2018 y los expresidentes

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Por Salvador Camarena

Un expresidente de la República no es un ciudadano más. Salvo el de ser votado a la presidencia, tiene tantos derechos como cualquiera; pero sin entrar en materia jurídica digamos que tiene más obligaciones que casi todos. Obligación ética, al menos.

Tenemos cinco expresidentes vivos. Juzgado por la historia como está, pasemos de Luis Echeverría. Salvo esporádicas publicaciones (la más reciente la semana pasada, una advertencia a México y Canadá de no ceder ante Trump en el TLC) o comparecencias en foros, Ernesto Zedillo es el exmandatario menos dado al protagonismo. Ha sido así desde que dejó la presidencia en 2000. Perfil muy distinto es el que ha desarrollado Carlos Salinas de Gortari.

Daría para un texto aparte, o varios, repasar los 24 años de la expresidencia, por llamarla así, de quien dejara el poder en 1994 en medio de una polémica y una crisis que lo orillaría a vivir varios años en el exilio.

Apunto solamente que si alguna duda quedara de su actualidad en la política ahí está la fiesta de hace un mes, por su 70 aniversario, que reunió, entre otros, al presidente Peña Nieto y varios de sus secretarios.

Salinas está vigente, es claro, pero suele hacer sus apariciones o hacerse notar con tiento, o frío cálculo político, antes que a partir de desplantes. Todo lo contrario ha ocurrido con Vicente Fox y Felipe Calderón. La intervención de éstos en la campaña electoral de 2018 es en no pocas ocasiones destemplada, o francamente en sentido contrario de lo que, opino, convendría a la sociedad mexicana.

En 2006 entrevisté, en plena campaña electoral, a Margarita Zavala. Su entusiasmo por la candidatura de su esposo Felipe era tal que me dijo, cito de memoria, que si el michoacano no fuera su marido, de cualquier manera ella estaría dedicada por completo a la campaña del panista, pues era total su convencimiento de que se trataba del mejor candidato a gobernar México.

El miércoles en Tercer Grado Ricardo Anaya dijo que le parecían naturales las críticas de Calderón hacia su persona: “Yo lo entiendo, si mi esposa fuera candidata yo la apoyaría con todo, y no sólo eso, metería el cuerpo y me atravesaría con sus contendientes”. Se equivoca Anaya. No es lo mismo ser cónyuge de una candidata que ser expresidente y cónyuge de una candidata. O no tendría que ser lo mismo.

Como que nos cuesta trabajo creernos la democracia. Quien fue presidente, lo fue de todos, así permanezca esa inmadura condición que dicta que si no gana mi gallo no reconozco al gobernante. Y al salir de la máxima magistratura, esa persona debería seguir aspirando a ser expresidente de todos, a honrar a partir de una conducta proba y ecuánime la personalidad que alguna vez le fue conferida. Hay otros detalles menos simbólicos.

Por quien fue, esa persona tuvo acceso a información crucial, sabe mucho de asuntos que conviene que no tenga la tentación de poner en juego. Si hiciera buen uso de lo que supo y de lo que aprendió, de lo que la autocrítica una vez fuera del puesto le enseñe, podría incluso cultivar una voz que ayudase, eventualmente, a conciliar en momentos de crispación, para aportar un útil punto de vista a la hora de buscar un horizonte en situaciones borrascosas. Sólo podría hacerlo si supo alejarse del regateo electoral o, peor, intrapartidista.

Pero no ha sido el caso de Calderón vs. Anaya. Si a lo anterior sumamos que en nuestro contexto un expresidente hace uso de recursos públicos, más severa debería ser la prudencia: pues si se mete en política ordinaria debiera rendir cuentas de cuánto recibe (incluyendo ayudantes), pues es evidente que lo ha usado para fines partidistas, así sea de una candidata independiente, antes que para llevar con dignidad su jubilación. Una última cosa antes de pasar a Fox.

Por si hiciera falta decirlo, a Margarita no le ayuda el activismo de Calderón. Ella quiere retomar una carrera propia, iniciada hace décadas, así que soy de los que cree que incluso le perjudica, pues Felipe le hace una sombra que impide que los ciudadanos la evalúen debidamente.

Y de Fox, qué decir. Basta citarlo para recordar que no debió ser presidente: “Aguas Suprema Corte. Aguas Ejército y Marina. Aguas organismos descentralizados. Aguas servidores públicos, senadores, diputados… Ahora si lopitos además de mi pensión, se los va a fornicar a todos ustedes, salvo a sus compinches, ellos si” (Twitter 16/04/2018).

Calderón tuvo en su padre un ejemplo de extraordinaria vocación democrática. Superaría los pasos de Luis Calderón Vega al llegar a ser presidente del PAN y del país. Pero de lo que habrá que lamentar en esta campaña, es que en la misma parece que perdimos la posibilidad de tener en él a un buen expresidente.

Fuente: El Financiero

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