Por Álvaro Delgado
Lo que está en curso en México es una honda transformación del régimen político que, por lo mismo, ha lesionando intereses de quienes perdieron la hegemonía y que buscan recuperarla…
Ados años de la elección que inició una nueva etapa en la historia de México, que se cumplen este jueves, el presidente Andrés Manuel López Obrador acumula muy malas cuentas en seguridad y economía, aun antes de la pandemia que sólo agudizó estos y otros fenómenos, pero la conclusión de que su gobierno ya fracasó cuando lleva sólo una cuarta parte del sexenio, apenas 19 meses, es una estupidez.
Lo que está en curso en México es una honda transformación del régimen político que, por lo mismo, ha lesionando los intereses de quienes perdieron la hegemonía y que buscan recuperarla si efectivamente se materializa, por lo menos en la percepción, el fracaso del proyecto que encabeza López Obrador.
Ni una cosa ni otra debe espantar a nadie: Los gobernantes están obligados a hacer realidad lo que ofrecieron a los ciudadanos que les otorgaron su voto y los derrotados capitalizan los errores de aquéllos y prometen ser diferentes. A esto se le llama democracia.
López Obrador está haciendo exactamente lo que ofreció desde 2004, cuando publicó su libro Un proyecto alternativo de nación, hacia un cambio verdadero, y lo que ratificó en las tres campañas presidenciales que lo llevaron a la Presidencia de la República, hace dos años, con una legitimidad inédita y una mayoría legislativa adicional, que fue toda una proeza.
En año y medio han sido aprobadas 44 reformas legales y constitucionales que representan una nueva arquitectura jurídica del país en asuntos clave para la seguridad, como la Guardia Nacional, que contó con el respaldo de la oposición, y como elevar a rango constitucional los programas sociales en curso,que el PAN votó en contra.
Todo el andamiaje jurídico e institucional aprobado en el Congreso tiene el propósito de cimentar el Estado social y democrático de derecho que se propone la denominada Cuarta Transformación como alternativa al modelo neoliberal, incluidos los instrumentos para atacar al crimen como nunca se había hecho: en sus finanzas.
El problema es que, además de que el “nuevo pacto social” no termina de consolidarse y dar resultados contundentes –incluidas las obras y megaobras que están en curso–, al gobierno de López Obrador se le atravesó la pandemia del covid-19.
Más que la oposición partidaria, mediática y oligárquica, y aun la propia delincuencia, el verdadero adversario para López Obrador ha sido y es, al menos este año, el nuevo coronavirus que ya mató a casi 30 mil personas en México.
Si en 2019 el crecimiento de la economía fue un redondo cero, este año la pandemia ha derrumbado casi todas las actividades productivas y los pronósticos promedian una caida de 10% del PIB, mayor al 6.5% de la pandemia de 2009 con Felipe Calderón.
Ya se sabe: Si la economía no va bien, el respaldo popular de un gobernante, en este caso López Obrador, se mina, aun con las multimilonarias transferencias que han amortiguado la pobreza y el hambre en los sectores más vulnerables de la patria.
Y si a la pérdida de empleo formal de por lo menos un millón de personas y la desaparición de casi 10 mil empresas, según las cifras del IMSS, se le añade el auge de la inseguidad y la violencia, incluidos los hechos de alto impacto el atentado contra el jefe policiaco Omar García Harfuch, entonces se deteriora la imagen del Presidente de la República y de su gobierno.
Pero concluir que López Obrador ya fracasó y que su gobierno se ha agotado es más producto de impulsos emocionales que de razones. Hablar de fiasco tan prematuramente es una patología y, sobre todo, propaganda política para sembrar percepciones que arrojen dividendos electorales.
Fuente: El Heraldo de México