Por John M. Ackerman
La clase política de Estados Unidos se niega a aceptar la realidad de la estrepitosa caída de su predominio económico, poder político e influencia ideológica en el mundo. Recurre una vez más a la fuerza de las armas como un acto desesperado por afianzar su control sobre los recursos y los pueblos del planeta. Las nuevas agresiones en Irak, Siria, Palestina y Ucrania fomentadas o dirigidas por Barack Obama, otrora Premio Nobel de la Paz, también le han permitido construir su propio pacto con la oposición, al estilo del “Pacto por México” de Enrique Peña Nieto, para unir a la clase política frente a las cada vez más contundentes críticas a su gestión, tanto desde la izquierda como de la derecha.
La tasa de aprobación ciudadana para Obama se encuentra en el nivel más bajo que ha tenido durante los casi seis años que ha ocupado la Casa Blanca. Hoy todas las encuestas coinciden en que más de 50% de la población desaprueba su labor, mientras solamente 40% lo apoya (véase: http://ow.ly/BDg2V). Asimismo, la gran mayoría de quienes desaprueban expresan un sentimiento fuerte al respecto (strongly disapprove), mientras solamente la mitad de quienes aprueban están tan convencidos (véase: http://ow.ly/BDgjJ).
La movilización social del pueblo afroamericano en Ferguson, la traición a los latinoamericanos en materia migratoria y la consolidación del poder militar del Estado Islámico (El) en el Medio Oriente desnudan el fracaso del gobierno de Obama tanto en materia de política interior como en el exterior. Obama es entonces el perfecto “amigo” y símil de Peña Nieto. Ambos presidentes trabajan para intereses ajenos y, por lo tanto, son repudiados por sus pueblos.
La revuelta de Ferguson, Missouri, responde al hecho de que los afroamericanos se encuentran en una situación aún más precaria que cuando Obama ganó su primera elección presidencial en 2008. La brecha entre los “blancos” y los “negros” en términos de ingresos, patrimonio, rendimiento educativo y desempleo se ha ensanchado de manera pronunciada. Igualmente, el racismo estructural del sistema de “justicia” estadunidense llena las cárceles del país con cada vez más afroamericanos. Este es el contexto para la brutalidad policiaca que ha abierto las heridas y despertado la conciencia de la comunidad afroamericana. Obama no solamente ha dado la espalda a los latinos que lo apoyaron con tanta convicción, sino también a su propia comunidad.
Los contundentes éxitos militares del EI en una zona supuestamente “pacificada” por el ejército estadunidense evidencia el absoluto fracaso de más de dos décadas de bombardeos e intervención militar desde el inicio de la Guerra del Golfo en 1990. Así como la consolidación del poder del narco en Michoacán revela la derrota de la “guerra contra las drogas” iniciada por Felipe Calderón y continuada por Peña Nieto por órdenes de Washington, la situadla en Irak demuestra la enorme fragilidad y debilidad de las estrategias militares dirigidas desde la Casa Blanca en todo el mundo.
Existe una sorprendente continuidad entre el gobierno de Obama y el de George W. Bush Jr. (2000-2008), comparable a la falta de cambio o “transición” durante los 12 años de gobiernos panistas en México. Del mismo modo en que el PAN terminó por devolver el poder al viejo PRI, lo más probable es que Obama también entregue la Casa Blanca de regreso al Partido Republicano cuando termine su segundo cuatrienio en 2016 o, en su caso, a Hilary Clinton, quien representa exactamente los mismos intereses.
El discurso de Barack Obama del pasado 17 de septiembre en la Base Militar MacDill, en Florida, fue revelador con respecto a su verdadera orientación política. “Entre la guerra y la recesión económica (…) estos han sido 14 años llenos de retos. Quiero que sepan, mientras los acompaño hoy, que hoy estoy tan seguro, como lo he estado siempre, de que este siglo, justo como el siglo anterior, será dirigido por América (sic) (…) Es y será un siglo americano (sic)”.
No se asomó ni por error la palabra “cambio” o “esperanza” en el discurso del presidente que supuestamente introduciría transformaciones importantes en el sistema político de Estados Unidos. Obama ahora se quita la máscara al presentarse como el defensor de la más absoluta continuidad conservadora, tanto con los ocho años anteriores a los suyos en que Bush Jr. ocupó la Casa Blanca (“han sido 14 años”), como con el siglo pasado de “liderazgo” estadunidense en el mundo, incluyendo constantes intervenciones militares, económicas y políticas a lo largo y ancho de América Latina.
La “democracia” estadunidense se encuentra tan dolida y traicionada como la mexicana. Quienes luchan por un mejor país deben enfrentar la realidad de que lo que ocurre en México es parte de un fenómeno global de vaciamiento del sentido de las instituciones “liberales” en todo el planeta. No se trata desde luego de abandonar el frente nacional, sino de constantemente vincularlo con las luchas paralelas que están teniendo lugar en el mundo. Por ejemplo, el empuje hacia la independencia de Escocia, la resistencia del pueblo palestino y los esfuerzos del nuevo partido ciudadano “Podemos” en España, todos indican que se acercan nuevos tiempos. También sería muy importante estrechar los lazos con los gobiernos de izquierda en Sudamérica.
La izquierda mexicana ha cometido el error de descuidar el frente internacional durante los últimos lustros. La revitalización de este ámbito de acción sería particularmente importante en este momento, dado el dinamismo actual en tal esfera. Una mejor vinculación con movimientos y luchas en otras latitudes podría fortalecer de manera importante el proceso de reconstrucción de la izquierda nacional y nacionalista.
(C) John M. Ackerman, Todos los derechos reservados
Publicado en Revista Proceso 1977
Twitter: @JohnMAckerman