dictadura que oprime a los guerrerenses, como si estuviesen invadidos por un país extranjero cruel y despiadado.
Hay, sin embargo, partidarios de la participación en estas elecciones viciadas y violentamente fraudulentas. Por supuesto, el PRI, el PAN y sus partidos paleros, prendidos como sanguijuelas de las tetas del semiEstado mexicano. Pero también, como comparsas, aquellos que sólo buscan conseguir algunas bancas o puestos estatales y se presentan como figurantes de una supuesta oposición en instituciones parlamentarias, sin poder alguno de decisión, porque quienes cortan realmente el bacalao son la oligarquía agente del gran capital y los aliados de esa otra rama del capital, los narcotraficantes.
Los autodenominados opositores, llevados por el interés de camarilla, de partido, avalan con su participación electoral la sangrienta mascarada de las elecciones. Hacen el papel de taparrabos de la dictadura, a la que permiten presentar sus actos ilegales como democráticos ante los observadores mundiales ignorantes o de paladar muy grueso.
Además de los familiares de los normalistas de Ayotzinapa, que siguen luchando en el país y en todo el mundo por sus hijos y por la justicia y la democracia, muchos otros repudian la macabra farsa electoral, que el gobierno escenifica en medio de asesinatos, fosas colectivas clandestinas, detenciones ilegales y desapariciones de luchadores, para tratar de cubrir su terrorismo de Estado. Algunos de estos opositores proponen simplemente la abstención o el voto nulo como señal de repudio ciudadano, y otros, el boicot a los comicios.
Aunque los partidarios de una u otra opción táctica coinciden en su repudio al gobierno ilegítimo y antinacional y pueden por lo tanto luchar unidos en torno a puntos comunes, como la exigencia de justicia, de aparición de los desaparecidos, de castigo a la corrupción y a los crímenes de Estado, difieren sin embargo en lo fundamental. Porque las diferencias tácticas, en el fondo, expresan en realidad dos actitudes frente al régimen político que defiende el gobierno y al sistema social capitalista que éste defiende.
La abstención, el voto nulo o el voto en blanco, en efecto, son una respuesta pasiva. Poner en las urnas un papel inútil y que no se contará engrosa el número de votantes, dando al gobierno la posibilidad de disfrazar su dictadura. El voto nulo o el voto en blanco se suman a los votos de acarreados y fraudulentos de todos los tipos, comprados o resultantes de la invención de los caciques priístas locales. Abstenerse, en cambio, confunde el repudio legítimo con la gran abstención normal producida siempre por las emigraciones, la ignorancia y el desinterés cívico, las enfermedades y dificultades de transporte. La abstención, además, aunque repudia los comicios, no los impide, los tolera y, por lo tanto, acepta indirectamente la farsa montada por el gobierno y su pretensión de legalidad ante la opinión pública, que será proclamada por los medios de comunicación –diarios, radios, tv– de los grandes grupos capitalistas.
La abstención permitirá, además, que el partido tricolor obtenga la gran mayoría de los cargos, ya que bastará con que vote sólo un puñado de priístas, aunque se abstenga la mayor parte de los que están en condiciones de votar, para que el PRI finja que los municipios y los puestos que logre en el parlamento son democráticos.
La mera abstención, aunque motivada por una protesta, condena a la pasividad a los electores, perpetúa al gobierno y al régimen, los blanquea ante los tontos o interesados y deja las cosas como están actualmente. Sobre todo, ese tipo de abstención, esa protesta pasiva, ni impide la maniobra política de los gobernantes ni educa y organiza a las víctimas del terrorismo estatal, de la explotación y la opresión capitalistas, ni hace avanzar su grado de conciencia y su búsqueda de una alternativa al gobierno, al régimen y al sistema mismo, que es la base de todos los crímenes.
Es posible, en cambio, un boicot organizado, activo y de masas. En Guerrero las policías comunitarias elegidas por asamblea, las autodefensas, las movilizaciones de vastas organizaciones, como la de los maestros y los estudiantes, respaldan en su heroica y tenaz lucha a los familiares de los desaparecidos de Ayotzinapa en su rechazo de las elecciones, mientras persistan la injusticia, la impunidad, la represión criminal y no se haga luz definitiva sobre los desaparecidos.
El boicot activo puede unir esas fuerzas y consiste en resolver en cada comunidad o colonia, por asamblea, que las elecciones no deben realizarse; en convencer colectivamente a las autoridades de mesa a no presentarse; en impedir con movilizaciones la instalación de las mesas y el acceso a los sitios de votación. Consiste igualmente en discutir en asambleas planes autónomos de trabajo, de autodefensa, de reorganización municipal o del territorio, de asistencia mutua y empezar a aplicarlos directamente.
De esas asambleas pueden surgir representantes populares, revocables por asambleas de control que se realicen regularmente y cuyos sueldos serán establecidos por esas mismas asambleas. La democracia es el ejercicio efectivo por los trabajadores y la mayoría del poder y es su defensa. La delincuencia no existiría si el semiEstado no estuviese corrupto hasta la médula y coludido con elnarco, y controlase los bancos para acabar con el lavado de dinero, la fuente de financiación de los narcotraficantes. ¡No a laselecciones que perpetúan el caos!
Fuente: La Jornada