Virgilio Andrade, el bufón

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Por Sanjuana Martínez

Las historias palaciegas de Los Pinos incluyen al nuevo bufón. Su arte, consiste en propagar las noticias de la Corte con un estilo cómico o tragicómico. Se trata de exhibir en rigurosas pantomimas burlescas, su destreza como prestidigitador, malabarista y otros juegos de palabras para entretener al Rey y a los cortesanos.

Virgilio Andrade Martínez, Secretario de la Función Pública, preparó cuidadosamente su escena humorística. Apareció con su comparsa, otros cuatro servidores públicos, en un escenario solemne. Los cinco de riguroso traje oscuro. Brillaba su cabello negro debidamente peinado, sus ricitos al frente colocados cuidadosamente a base de espuma moldeadora. Y con una leve sonrisa inició su sketch.

Virgilio “Ricitos” Andrade, continúo su puesta en escena: “Ni el Presidente ni su esposa adquirieron bien alguno después de la toma de protesta”. Con gesto temeroso y expresión de vacuidad, prosigue: “el Secretario de Hacienda realizó la transacción con recursos propios y no adquirió el inmueble siendo servidor público”.

Como en la Edad Media, este bufón, hizo gala del arte del títere y la marioneta. Su lugar privilegiado junto al rey todopoderoso le resta cualquier tipo de independencia, al contrario, es súbdito fiel y servil de su amo.

A lo largo de la historia la figura del bufón, algunas veces enanos, seres deformes o grotescas, han ocupado un lugar privilegiado en los entresijos del poder. Eran considerados truhanes que se dedicaban a hacer reír, algunos con discapacidades psíquicas y cuyos desvaríos provocaban las más perversas burlas de reyes y cortesanos.

Fue Diego Velázquez quien con su maestría en el pincel inmortalizó a los bufones y les otorgó una dignidad a los que eran considerados de manera cruel y discriminatoria como “monstruos humanos” o “harapos del vivir”.

Entre su catálogo de bufones, se encuentra el famoso Juan Calabazas, conocido mejor como “Calabacillas”, un óleo fechado entre 1637-1639 exhibido en el Museo del Prado, que muestra a un enano frotándose las manos sentado con las piernas cruzadas sobre unos piedras y al lado de una calabaza.

El “Calabacillas” al igual que Virgilio “Ricitos” Andrade, tiene una expresión de idiotez bondadosa en su rostro y un gesto de absoluto memez, destacados por los expertos en arte. De hecho, entre los bufones existen diferencias. Están los llamados “naturales”, es decir, los llamados cruelmente “tontos, locos o cortos de entendimiento” (sic) a quienes se excusaba porque no eran responsables, sino inocentes bendecidos por Dios; y los “artificiales”, que son considerados por poseer gran inteligencia, ingenio y talento especial para entretener y a quienes se les concede “licencia” para sacar del tedio o la depresión a poderosos y cortesanos.

¿En qué categoría de los bufones podemos colocar a Virgilio “RicitosAndrade? Enrique VIII así como Enrique Peña Nieto, cuentan con varios bufones. El más famoso del primero se llamaba Will Sommers, quien además de bufón fue consejero, confidente y espía del rey. En cambio, el favorito del otro Enrique es un farsante, un simulador que en seis meses fue capaz de exonerarlo a él y a su esposa por la compra de la casa blanca, provocando sonoras carcajadas entre los ciudadanos.

En esta tragicomedia, el bufón Virgilio “Ricitos” Andrade como el Juan “Calabacillas” de Velázquez, son personajes imprescindibles para entretener a la realeza política de México, tan alejada de su pueblo.

El problema es que los bufones siempre fueron y serán tratados de manera despiadada como “mercancía” por sus amos, como mera propiedad, vendidos al mejor postor. Son en el fondo, seres humanos utilizados para la diversión, la simulación y el teatro. Así como en los circos usan a la Mujer barbuda o a los toreros enanos, en el espectro político e institucional de este gobierno, usan a Virgilio “Ricitos” Andrade, convertido ahora en un vulgar bufón de la corte peñista.

Duques y reyes regalaban bufones para congraciarse con amigos y enemigos a base de dichos y chascarrillos. Por lo visto, en la época actual, el señor Peña Nieto, ha decidido regalar a los mexicanos a su mejor exponente de la dramaturgia polítiquera e institucional.

En la Edad Media eran sus propias familias las que vendían a los bufones a la realeza y grandes señores. Virgilio “Ricitos” Andrade es hijo nada menos que de Virgilio Andrade Palacios, miembro del equipo de abogados del corrupto líder sindical de los petroleros, Carlos Romero Deschamps. Con semejante estirpe y linaje familiar, ¿qué podemos esperar?

Peor aún, durante unos años, “Ricitos” Andrade, fue asesor de Ana Paula Gerard, esposa y secretaría técnica del gabinete económico de Carlos Salinas de Gortari. Insisto. ¿Qué podemos esperar?

Mejor será reír. Reír para no llorar. Reír para soportar tanta corrupción. Reír para no deprimirnos más ante el esperpento de este gobierno. Reír para divertirnos en este teatro del absurdo. Reír con los patéticos bufones de Peña Nieto en este escenario humorístico cubierto de tragedia.

A diferencia de los antiguos bufones investidos en su honorable dignidad y de los actuales cómicos, cuyo hermoso trabajo lleno de decencia y honradez consiste en lograr las sonrisas de la gente, Virgilio “Ricitos” Andrade no es más que un vulgar y mal bufón arrodillado ante su amo…

Aplausos, por favor.

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Fuente: Sin Embargo

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