Por Javier Sicilia
En el calendario mítico, en el calendario profundo, en el calendario de Dios, cada nuevo año es una renovación de la vida. Por ello Occidente hace coincidir la fiesta de la encarnación, la fiesta de la navidad y de la redención con el año nuevo. Dios, dice ese calendario, entró en el mundo y con él –que, según Nicolás de Cusa es la coinidentia oppositorum, es decir, “la unidad de todos los contrarios” – la vida se renueva en el amor. De allí la felicitación, la bendición, la celebración.
Por desgracia, ese calendario, que sigue operando en el imaginario de la gente, se ha vuelto un mero decorado en el calendario de la vida política y social. En el fondo, desde hace tiempo, bajo las formas vacías del calendario mítico, cada año es el anuncio de una destrucción mayor. En esa lógica, 2017 será peor que el año que termina.
Lo que 2017 anuncia es un desfondamiento mayor de la economía, un incremento de la inseguridad, del crimen y de las violaciones a los derechos humanos, una destrucción más aguda del medio ambiente y una lucha encarnizada de los aparatos políticos y empresariales por mantener el control y la administración de ese infierno en el que han convertido al país. ¿Habría que decir entonces que el calendario mítico dejó de existir? ¿Que detrás de las celebraciones que propicia como una inercia, en realidad lo único que hay es el cadáver de Dios y el espantoso caos que crece y año con año nos devora?
Habría que afirmarlo. Sin embargo, como lo ha mostrado bien Giorgio Agamben, Dios, en el calendario de la vida social y política, no murió, simplemente mutó, se transformó en dinero. El dinero, como un Dios invertido, se ha convertido en la coincidentia oppositorum. Quien lo posee puede dominar y vincularse con todo, y para tenerlo hay que sacrificar todo y a todos. Por eso 2017 será peor. Será, en un sentido más terrible que en 2016, la búsqueda de un puñado de imbéciles por acrecentar su posesión llevando, para ello, al altar del sacrificio lo poco que queda del país.
En ese sentido, habría que decir que el capitalismo tomó el calendario mítico y lo transformó en una suerte de religión pervertida, implacable, feroz y, por lo mismo, sin redención alguna. El capitalismo, a diferencia del calendario mítico, celebra a través de él un culto ininterrumpido cuya liturgia es la producción y el consumo y cuyo objetivo es el dinero. Un mundo en el que cada año la renovación esperada y celebrada se transforma en un infierno cada vez más cruel. Atrapados en el engranaje de la producción y el consumo, propio de la religión del dinero, nos volveremos en 2017 sujetos más maquinizados, insumos cada vez más explotables y sacrificables para que otros lo sigan adquiriendo y acrecentando en su desmedida y demoniaca ambición.
¿Qué queda entonces del calendario mítico para 2017? Algo que no está en el calendario político y social, sino en sus periferias o, mejor, en los resquicios de la catástrofe que ese calendario anuncia. Walter Benjamin, que abrevaba de las fuentes del jasidismo, decía que las épocas de catástrofe permiten resquicios por donde el mesías –el niño de Belén, para hablar en términos cristianos– puede entrar para dar cuenta de todo aquello y aquellos que han sido vencidos, devastados, destruidos y olvidados por la religión del dinero.
Ese tiempo, que es el de Dios, el del kairós, el del momento adecuado –esa es su etimología– para hacer algo importante, no se mide con las categorías del cronos, pero se anuncia en él y se guarda en el corazón de quienes han escapado de la religión del dinero. Así, en diciembre de 2012, mes y año que el calendario mítico maya precisaba como el día del fin del mundo, 40 mil zapatistas marcharon en silencio. Sólo hubo un mensaje hablado, escueto, profundo, que revelaba el sentido inmenso del silencio y de ese fin del mundo: “¿Escucharon? Es el sonido de su mundo derrumbándose. Es el del nuestro resurgiendo. El día que fue el día, era noche. Y noche será el día que será el día”.
El ahondamiento de la catástrofe, del derrumbamiento de ese mundo sometido a la corrupción del dinero y de las inhumanidades más espantosas, abrirá en 2017 resquicios por donde el mundo mítico preservado y anunciado por los zapatistas irrumpirá. Mientras este artículo circula, seguramente estaremos conociendo los resultados de la consulta zapatista sobre su propuesta de tener un concejo de gobierno con una candidata indígena para 2018. Resquicios por donde, lo sabremos también próximamente, otros, que han preservado en sus corazones y sus acciones el calendario mítico, irrumpirán a su vez.
No sé qué salga de todo eso. Pero en medio del horror infernal que anuncia el calendario social y político de 2017, los resquicios anuncian también el resurgimiento del calendario mítico, de un nuevo kairós que, si no renovará la vida, al menos impedirá –como lo señalé en mi artículo anterior, “El tiempo del fin” (Proceso 2094)– que el mundo se deshaga y, quizá, siente las bases para una posible renovación de la vida política, sin la cual la catástrofe de nuestro país será irreversible.
2017 será, así, el tiempo de un horror mayor, pero también el tiempo de las resistencias más lúcidas y más creativas, el tiempo de los katéhones, de los que han decidido resistir contra toda esperanza.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, devolverle su programa a Carmen Aristegui y abrir las fosas de Jojutla.
Fuente: Proceso