Este miércoles cambió mi óptica sobre los viajes, las giras y los actos de las últimas semanas del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Antes de ayer, creía que en esta crisis él trataba de mandar un mensaje de normalidad a la población en un intento por sostener la economía lo más posible.
También llegué a tener la hipótesis de que él cree que no se puede dar el lujo de asustar prematura o innecesariamente a la población. Pero ayer di con la clave. Creo.
El martes me fui en la bicicleta a recorrer algunas calles de la capital que han ido cambiando, dramáticamente, de piel: banquetas que han perdido transeúntes, parques solitarios, cafés y restaurantes de clientela en mínimos históricos y, por supuesto, muchos locales comerciales cerrados por aquí y por allá.
En @salcamarena puse varios videos de esos recorridos.
El miércoles quise visitar el Metro. Polanco luce vacío, sin oficinistas ni el turismo habitual. La Roma y la Condesa resisten un poco el apagón semidecretado por el gobierno local, pero igualmente parecen la sombra de la normalidad relajada que desde hace años caracteriza a ambas colonias. Pero desde hace medio siglo pocas cosas definen mejor la vida en Ciudad de México como el Metro capitalino.
Hice un recorrido corto, y por muchas estaciones que no necesariamente reflejan la parte más concurrida, o popular, de nuestro Metro. Fui de Chapultepec a Barranca del Muerto, con trasbordo en la caótica Tacubaya.
Y ahí se hizo la luz. López Obrador no está loco. No es un necio emberrinchado. O quizá un poco sí, pero no necesariamente por insistir en sus giras y apapachos en medio de la contingencia por el Covid-19.
AMLO sabe que en el Metro, y en miles de colonias y pueblos del país, Susana Distancia es una quimera, para decirlo en términos muy leves. Susana es una nada.
Con su bien probado instinto político, López Obrador sabe que él no podía, menos aún hace un par de semanas, ponerse gel cada cinco minutos ni distanciarse de la gente. Porque sabe que muchos de los que le votaron, muchos de los que le siguen teniendo fe, no pueden hacerle espacio a Susana Distancia porque simplemente en el Metro, o en el micro, no cabe la señorita esa que se supone que debe estar entre todos nosotros para que dejemos metro y medio de distancia. Ja. Metro y medio en Tacubaya debe valer tanto como un metro y medio en Rubén Darío o Campos Elíseos.
A las 8:30 horas el Metro iba atestado. No en sus peores formas, como se ve en Pantitlán, por ejemplo. Pero lo suficientemente lleno para tocarnos hombro con hombro todo el tiempo en un trayecto de unos 20 minutos.
Si el tabasqueño se refugiaba desde el viernes 13 de marzo en su despacho, si se alejaba a su alcoba presidencial, si se volvía invisible dentro de la pandemia, los suyos de tanto pueblo, ranchería y colonia popular se lo reclamarían.
Esto no es una defensa de la irresponsabilidad. Nadie bendice los besos y abrazos que reparte, contra toda instrucción médica, el titular del Ejecutivo en sus mítines y giras.
Pero si algún sentido tiene que vaya a seguir en sus giras, aunque ahora “solo” con mítines de 100 personas y sin saludos mano a mano, si una explicación hay es que él va a ir con los que no se pueden dar el lujo de no montar el puesto del mercado o de no abrir el taller para las talachas. AMLO es como ellos, y quiere que lo vean ser como ellos.
Mientras la gente tenga que ir chambear en la obra, o en el tianguis, en la fonda, en la farmacia popular, etcétera, Andrés Manuel seguirá en la calle. Y tiene razón. Mucha razón.
Porque este gobierno –ni ningún gobierno mexicano de ningún tiempo– no tiene dinero o medios para sufragar con el erario el que los mexicanos se queden en casa días, y menos semanas. No hay para eso.
Hay muchos allá afuera que no pueden parar. Ni un día. Y mientras eso ocurra, él seguirá en la calle, con ellos, como ellos. No podría ser de otra manera.
Fuente: El Financiero