Por Servando Pineda Jaimes/ Cuentahilos
Regularmente hay consenso respecto a Don Ernesto Zedillo Ponce de León, a quien se le reconoce como el Presidente que permitió o facilitó la transición hacia la democracia en nuestro país. Se le tiene como un mandatario demócrata que tuvo las ‘agallas’ de aceptar el triunfo de la oposición, encabezada por Vicente Fox. Sin embargo, esta misma visión no la comparten necesariamente muchos priistas, quienes por el contrario, le echan en cara que entregó la Presidencia a la oposición, dándole todas las facilidades para que ganara. Dicho de otra manera, le jugó las contras a los propios priístas. Vamos, lo acusan de todo, hasta de no ser priísta.
A 15 años de la alternancia en nuestro país, tiempo suficiente para serenar los ánimos de los contendientes, poco a poco comienzan a conocerse los hechos y las acciones que realmente ocurrieron antes, durante y después del emblemático año 2000.
Las figuras, los protagonistas han comenzado a dar su versión de los hechos en una interesante serie de entrevistas publicadas en el diario Excélsior. Gracias a ellas, conocemos la otra cara de la transición hacia la democracia, muy alejada, sin duda, del idilio rosa que en ocasiones se nos pinta de este trascendental hecho para la vida política de nuestro país,
Hoy sabemos, por voz de sus principales actores —que en su momento no pudieron hablar por la omertá no escrita que se sigue en el tricolor— de la lucha intestina por el control del PRI, de acciones increíbles como el de la poca, nula o escasa comunicación del Presidente con la líder de su partido, del apoyo de éste hacia Vicente Fox, de las trabas al candidato Labastida, del desprecio de Zedillo hacia “su partido” y de la quiebra de éste, previo a las elecciones de 2000. Lo interesante, en todo caso es que la omertá, entre la clase política no es para siempre. Y hoy, algunos de sus protagonistas, decidieron hablar.
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De lo que ocurrió en el 2000, dan cuenta cuatro testigos de primera línea que borran de un plumazo la visión que se tiene del expresidente Zedillo. Una de ellas, dirigente nacional del PRI, Dulce María Sauri Riancho, da a conocer cómo se opuso al entonces primer mandatario quien le quería arrebatar el control del partido; otro, en ese momento secretario de Gobernación —antes de ser el candidato presidencial— Francisco Labastida Ochoa, quien afirma que ante la decisión de Zedillo de llevar a una contienda interna la elección del candidato —que a la postre sería entre Roque Villanueva, Manuel Bartlett, Roberto Madrazo y el propio sinaloense—, a lo cual él se oponía, le presentó su renuncia, pero no le fue aceptada; o el nuevo “bueno” Manuel Bartlett, quien aporta su dosis de memoria para decirnos que los dados estaban cargados a favor de Fox y el último, un hombre muy cercano al poder, José Elías Romero Apís, quien pone en su boca lo que todo mundo sospechaba: Zedillo nunca fue, no lo es, ni será priísta y remata con un contundente, al PRI no le ganó Vicente Fox, sino fue Ernesto Zedillo. (Excélsior 8/07/2015).
En sucesivas entregas, Excélsior nos narra estos episodios de la vida política nacional por medio de sus protagonistas, donde queda clara la fractura entre Ernesto Zedillo y el PRI. Que la famosa “sana distancia” con su partido y el facilitar la transición, no era producto de una acción demócrata de su parte, como muchos han pensado, sino, a la luz de sus detractores, una especie de venganza presidencial por el desprecio que sentía por los priístas.
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Categórico, Francisco Labastida Ochoa, quien ha pasado a la historia como el primer priísta que pierde una elección presidencial, afirma, por ejemplo, que nunca llevó una buena relación con Ernesto Zedillo, con quien mantuvo más bien fuertes enfrentamientos. Esto se podría confirmar, cuando otro de los protagonistas de esta historia, José Elías Romero Apis, afirma que en realidad Labastida nunca giró en la órbita de don Ernesto, para quien sus cartas fuertes eran José Ángel Gurría o bien Guillermo Ortiz, ninguno de los cuales podía ser candidato presidencial, dado los candados que la XVII Asamblea Nacional del PRI impuso a quien aspirara a la candidatura presidencial: 10 años de militancia como mínimo y pasar por el proceso de haber obtenido un puesto de elección popular.
Gracias a Labastida y a Sauri Riancho, hoy sabemos que el PRI llegó a la elección de 2000 quebrado, con una deuda millonaria, lo cual le impidió estar presente con anuncios en los primeros meses de campaña, según su decir. Hoy se sabe que, aunque parezca increíble, la entonces líder nacional del PRI, Dulce María Sauri, sólo ¡una vez! habló y se reunió con el Presidente previo a las elecciones de 2000.
Así narra Sauri Riancho, sus desencuentros con Zedillo:
“Durante la campaña y de mi parte privó simplemente ‘distancia’ entre el Presidente de la República y la presidenta del CEN de su partido. Recuerdo una frase de la primera y única entrevista que sostuve con él antes de la elección del 2 de julio, cuando me dijo: ‘si el PRI pierde, el control del partido regresa al Presidente’. Materializado ese escenario, tuve que señalarle que eso era imposible, que sólo después de la conclusión de su encargo el primero de diciembre habría posibilidad de comenzar a andar el camino de la renovación. Lo aceptó, no sé si con facilidad, y lo respetó”. (Excélsior, 6/07/2015).
Tras la derrota y ante la negativa de regresarle el partido como pidió, dice Sauri, el Presidente marcó distancia del PRI, pero le impuso a éste todo el peso del desprestigio que los cambios económicos provocó, sin nada a cambio.
El círculo de Sauri Riancho en toda esta historia, se cierra al revelar que ante la derrota del candidato del PRI, presentó su renuncia, pero no le fue aceptada, ya que se consideraba que se hacía más daño.
La lucha de Zedillo con Labastida, queda de manifiesto en un pasaje esclarecedor. Obvio que sólo es la versión de uno de ellos, faltaría saber la del expresidente. Labastida, afirma tajante cuando se le pregunta si Zedillo tenía algún interés en que el PRI perdiera la Presidencia de la República, y responde con un tajante: “absolutamente, tan absolutamente que lo discutí con él y me llegó a decir personalmente que en el partido estaban los que no servían y que en la Cámara de Diputados y Senadores estaban los que no servían… yo le dije: ‘pues ese partido no ha de ser tan malo cuando lo hizo Presidente a usted, y a usted no lo conocía el 10% de la gente cuando lo hicieron candidato […] Tuvimos varios roces regulares, más bien fuertes”. (Excélsior, 3/07/2015).
En este último punto coinciden plenamente tanto Bartlett como el propio Romero Apis. Dice el primero, con una profunda carga de desprecio: “¿Zedillo de dónde salió?, Zedillo era antipriIsta, no tenía ninguna relación con el PRI, fue una invención, otra invención de Salinas. Zedillo era un burócrata de Hacienda”. Y prosigue: “Era secretario de Programación y luego fue secretario de Educación. Presidente de México, un hombre totalmente ajeno a la política mexicana, un neoliberal educado en Estados Unidos y que no tenía vinculaciones con un partido nacionalista, de viso social, nada”. (Excélsior. 5/07/2015).
Aunque para Bartlett, Labastida fue un pésimo candidato, con muy poca presencia entre las bases priistas, coincide con lo que todo mundo sospechaba y que ahora se devela, Zedillo no lo apoyó en sus aspiraciones presidenciales: “[…] y debe de ser cierto. Yo no sé qué arreglos hubo con él, pero Zedillo jugó favoreciendo a Fox. Todo el tiempo favoreciendo a Fox… Lo consintió todo el tiempo. Lo apoyaron desde Presidencia en muchas cosas”. (Excélsior. 5/07/2015).
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Cosas veredes.
Todo hace suponer que para un importante sector de priistas o expriistas que ostentaron cargos de primer nivel durante la alternancia política en nuestro país, Zedillo no es de modo alguno el gran demócrata que para otro sector del país sí lo es, y en cambio, parecería claro el profundo desprecio de éste hacia el partido que lo llevó a la Presidencia, y que nuestra tan llevada transición a la democracia, pasó por encima de un PRI quebrado, dividido, sometido a su líder máximo que los despreciaba y que jugó con dados cargados a favor del rival, que a la postre resultaría un gran fracaso.
De ser todo esto así, como lo narran sus personajes centrales, entonces, la apuesta de Zedillo también fracasó y como siempre, fue el pueblo el que tuvo que pagar los platos y los vasos rotos de una fiesta de la democracia en la que, para variar, como pueblo, no fuimos invitados.