Por Javier Corral Jurado
Filósofo , político y periodista Carlos Castillo Peraza decía que “la guerra es la lógica del odio, entendido como convicción de que el mundo, el país, la ciudad o el barrio sólo pueden ser mejores si los diferentes no existieran, y es también el fracaso de la política –que es parlamento entre diferentes– o el rechazo puro y simple de esta”. Si la guerra, es decir, el conflicto armado, era para Castillo Peraza la negación de la política, la llamada guerra sucia en las campañas políticas representa entonces la peor aberración en una confrontación que debiese ser de ideas, de propuestas, de posturas, de concepciones diversas que se someten al escrutinio de los ciudadanos, para que estos elijan aquella que va más acorde con las convicciones propias.
Y sin embargo, esto es lo que parece imperar en no pocas de las contiendas que actualmente se desarrollan en diversos estados en el país. Pongo como ejemplo Chihuahua, mi estado, en donde la guerra sucia inició no a la par de las campañas, ni tan siquiera de las pre-campañas, sino que su ejecución demuestra una estrategia definida con meses de anterioridad, a partir de la intromisión del gobernador del estado en la vida interna de los partidos políticos, a fin de disponer alianzas o imponer candidatos. El candiduarte del PRI, Enrique Serrano, lo hace cobijado además por las siglas del PVEM, Nueva Alianza y PT, mientras que las malas artes del vulgar ladrón colocó a exmilitantes del PAN en las candidaturas del PRD y Movimiento Ciudadano, en un intento por fragmentar a la oposición.
El control del aparato estatal sobre los medios de comunicación es prácticamente total, salvo honrosas excepciones, merced a jugosos convenios de publicidad que han convertido a los portales de noticias en Internet en el negocio más rentable del momento y los mejores instrumentos para propalar la distorsión informativa. Ha sido documentado el escandaloso gasto en comunicación social de la presente administración, que supera los mil millones de pesos por año, que han pervertido la función social de la actividad y extinguido prácticamente el periodismo crítico o de investigación.
A los volantes apócrifos distribuidos a domicilio o a la salida de las asambleas dominicales en diversos templos, se ha sumado el secuestro de los anuncios espectaculares contratados por nosotros para colocar calumnias y publicidad engañosa, si bien en el combate a esta actividad hemos contado con la valiosa y valiente colaboración de un buen número de ciudadanos que advierten la maniobra y la denuncian de inmediato. A estas modalidades ya conocidas y que sólo reflejan la medida del miedo de quien se sabe abajo en las encuestas y advierte que al perder la elección no tendrá más remedio que enfrentar a la justicia, se sumó en la semana que recién termina el ataque a través de las redes sociales, con la complicidad de algunos medios digitales. Acudí a la invitación que me formulara el Consejo Coordinador Empresarial de la ciudad de Chihuahua para participar en un foro en el que tres de los candidatos al Gobierno del Estado externaríamos nuestra postura respecto de un documento elaborado previamente por representantes del sector privado en relación a la visión que desde este sector se tiene del desarrollo del estado.
Al destacar las coincidencias entre estas propuestas y las contenidas en nuestro programa de gobierno, señalé además que Chihuahua requiere una profunda transformación que le regrese al gobierno su papel de promotor –labor que se abandonó en 1998 al desechar la administración estatal el programa Chihuahua Siglo XXI que había colocado al estado como punta de lanza en desarrollo regional– y que deje de ser el gobernador del estado el principal competidor de los empresarios, en una competencia no sólo desleal, sino ilegal.
Ante la pregunta expresa de qué puede hacerse para evitar que el voto de los que anhelan un cambio en Chihuahua se fragmente y acabe viéndose favorecida la opción que representa la continuidad de las malas prácticas de César Duarte, me referí a la disposición que siempre he mostrado, aún hacia al interior del PAN cuando se abordó la posibilidad de que fuera yo el candidato, para que los demócratas chihuahuenses cuenten con una opción que garantice el triunfo, incluso si fuera necesario contrastando las encuestas con las que contamos con las del candidato independiente o celebrando nuevos ejercicios de medición previamente acordados, para fortalecer al mejor posicionado. Porque eso es precisamente lo que está en juego en esta elección en Chihuahua: de lo que se trata es de acabar con la impunidad y la corrupción que han sido el sello de este gobierno y esa posibilidad no puede actualizarse con un eventual triunfo del candidato oficial, por obvias razones, ni con el voto a favor del que se presenta como independiente, aunque más bien habría que llamarle candidato sin partido. La independencia política dije ahí, no es una ocurrencia, menos financiada por intereses multimillonarios de unos cuantos. Y sostengo que no puede darse porque todas las encuestas serias lo colocan de manera consistente en un lejano tercer lugar, sin posibilidad alguna de levantar en el tiempo que le resta a la campaña e indiferente a las voces que señalan la necesaria conjunción de esfuerzos.
La cobertura mediática del evento no se enfocó en las propuestas, que fueron muchas, no contrastó las exposiciones de los candidatos que acudimos, sino que en una interpretación tergiversada de mi planteamiento, orquestada por quienes ordenan la difusión o la censura de información de acuerdo a sus intereses, se pretendió dar la impresión de una declinación mía a favor del otro candidato. Nada más alejado de la realidad. Si advertimos y señalamos el nivel de guerra sucia en la campaña, dirigida solamente a nosotros porque es precisamente nuestra la opción que representa la posibilidad de mandar un mensaje a todo el país para terminar con la impunidad, con la simulación y la corrupción en el ejercicio del poder, es porque está al alcance la posibilidad de recuperar el gobierno para la sociedad. En la misma medida que crece la esperanza por un gobierno que responda a los ciudadanos, crece la angustia entre los que se han enriquecido de forma insultante en los últimos seis años. Es precisamente por ello que se ha conformado una gran alianza en torno a este proyecto en el que convergen personas de diversos credos políticos o sin militancia partidista, luchadores sociales, líderes empresariales, estudiantes, en fin, un mosaico de la sociedad chihuahuense que ha decidió alzar la voz como ya lo ha hecho en el pasado, reclamando su derecho de darse un gobierno a la altura de sus anhelos y del enorme potencial que el estado tiene para despuntar.
Sabemos que la guerra sucia no sólo no se detendrá, sino que habrá de intensificarse en los días por venir, en la etapa final de la campaña. Afortunadamente sus métodos son tan burdos que identificar el origen de los ataques no es tarea difícil. Toca a los ciudadanos permanecer alerta para evitar caer en la desinformación, en la apatía o la desesperanza. Eso es precisamente lo que buscan quienes se esconden en el anónimo o en la oscuridad de la noche para mandar sus mensajes de odio, sus calumnias y sus mentiras.
La guerra sucia es el único recurso de Duarte frente a su descomunal desprestigio y rechazo público, y el desplome de su candidato en las encuestas. Ni más ni menos, el tamaño del miedo, que irá creciendo conforme se acerca el fin de este régimen y el inicio de una nueva época para Chihuahua, con justicia, con equidad y con la decidida participación de la sociedad toda. El que quiso infundir miedo a la sociedad chihuahuense para paralizarla, vive en la a angustia permanente. No es para menos; si perder el poder político llega a trastornar a las mentes autoritarias, imagínense lo que está viviendo, en este preciso momento en el Palacio Estatal, el que sabe que además puede perder la libertad. De ese tamaño.
Fuente: El Diario