Por Marta Lamas
Las denuncias de los distintos #MeToo mexicanos han exhibido una gravísima problemática de prepotencia machista, abuso de poder y perversión psíquica. Es urgente erradicar dichas formas de agresión y abuso, y una tarea indispensable es la de llevar a cabo una reflexión crítica. En especial, es necesario visibilizar la narrativa dominante acerca del acoso que se nutre de creencias tradicionales de la doble moral vigente.
La doble moral reproduce concepciones sociales diferenciadas acerca de la vida sexual de las mujeres y de los hombres. Ese código dual transmite la creencia de que la actividad sexual es “peligrosa” para las mujeres y “saludable” para los hombres. Para las mujeres, el “peligro” de ejercer su sexualidad radica en dos cuestiones: la posibilidad de quedar embarazadas y el riesgo de ser “deshonradas”, ya que si la actividad sexual femenina es frecuente u ocurre fuera de los marcos de la “decencia”, o sea, de una relación “legítima”, produce rechazo y escándalo.
Las mujeres “decentes” cuidan su “reputación” y se ofenden ante insinuaciones y propuestas sexuales, como si el mero hecho de escucharlas las “manchara”. El ideal cultural femenino de castidad y recato de las mujeres contrasta con el ideal masculino, que considera que como los varones requieren “variedad sexual” para su salud, su valor aumenta por tener “aventuras”, y no sólo no son estigmatizados sino que fortalecen su masculinidad. La doble moral es evidente: lo que prestigia a los hombres desprestigia a las mujeres.
Esas creencias están subsumidas en nuestras leyes, que definen “acoso” de maneras distintas, según la entidad federativa. Muchos códigos expresan la doble moral al referirse a “los fines lascivos”, “los favores sexuales” y “el atentado al pudor”. ¿Sentir deseo sexual por otra persona y hacerle un requerimiento es un crimen? ¿Qué está mal? ¿La petición en sí misma o la manera en que se hace? ¿Por qué se ofende a una mujer –y no a un hombre– si alguien le dice que desea sus “favores sexuales”? ¿Por qué no se “atenta” contra el “pudor” de los hombres, sino sólo contra el de las mujeres?
Varios códigos estatales tipifican el “abuso sexual” como el que una persona ejecute sin el consentimiento o haga ejecutar a una persona un acto sexual sin el propósito de llegar a la cópula. ¿Y si el propósito fuera llegar a la cópula ya no es abuso? El código de Nuevo León se vuela la barda de absurdo: “Comete el delito de acoso quien por cualquier medio asedie, acose, se exprese de manera verbal o física de términos, conceptos, señas, imágenes que tengan una connotación sexual, lascivas o de exhibicionismo corporal”. ¿Por qué en Monterrey no acusarán de “acoso” a la publicidad de cervezas y autos donde exhiben mujeres semidesnudas?
Reconocer la amplitud de la existencia del acoso laboral y callejero, así como la multiplicidad de las formas de abuso que existen en nuestro país, no nos impide analizar cómo están teñidas de doble moral muchas de las críticas y las reacciones; visualizar cómo, junto con los actos impropios que sin duda hay que prevenir y erradicar, también se filtran concepciones puritanas derivadas de la doble moral que generan una gran susceptibilidad ante palabras o gestos de connotación sexual, como los albures, los dobles sentidos o los chistes sexuales, y cómo esto provoca reacciones sociopolíticas.
Explicar no es justificar. Como ya dije, en nuestra cultura la doble moral establece que lo que es aceptable sexualmente para los varones no lo es para las mujeres. Esta creencia inserta en nuestros usos y costumbres respalda la idea de que para las mujeres la sexualidad es un vector de opresión, violencia y peligro. Y sí, indudablemente lo es para muchas mujeres, dado el contexto que estamos viviendo. Pero también la sexualidad es un vector de placer, y me preocupa que últimamente se hable mucho más del peligro que del placer.
Hace años la antropóloga feminista Carol Vance planteó que las feministas que hemos luchado por transformar la representación dominante acerca de la sexualidad femenina debemos insistir en la necesidad de que el movimiento feminista “hable igual de poderosamente a favor del placer sexual que como lo hace en contra del peligro sexual”.
Hoy en día la narrativa social está repleta de relatos sobre los abusos de varones depredadores, y aunque casi todo lo que se denuncia es cierto, me parece que la historia que está transmitiendo acerca de las relaciones entre las mujeres y los hombres está incompleta. Así como indudablemente hay jefes, maestros, colegas y amigos que abusan, también los hay que respetan, cuidan y dan placer. Es necesario distinguir a los machos que abusan, de los hombres que no lo hacen.
Investigar y analizar lo que hoy se califica de “masculinidades tóxicas” debe conducir a revisar la vigencia de la doble moral y la miseria sexual que ésta produce, pues ofrece claves importantes para analizar lo que está sucediendo. Reflexionar sobre los procesos culturales que impulsan y refuerzan las valoraciones de la doble moral dentro de la narrativa acerca del acoso no implica rendirse ante los abusos ni la violencia. Esclarecer los procesos culturales es una herramienta muy potente en la lucha que hay que librar.
Fuente: Proceso