Por Raymundo Rivapalacio
Todo comenzó el miércoles como empiezan las guerras, por un asunto menor que explota por la acumulación de tensiones. MVS publicó un desplegado en los periódicos para deslindarse de la nueva plataforma de periodismo de investigación MexicoLeaks, porque su nombre aparecía entre los fundadores. “El uso de nuestra marca, sin autorización expresa de sus propietarios, constituye no sólo un agravio y una ofensa, sino un engaño a la sociedad, pues implica un muy lamentable abuso de confianza”, decía el desplegado incendiario y provocador. Su conductora estelar, Carmen Aristegui, mordió la trampa.
El origen del conflicto era una de esas faltas de comunicación que se da todos los días entre patrones y periodistas. Dos miembros de su equipo sumaron a MVS a la alianza de medios alternativos que lanzaron el martes MexicoLeaks, sin pedir autorización. Nada grave. Lo que hicieron los reporteros Daniel Lizárraga e Irving Huerta es lo que hacen decenas de veces los periodistas, que ante las restricciones presupuestales y la estrechez de miras para generar contenidos, buscan alianzas de trabajo sin costo para lograr información de calidad.
MexicoLeaks retoma con tecnología lo que antes se hacía artesanalmente. En los 80s el semanario satírico Le Canard enchaîné tenía en la puerta de sus oficinas en París un buzón donde se dejaban pistas para investigación en forma anónima que sus editores procesaban y corroboraban. Durante años han llegado documentos anónimos a las redacciones, y por correo electrónico, pistas, rumores y calumnias. En esa línea MexicoLeaks, cuyo nombre toman sus fundadores quizás por la inspiración en Julian Assange y Edward Snowden que la generación anterior tuvo en Bob Woodward, Carl Bernestein y Watergate, creó una plataforma tecnológica para ser lo que el periodismo debe ser: contrapeso de los poderosos, guardianes contra sus abusos.
Si bien hubo un error editorial al no consultar con MVS la utilización de su nombre y la empresa reaccionó con armas nucleares, Aristegui igualmente respondió en forma igualmente. Cuestionó el origen del desplegado, sus motivaciones, su interés extraempresarial y motivación política, y emplazó a los dueños a darle una explicación. Los dueños no tienen que dar explicaciones a sus empleados, aunque se llamen Carmen Aristegui, pero ninguno de los dos estaba en la lógica del entendimiento. Hay que entender el subtexto.
Joaquín Vargas, jefe de la empresa, está vinculado al senador Emilio Gamboa, con fuerte ascendencia en Los Pinos, quien impulsó a Eduardo Sánchez, ex abogado de MVS y hoy es director de Comunicación Social de la Presidencia. Su consejero Felipe Chao es hermano de Andrés, subsecretario de Gobernación para Normatividad –publicidad entre ello- y ex subalterno de Sánchez. Se puede alegar que el enfrentamiento de Aristegui no era con Vargas, sino contra quienes cree, por lo que dijo, lo mueven como títere.
La astuta Aristegui no la vio venir. MVS se le fue con toda la fuerza y en lugar de usar esa energía para esquivarlos, como en el Jiu-jitso, se confrontó. Una disculpa por la falta de comunicación y 30 segundos de amarrarse el hígado por lo agresivo del desplegado, y el asunto habría quedado resuelto sin abrir sus flancos. Pero su sangre está muy caliente. Como otros periodistas en este sexenio, ha sido sometida a espionaje político con amenazas implícitas a su seguridad, y desde que difundió la investigación originada y realizada por Rafael Cabrera sobre la casa blanca, dejaron de autorizarle entrevistas en Los Pinos con un gabinete que, previamente, desfilaba gustoso ante sus micrófonos.
La revelación de la casa blanca fue el punto de quiebre de ella con el gobierno y de la empresa con ella, aunque objetivamente hablando, es uno de los golpes periodísticos más importantes en la vida de esta incipiente democracia, al exhibir los usos y costumbres del viejo sistema político y provocar, al dejar al descubierto un conflicto de interés que involucra al presidente de la República, la construcción de un sistema más abierto donde la transparencia rija la conducta pública de los agentes de poder. Paradójicamente este reportaje, cuya reacción es el huevo de la serpiente, comenzó cuando la primera dama abrió su casa a la revista ¡Hola! en 2013. La familia Vargas, en cambio, achaca a ese trabajo que el Instituto Federal de Telecomunicaciones le negara en noviembre el permiso para difundir televisión abierta por el canal 52.
“Joaquín Vargas ya no la aguanta”, confió un cercano a él. Su relación con Aristegui, ciertamente, ha sido difícil en sus seis años de matrimonio. En 2011 la despidió por “transgredir” el código de ética de la empresa al difundir el supuesto alcoholismo del presidente Felipe Calderón. En realidad, lo que hizo fue entrevistar al lópezobradorista Gerardo Fernández Noroña, que fue quien lo aireó. Vargas reculó y recontrató a Aristegui sin explicar en dónde se torció el código de ética de MVS.
Al año siguiente, luego que el gobierno federal le quitó la banda de 2.5 Ghz, se peleó con el gobierno federal y dijo que despidió a Aristegui por presiones del gobierno de Calderón. Tampoco aclaró por qué la recontrató, pero ahí quedó esa dialéctica empresarial de aplacarla cuando conviene a sus intereses, y darle oxígeno cuando sus intereses están en riesgo. La familia Vargas, como los barones de la prensa, no son consistentes ni congruentes. No defienden la libertad de prensa, sino la libertad de empresa.
Aristegui recurre a métodos a veces cuestionables, y no reconoce sus errores. Sin embargo, es congruente y consistente. Se enfrentó a Vargas desafiándolo a que rectificara, bajo el supuesto de que hablaba entre iguales, o sea, entre propietarios. Vargas le dobló la apuesta al despedir a sus colaboradores y la orilló, por su postura al aire, a una solución terminal. La tienen en el terreno empresarial que oculta toda motivación política, si es que hay. Pero no la despidieron la semana pasada y decidieron pagar el costo al anunciar el domingo por la noche que al no aceptar el ultimátum que le había dado de su permanencia en la radio a cambio de que reculara, rescindían su contrato, tomándole la palabra.
Su voz, disruptiva, incesante y temeraria, es una necesidad en momentos en los que el realineamiento oficialista es una tendencia en los medios. Aristegui no debía salir, pero ya no tuvo tiempo de evadir de la trampa. Lo podía haber hecho este lunes al dar marcha atrás a sus condicionamientos del viernes. Pero ya no lo le dejaron la ventana de oportunidad. MVS asumió el costo, y faltará ver si en esta ocasión, mantiene su decisión.
Twitter: @rivapa
Fuente: El Financiero