AMLO, después de dos infartos

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Por Alejandro Páez Varela

Andrés Manuel López Obrador es un hombre muy terco. Su fama de intransigente viene de allí: se monta en su macho y va, como cruzado, a todas las que le dicta la gana. Él mismo se jacta: “Aflojado en terracería”. Así lo dijo en los debates presidenciales de 2012. Es decir, corridito, desgastado prematuramente por las jodas autoimpuestas, por una vida entera marchando, desvelándose, renegando, comiendo posiblemente mal. Casi nadie lo ha visto fumar pero fuma; trae el colesterol alto porque, claro, le pega a los chuchulucos y a las garnachas. Imagino que sobre todo en las giras.

Pero dos infartos son dos infartos. Dos infartos y el contexto: un hijo chiquito que necesita un padre, una mujer joven que necesita un marido. Dos infartos son dos infartos. López Obrador deberá bajarle el ritmo aunque no quiera. O no llega al 2018. Eso le habrá dicho su cardiólogo; eso le dirá cualquier cardiólogo.

Malas noticias, sin embargo: el bloqueo al Senado fue apenas una muestra de que, sin él, Morena parece un caldo frío. El hijo no tiene ni una sola credencial para ser sucesor aunque algunos lo digan; además, es terrible que se herede el liderazgo: ¿Qué es Morena, pues? ¿Un grupo social o una empresa familiar? No, no es el hijo; por donde lo miren. Podrá salir como vocero de la familia a dar el parte médico; pero no puede hablar sobre Morena ni dar instrucciones. “El bloqueo al Senado se mantiene”, dijo. ¿Quién es él para decirlo? La ausencia de López Obrador en un momento clave (la discusión de la Reforma Energética) ha sometido a todos a la duda sobre el futuro del Movimiento de Regeneración Nacional.

En este momento, López Obrador no tiene un remplazo. Y necesita uno o varios, urgentemente.

Ese remplazo, sin embargo, no es Martí Batres; no sólo porque polariza dentro y fuera de Morena, sino porque ni su experiencia ni su roce de gentes o el carisma lo acercan al líder; no es peyorativo decir que no tiene la altura: es lo que es. No es Alejandro Encinas, otro cercano de AMLO; ni siquiera está en el movimiento y es, aunque lo rechace la actual dirigencia, miembro del PRD. No es Marcelo Ebrard; el exilio en el que vive lo ha acercado más a las posiciones de López Obrador, pero Morena es un cuerpo que reacciona con ronchas a personas como él, demasiado “pirruris”, demasiado “progresista”; un “derechoso infiltrado en la izquierda”… aunque todo eso ha quedado sepultado por la cercanía de Miguel Ángel Mancera a la Presidencia de la República; algunos dicen, como broma y con preocupación, que la capital regresó en sólo un año al modelo de Regencia, cuando el encargado de la Ciudad de México respondía a lo que el Jefe del Ejecutivo federal deseara.

No es Juan Ramón de la Fuente, por supuesto; él mismo no lo querría y, además, nadie lo ve aflojándose en terracería. No son Jesusa Rodríguez o el joven Andrés Manuel López Beltrán: estos dos últimos, sin ganas de ofender a nadie, harían ver el movimiento como un chiste. ¿Ricardo Monreal Ávila, Claudia Sheinbaum? Pues son los que más estructura tienen, digamos, hasta en términos curriculares. Pero les falta todo lo que a su líder le sobra: fuerza, arrastre, presencia pública. Y luego la lista empieza a ponerse rara (como pariente de “chistosa”): ni modo que sea Manuel Bartlett; ni modo que Alberto Anaya. Etcétera.

Andrés Manuel López Obrador no tiene garantizada, pues, la transición. Morena es el movimiento de un solo hombre. Y si no se da prisa para empujar (entrenar, soltar, subir a la tribuna) a más de un personaje, Morena acabará con él, y él con Morena. Formar cuadros no es un tema fácil; si empieza hoy, quizás tenga algunos listos para las elecciones de 2018, pero no para la presidencial sino para la renovación del Congreso; si empieza hoy sin importar del exterior a algunas figuras ya hechas, no tendrá mujeres y hombres para las gubernaturas. Si empieza hoy, no tendrá un candidato presidencial, por supuesto. Y este es el problema del caudillismo.

Algún estúpido (el dirigente estatal del PRI en Michoacán) deseó la muerte de López Obrador “por el bien del país”. Lo peor para la oposición de Morena, sin embargo, sería que muriera prematuramente. Su mejor escenario es que AMLO quedara imposibilitado; que menguara. “Los Chuchos” (Ortega y Zambrano) se ven, por ejemplo, dirigiendo sin contrapesos a toda la izquierda.

Nadie habría imaginado que ese tren llamado Andrés Manuel, a sus 60 años, tuviera las prisas de un hombre de 75 o más. Necesita, con urgencia, uno o varios sucesores o casi todo o que ha hecho se irá al caño. Se sabe que es un hombre desconfiado, celoso; que se ve a sí mismo con un apóstol. Eso hace para él aún más difícil la tarea de abrir la dirigencia de Morena a más cuadros.

Pero dos infartos al hilo son dos infartos.

¿Podrá AMLO vencer sus propias inercias y empujar nuevos cuadros? ¿Sabrá garantizar la transición de Morena a un mundo sin él? Estamos por verlo.

Otra duda se agolpará, además, entre los que lo conocen bien: ¿Sabrá quedarse en casa, tranquilo? Porque dos infartos son dos infartos y no hay vuelta de hoja: o se serena o, efectivamente, no llega al 2018 con vida.

Fuente: Sin Embargo

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