Por Francisco Javier Pizarro Chávez
El lunes 23 de septiembre se conmemora el Asalto al Cuartel Militar de Madera en Chihuahua, por el Grupo Popular Guerrillero (GPG), encabezado por el profesor Arturo Gamiz y el doctor y también maestro, Pablo Gómez Ramírez, realizado hace cincuenta y cuatro años, que sacudió al país y a mi generación.
El día de hoy se hará entrega en un Salón de los Pinos, de “El Premio Nacional Carlos Montemayor” a dos sobrevivientes de esa gesta: Raúl Florencio Lugo Hernández y Francisco Ornelas Gómez, entrañables compañeros y amigos.
Ambos lograron salir de la emboscada militar, Florencio por sí solo y herido de bala, y Paco gracias a la cobertura que le brindaron los caídos en la batalla contra los militares. Florencio Lugo años después del Asalto al cuartel Madera se incorporó a la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), creada por Genaro Vázquez en Guerrero, donde fue detenido y recluido en el Palacio Negro de Lecumberri, donde fuimos compañeros de celda en la crujía O.
En nuestras prolongadas charlas me enteró de manera amplia y puntual como se conformó la guerrilla en la Sierra de Chihuahua y se decidió el Asalto al Cuartel Madera, al que no lograron llegar varios de sus compañeros, no obstante lo cual, Arturo Gamiz y el Dr. Pablo Gómez dieron la orden a los 11 militantes que si arribaron, de atacar el cuartel.
Pese al más de medio siglo de este suceso histórico, que cimbró al país y dio inicio al movimiento guerrillero en México, tanto en las zonas rurales de Guerrero y Chihuahua, como en las entidades urbanas, las nuevas generaciones de hoy desconocen esa historia y quienes si la conocen, ignoran el contexto social literalmente neo porfirista y de un régimen político autoritario, déspota y represor, como lo describiremos más adelante.
El propósito de este artículo no se ciñe únicamente al Asalto al Cuartel Madera, sobre el cual hay más información, sino sobre todo, a las causas que lo motivaron y los hicieron pasar de la lucha pacífica y legal por la recuperación de sus tierras a la lucha armada de la guerrilla.
Este salto cualitativo no fue ninguna ocurrencia. En el Primer y Segundo encuentro en la Sierra convocados por los líderes de ambos movimientos, se configuró el primer programa político para transformar la sociedad y el sistema político más allá de los horizontes de la Revolución Mexicana paulatinamente desmantelada por el Estado y los terratenientes. En el primer encuentro por la vía pacífica y en el Segundo por la vía armada.
Eso no significa, como han malinterpretado muchos –entre ellos la “Liga Comunista 23 de Septiembre”—que el Grupo Popular Guerrillero, fue fruto de un deslinde ideológico con el reformismo electoral de partidos como el Popular Socialista. Pasaron de la lucha pacífica a la armada, no por razones teóricas, sino orillados por la propia dialéctica del movimiento campesino que encabezaban.
Socialmente, el levantamiento armado es consecuencia de un largo proceso de polarización que se dio en el agro a fines de la década de los años cincuenta del siglo anterior, con la “institucionalización” de la Revolución Mexicana, con lo cual se puso fin al reparto agrario, se dio por muerta la afectación de los latifundios y se alentó mediante nuevos procesos el despojo de las tierras de las comunidades indígenas y ejidales, con la expedición de Certificados de Inafectabilidad Ganadera y Forestal y al amparo de la protección gubernamental y la violencia desplegada por los “guardias bancos” de los terratenientes, particularmente en el norte de la República.
En lo político, la sublevación armada que dio origen el GPG, es un acto de rebeldía a la brutal represión y opresión imperante a mediados de la década de los sesenta durante el gobierno de Práxedes Giner Duran, quien festinó la muerte de los guerrilleros en el asalto al Cuartel Madera, con una brutal frase que a grito abierto expresó cuando los estaban sepultando en una fosa común: ¿Querían Tierra? ¡Denles hasta que se harten!
El mismo Arturo Gámiz en un reportaje publicado en La Voz de Chihuahua en febrero de 1963, intitulado “La tenencia de la tierra”, señaló que “300 latifundistas son dueños de 24.5 millones de hectáreas, mientras que 100 mil ejidatarios apenas sí disponían de 4.5 millones de hectáreas para sus siembras”.
De esa casta de latifundistas formaban parte familias como la de los Ibarra, los Vega y la Empresa Bosques de Chihuahua, las cuales, desplegaron una política de terror y despojo en la Sierra Tarahumara, con el apoyo de la Policía Rural y el Ejercito, quienes colgaban en las comunidades a los indígenas rarámuris y a ejidatarios, para despojarlos de sus tierras.
Cientos de campesinos fueron encarcelados acusados falsamente del delito de abigeato, de portación de armas prohibidas y otros delitos más. Varios de sus líderes ejidales y organizaciones más combativos, fueron asesinados a mansalva por pistoleros de los caciques.
Las etapas del la lucha pacífica a la armada, están bien definidas. De 1959 a 1961 el movimiento campesino en el noroeste del país se desarrolla por cauces pacíficos y legales a través de gestiones para la dotación y/o ampliación de ejidos.
A partir de 1962 en respuesta a la indiferencia de las autoridades agrarias, se emprende lo que entonces se conoció como “El Asalto Agrario”. Cientos de campesinos liderados por Álvaro Ríos, Arturo Gámiz y Pablo Gómez, invadieron decenas de latifundios y realizaron masivas caravanas en la capital del Estado de Chihuahua, apoyados por estudiantes de la Escuela Normal del Estado y de las normales rurales de Salaices y Saucillo.
En respuesta a ello, el gobernador Giner Duran intensificó la represión, clausuró las normales rurales e inició una persecución contra los líderes agrarios y profesores que apoyaban a los campesinos.
En febrero de 1965 Arturo Gámiz convocó al Segundo Encuentro De la Sierra, denominado “Heraclio Bernal”, realizado en Las Nieves, Durango, evento en el que se decide que no les queda más camino que tomar las armas ante la cerrazón del gobierno: “Durante años, por las buenas estuvimos pidiendo justicia pero usted, señor gobernador, nos despidió siempre con insultos, se puso de parte de los latifundistas y les dio fueros. Empuñamos las armas para hacer por nuestras propia mano la justicia que le niega a los pobres”, se lo advirtieron de manera pública.
Como puede apreciarse, la decisión de levantarse en armas no fue ningún exabrupto, una ocurrencia, una radicalización ideológica y, mucho menos como aseguran otros, una imitación del Asalto al Cuartel de Moncada en Cuba. Fue una decisión política fraguado a lo largo de varios años de lucha social a la que le cerraron todas las puertas legales y pacíficas. Incluso los partidos de izquierda, como el Partido Popular Socialista (PPS)– en el que militaron desde muy jóvenes la mayoría de ellos–, les volteó la espalda y los calificó de provocadores políticos.
El propio Gámiz, no negaba que estaba en contra de la lucha electoral, pero eso no lo distanciaba de ese partido. Su reclamo era otro: que no cumpliera con responsabilidad sus deberes y diera apoyo al pueblo.
Gámiz y sus compañeros fueron consecuentes en su circunstancia histórica, con su compromiso social y generacional a tal extremo que dieron su vida con honor y valentía heroica. “Queremos transformar la sociedad en la que hemos nacido porque se base en la desigualdad y la opresión. Queremos transformar nuestra Patria para no entregarla como la hemos recibido, es misión de nuestra generación”, le hizo saber al pueblo.
Estoy convencido que lo cumplieron. No tomaron el Cuartel Militar, pero hicieron algo mas importante: sembraron la semilla libertaria e hicieron un gran boquete al autoritarismo imperante y obligaron al gobierno federal a atender–, así fuera años mas tarde–, los reclamos de los campesinos; a expropiar el monopolio de la empresa Bosques de Chihuahua y a poner freno a la política de terror impuesta por los caciques, lo que no fue poco.
Los frutos de esa semilla no se limitaron, sin embargo, a lo social. También influyó en el ámbito político. La transición de la cerrazón política y la represión a la democracia y la libertad política, no hubiera sido posible a punta de salivazos y teorizante inmovilidad histórica. Y es que como dice un poeta cubano, cuyo nombre no recuero: “Hace falta una carga para matar bribones, para acabar las obras de las revoluciones”. El Asalto al Cuartel de Madera del Grupo Popular Guerrillero y el de otras organizaciones guerrilleras posteriores, fue –quiéranlo o no—esa carga.
Chihuahua reputada por decenas de años como la tumba de la Revolución Mexicana, se irguió desde entonces como un puntal de la transición a la democracia. En esta tierra soplaron los primeros vientos del cambio social y político que las nuevas generaciones están ahora impulsando con la 4ta Transformación por la vía pacífica y legislativa a la que he dedicado la mayoría de mis modestos artículos.
Veremos y diremos, si por el bien de nuestra patria, como lo dijo Arturo Gámiz, se logra un nuevo régimen político y un mejor sistema social.