Por Pablo Gómez
Sería imposible no decir adiós a Agustín Carstens ahora que ya se va para no volver, al menos en lo que resta del sexenio y de todo el próximo. Quien fuera secretario de Hacienda se hizo célebre cuando pronosticó un “catarrito” en los inicios de la crisis de 2008-2009.
México fue entonces uno de los países que sufrió más la crisis mundial. Recesión, inflación, devaluación, “fuga” de capitales, recortes al gasto social y a la inversión, fueron algunos de los saldos del “catarrito” de Agustín Carstens.
Como reconocimiento a tan inesperado pronóstico económico y a tan inexplicable manejo de la crisis, Carstens se convirtió pronto en director (llamado gobernador) del Banco de México. Como se recordará, él realizó una campaña electoral por medio mundo (literalmente) para convertirse en director-gerente del Fondo Monetario Internacional, sin la menor posibilidad porque ya se sabe que ese cargo lo designa Europa: fue un gasto inútil a cargo del Banco.
El próximo director del Banco de Pagos Internacionales, con sede en Basilea (no es FMI, Banco Mundial, ni nada que se les parezca), se aleja de México en un momento en que la inflación va en aumento, el ritmo de crecimiento económico está volviendo a mostrar una tendencia recesiva y los capitales parasitarios se muestran nerviosos, todo lo cual genera de nuevo la llamada volatilidad como expresión de incertidumbre.
Carstens es un adorador del mercado de capital-dinero parásito que ronda por el mundo como medio privilegiado de financiamiento. Este sistema genera de por sí volatilidad en tanto que el mercado rentista global atrae o expulsa a los inversionistas en bonos y otros papeles altamente líquidos según la estabilidad de la economía o el nivel de las sobretasas que se pagan como primas de riesgo. A México le toca ser país que debe ser calificado según las tasas de interés que paga porque no compite en materia de estabilidad garantizada y mucho menos de crecimiento impetuoso. Así, en tanto que pueden ocurrir ciertos sucesos económicos, los poseedores de bonos retienen su dinero en el país en la medida en que el Banco de México incrementa su tasa de referencia, la cual ya ha llegado a 7%, es decir, con prima de riesgo de casi 5 puntos porcentuales respecto de los países más estables y prósperos.
México ha sufrido mucho por su deuda pública y privada. La manera en que se financia, a través de mercados abiertos, se considera lo normal, lo predominante, lo único que se puede hacer. Ningún plan para reducir la capacidad de presión del mercado de capital-dinero especulativo se ha formulado en el país, a pesar de que sufrimos en 1994-95 y se repitió 14 años después. En cualquier momento podemos volver a tener un escenario semejante.
En 1995 se generó una deuda (Fobaproa-IPAB) de más de 100 mil millones de dólares tan sólo con el llamado rescate bancario, luego de un crack en la capacidad de pago del país. Aún hoy se siguen pagando anualmente intereses por esa deuda gestada mediante el populismo financiero (reparto de dinero entre los más ricos). Los estragos de la crisis de 2009 también se sienten todavía, pero el doctor que nos había diagnosticado “catarro” ya se va sin haberse tomado la molestia de explicarnos el motivo de tan escandalosa equivocación.
Como país sujeto a la volatilidad que a su vez se produce por falta de certeza en el comportamiento de ciertas variables económicas, México seguirá sufriendo enfermedades prevenibles mientras no se modifique la política económica general. Es preciso confeccionar un esquema que vaya bajando el peso específico del capital especulativo en el financiamiento.
El macabro sistema de las Afores es un completo fracaso como mecanismo de pensiones, pero lo es también como instrumento de financiamiento, tanto más cuanto que se le permite invertir en el extranjero y todo queda en manos de los mismos financieros. Además, es el negocio más fácil y más rentable de todo el sector financiero: es un descarado robo a los pobres.
El mercado de capital-dinero parasitario es a su vez un factor de contención de posibles reformas que tiendan a fortalecer el mercado interno de mercancías y servicios. Como ese capital rentista huye a la menor provocación, presiona a favor de la elevación de las tasas de interés, la que, por su parte, encarece el crédito reduciendo el acceso al mismo y deteniendo nuevas inversiones.
Esto es un desastre. Carstens es parte de ese desastre. Sin embargo, su salida del país no conducirá a cambio alguno mientras no se vaya todo el gobierno y no llegue otro igual.
Fuente: Proceso