Por Epigmenio Ibarra
Gracias a la corrupción y a la impunidad, componentes genéticos esenciales del viejo régimen, nació, creció y se consolidó, como una de las fuerzas más potentes en el mercado y en la sociedad misma, el narcotráfico en nuestro país.
En los sótanos de la Federal de Seguridad y entre aquellos que, a las órdenes de los gobiernos priistas, torturaban, desaparecían y asesinaban a los opositores, surgieron los primeros grandes capos.
En una misma entidad terminaron por fundirse, en el largo y oscuro periodo neoliberal y ya bajo la coartada del bipartidismo, gobierno y crimen organizado. Capos y gobernantes corruptos se volvieron, hace ya más de 30 años, dos caras de la misma moneda.
En estas condiciones la guerra contra el narco era solo una guerra entre bandas. Capos con uniforme y placa, obedeciendo a gobernantes corruptos, se valían de la fuerza del Estado para eliminar a sus competidores.
Las policías municipales y estatales fueron devoradas o por los jefes corruptos o por los capos de la droga o por ambos al mismo tiempo. A la Agencia Federal de Investigaciones primero y a la Policía Federal después, Genaro García Luna y los suyos, las volvieron organizaciones criminales.
La supeditación absoluta de los gobiernos neoliberales a los designios de EU –el mayor mercado de consumo de estupefacientes del mundo– no hizo sino agravar la situación. Al mismo tiempo colapsó la soberanía nacional y lo que quedaba en pie, en México, del Estado de derecho.
Como una enorme operación de control y sometimiento, de simulación y mercadotecnia, fue diseñada en Washington y le fue impuesta a los gobiernos del PRI y del PAN la guerra contra la droga.
Una guerra en la que a México le ha tocado poner los muertos y a Estados Unidos las armas y los dólares. Una guerra con la que, el régimen neoliberal, hizo un enorme negocio sucio y a la que usó para someter a la población aterrorizada. Una guerra que, declarada por Felipe Calderón, empoderó e hizo del narco una sanguinaria fuerza de combate.
Una fuerza a la que la porosidad de la frontera y la impunidad con la que operan los cárteles norteamericanos, dentro de su propio territorio –gracias a la corrupción de policías, jueces y gobernantes estadunidenses– le aseguran mercado para su producto a precios cada vez más elevados, recursos financieros y armamento que, incluso, las propias agencias norteamericanas le proveen.
Hoy, de una u otra manera, el narcotráfico está ya en todos lados; su dinero infecta a los bancos y a las empresas más respetables; se filtra en la economía de miles de familias; su influencia se siente en todos los estratos de la sociedad; es el espectro temible que recorre, desde hace décadas, a este país.
A punta de plata o de plomo, tienen los cárteles de la droga sometidas a decenas de miles y quizás a centenares de miles de personas en todo el territorio nacional. Como pocos ejércitos en el mundo los cárteles de la droga tienen, gracias a sus métodos criminales, una inagotable capacidad de reposición de bajas.
Ante un fenómeno tan extendido, profundo y complejo como el narcotráfico en México, y con un vecino como Estados Unidos, optar por la guerra implicaría, además de una simulación criminal, perpetrar, como lo hizo Calderón, un genocidio.
No. A balazos no hay futuro. Tiene razón Andrés Manuel López Obrador. Solo combatiendo la corrupción y la impunidad; solo haciendo valer nuestra soberanía; solo con respeto irrestricto a los derechos humanos; solo con la justicia, es que tendremos paz en México.
@epigmenioibarra