AMLO en EU: el triunfo de la diplomacia frente a la falsa retórica

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Por Javier Buenrostro*

Desde que se supo que López Obrador iba a visitar la capital estadounidense para tener un encuentro de jefes de Estado con Donald Trump, corrieron ríos de tinta de supuestos “expertos” en política exterior argumentando que la visita no era solo un error, sino que era peor que abrir la caja de Pandora y debía evitarse a toda costa. En fin, la misma cantaleta catastrofista que los agoreros del desastre anuncian con regularidad. Y volvieron a fallar esos pronósticos.

Lo primero que hay que decir es que el viaje de López Obrador fue un éxito en términos simbólicos. Muy temprano visitó el memorial de Abraham Lincoln, donde dejó una ofrenda floral, y posteriormente se dirigió al monumento que hay en Washington de Benito Juárez, donde cantó el Himno Nacional. En el camino fue vitoreado por centenas de inmigrantes que viajaron horas por carretera desde lugares como Chicago, Atlanta, Indianápolis, las dos Carolinas y otros lugares.

El discurso en español que dio en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca fue muy pulcro y cuidado, tomándose el tiempo suficiente para asegurarse de dejar clara la posición de México y con menor lugar para especulaciones. Estuvo lleno de referencias históricas, pero no como elemento ornamental, como suele suceder en estos eventos diplomáticos, sino con ecos directos en la política actual.

Se mencionó la relación de Juárez con el presidente Abraham Lincoln, los mismos personajes a los que había visitado un par de hora antes. No es casual que se haya escogido la figura de Lincoln, un republicano que se opuso como congresista en 1846 a la invasión a México que el presidente demócrata James Polk llevaría a cabo un año después. Inmediatamente, el péndulo fue de regreso y destacó la relación positiva entre Lázaro Cárdenas y el presidente demócrata Franklin D. Roosevelt. Posteriormente, rechazó de forma abierta la Doctrina Monroe y resaltó la posición de George Washington, que recomendaba a Estados Unidos no aprovecharse del infortunio de otras naciones.

En tres frases les dio su lugar a la historia y los mitos fundadores de Estados Unidos, y a republicanos y a demócratas por igual, todo enmarcado con la presencia de los dos presidentes mexicanos que son sus referentes. Resaltó la importancia de los mexicanos en la economía, no solo de los 11 millones de inmigrantes sino de las 34 millones de personas de origen mexicano. Le recordó a Trump que hay agravios que no se han olvidado, pero igualmente le reconoció que en fechas recientes se hubiera conducido de una manera más respetuosa con los mexicanos.

De igual forma resaltó que la puesta en vigor del T-MEC, motivo por el cual se celebraba el encuentro, será el punto de partida de una economía para la región de Norteamérica que, incluso antes de la pandemia, estaba perdiendo fuerza a nivel mundial, dejando en claro que acuerdo comercial es tan importante para Estados Unidos como para México.

La alocución de López Obrador duró casi tres veces más que la de Trump, además que fue la que cerró la declaración conjunta, cuestiones que le permitieron al mandatario mexicano adueñarse mediáticamente del acontecimiento, algo inusual teniendo a Trump metido en la escena. Ya de forma más sutil, López Obrador mandó otro mensaje al vestir una corbata con las seis águilas que ha tenido la bandera mexicana en su etapa independiente, que se reforzó con la mención explícita sobre la soberanía de México y el rechazo a ser tratados o vistos como colonia. Ningún presidente mexicano se había atrevido hacer una mención tan explícita de la relación real entre Estados Unidos y México.

No es casualidad que haya utilizado la corbata con las águilas del México independiente y que solo había usado una vez con anterioridad, cuando recibió la constancia de mayoría que lo acreditaba como presidente electo. Parece que así, López Obrador quería lanzar dos mensajes. Primero, refrendar la soberanía e independencia de México ante Estados Unidos desde la misma Casa Blanca. Segundo, parece que López Obrador ve en la visita a Estados Unidos y la entrada en vigor del T-MEC como el comienzo de la reactivación económica del país y con ella, el relanzamiento de su gobierno. Es una nueva toma de posesión en términos simbólicos.

Conocedor de la historia de México, sobre todo de lo referente a Benito Juárez y a Lázaro Cárdenas, López Obrador sabe muy bien de las dificultades que tuvo este último al inicio de su gobierno. Al principio, Cárdenas lidió con la figura de Plutarco Elías Calles, Jefe Máximo de la Revolución y quien detentaba realmente el poder en México, por encima de los presidentes. En junio de 1935, Cárdenas realizó una purga en su gabinete de los miembros leales a Calles y, en abril de 1936, mandó al Jefe Máximo al exilio a Estados Unidos. En ese momento fue cuando Lázaro Cárdenas en verdad adquirió el poder y control del gobierno en México y en tres años (1936-1939) implementó su visión de país y sus históricos logros.

López Obrador comenzó un cambio de régimen en 2018. Lo ha hecho por la vía legal, proponiendo importantes iniciativas de ley, con un Congreso muy activo y siendo parte fundamental de esta primera etapa. Probablemente había considerado un inicio lento en la economía (como sucede en México a principios de cada administración), pero que serviría para construir el andamiaje legal de la Cuarta Transformación (Independencia, Reforma y Revolución son las anteriores) que propone. Pero el 2020 se ha convertido en un año de hibernación, donde la economía mundial entró en coma debido al coronavirus.

La caída de la economía global complicó la puesta en marcha de diversas políticas públicas del obradorismo, pero no ha perdido rumbo, quizás porque está presente el recuerdo de como Cárdenas relanzó su gobierno casi dos años después de tomar posesión. López Obrador parece ver en el T-MEC, en la visita a la Casa Blanca y la reactivación económica la primera fase de relanzamiento de su mandato presidencial.

La segunda se hará con el hilado fino de la política interior. No parece casualidad que el mismo día que está López Obrador en la Casa Blanca, se anuncia la captura en Florida del exgobernador de Chihuahua, César Duarte, que llevaba cuatro años prófugo por diversos cargos de peculado y desvío de recursos. De igual manera, con diferencia de días, se anunció que el exdirector de Pemex, Emilio Lozoya, envuelto en escándalos de corrupción por Odebrecht y otros casos, ha aceptado voluntariamente ser juzgado en México. Esto sugiere que habrá un largo desfile de nombres de políticos en la Fiscalía General de la República, incluidos los del expresidente Peña Nieto y su escudero Luis Videgaray.

Un día antes del viaje a Estados Unidos, también hubo noticias relevantes en torno al caso de la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, hallazgos que confirman que la “verdad histórica” no era sino un cúmulo de mentiras para ocultar lo que a todos luces fue un crimen de Estado. La Interpol emitió esta semana una ficha roja contra uno de los autores principales de estas mentiras, Tomás Zerón, quien se encuentra prófugo en Canadá. El otro funcionario de alto rango involucrado en el caso Ayotzinapa, Jesús Murillo Karam, está contra las cuerdas en una investigación de la Unidad de Inteligencia Financiera por el desvío de más de 5 millones de dólares de recursos públicos.

Pero la lista continúa. Este lunes, el embajador de Estados Unidos en México, Christopher Landau, declaró que después de dos meses, su gobierno acababa de responder una nota diplomática de la Secretaria de Relaciones de Exteriores sobre el operativo “Rápido y Furioso” (2009-2011), por el que se permitió el tráfico de armas de grueso calibre desde Estados Unidos a México. En este operativo están involucrados la DEA, el FBI y otras instituciones estadounidenses, además de la Secretaría de Seguridad Pública de México, cuyo titular era Genaro García Luna, brazo derecho de Felipe Calderón (2006-2012) que hoy se encuentra preso y enfrentando un juicio en Nueva York por sus vínculos con el Cártel de Sinaloa.

¿Todas estas cuestiones, que se sucedieron como fichas de dominó en cuestión de días, formaron parte de los acuerdos y conversaciones privadas entre López Obrador y Donald Trump? Probablemente. Lo seguro es que, a pesar de lo complicado que lucía el encuentro entre ambos mandatarios (principalmente por lo impredecible y poco diplomático que suele ser Trump), fue un éxito en términos políticos para López Obrador. El pragmatismo de la política y la diplomacia se impuso sobre la falsa retórica y demagogia que muchos de los “expertos” internacionales exigían.

Volvieron a fallar en sus “análisis” los mismos que pronosticaron el triunfo de Hillary Clinton en 2016, que anunciaban que López Obrador no sería presidente o que era inminente una disputa colosal por cuestiones ideológicas con Trump. La razón de tantas equivocaciones obedece a que no analizan la realidad sino que solo están preocupados por develar y hacer públicos sus anhelos.

@BuenrostrJavier

* Javier Buenrostro. Historiador por la Universidad Nacional Autónoma de México y McGill University

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