Por Rafael Croda
Por más que la derecha boliviana y regional han tratado de desacreditar la gestión de gobierno del expresidente de Bolivia, Evo Morales, el saldo económico y social que dejan los 14 años en el poder del astuto líder indígena es absolutamente excepcional en el contexto latinoamericano.
Durante sus tres mandatos consecutivos, Evo –como lo llaman en su país– hizo crecer la economía boliviana a un ritmo del 5% anual y redujo la pobreza en 31 puntos porcentuales, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
De acuerdo con el organismo de Naciones Unidas, cuando Evo llegó a la Presidencia, en enero de 2006, el Producto Interno Bruto (PIB) de Bolivia era de 9mil 549 millones de dólares. Este año, asciende a 40 mil 725 millones de dólares, lo que quiere decir que, durante los gobiernos del indígena de ascendencia aymara, ese indicador creció en 326% y se cuadruplicó con creces.
Además, la pobreza bajó de 66.1% a 35.1% y la pobreza extrema pasó de 28.2% a 16.4%.
No es una exageración decir que ningún presidente latinoamericano del siglo XXI exhibe estos avances en la áreas económica y social. Así lo confirman los datos de todos los organismos internacionales: desde la Cepal hasta el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).
Las estadísticas indican que tanto el crecimiento económico como el desarrollo social de Bolivia registraron progresos sistemáticos y sostenidos durante los casi 14 años en el poder de Evo Morales, sin retrocesos abruptos, como en el caso de sus vecinos Brasil y Argentina, ni largos periodos de mediocridad y depauperización social, como en el caso de México.
Cuando Evo juramentó como presidente, Bolivia era el tercer país más pobre de América, detrás de Haití y Honduras. Hoy, si te toma como indicador el ingreso per cápita, hasta Venezuela es más pobre.
Incluso México, tras los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, registra porcentajes de pobreza superiores a los de Bolivia: 41.9%, según la última medición del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), contra 35.1%.
Una parte del éxito de la gestión económica de Evo Morales se explica por el alza de precios que registraron las materias primas durante el periodo de bonanza de la economía china, entre 2003 y 2014.
Pero el principal acierto del primer presidente indígena de Bolivia fue haber traducido el auge de precios de los productos primarios en crecimiento económico sostenido y en desarrollo social.
Contra lo que afirma la derecha latinoamericana, en materia económica Evo Morales siguió un modelo más parecido al de Chile que al de Venezuela. Mantuvo el orden macroeconómico, cuidó el equilibrio de las finanzas públicas e incrementó sustancialmente los ingresos tributarios del gobierno.
Esto último lo logró con la nacionalización de los hidrocarburos, en 2006, pues esa medida le permitió cambiar las reglas del juego del sector e imponer tributos más equitativos a las empresas trasnacionales que participan en la explotación de gas natural, la joya de la corona de la economía boliviana.
Evo Morales elevó la recaudación fiscal del gobierno al 26% del PIB, un porcentaje que ubica a Bolivia entre los países latinoamericanos con mayores ingresos tributarios. México, por ejemplo, recauda apenas el equivalente al 16% del PIB.
Con esa herramienta de redistribución, el expresidente, quien renunció el domingo bajo presión de la policía y las Fuerzas Armadas tras varios días de protestas por acusaciones de fraude electoral, echó a andar un ambicioso programa de desarrollo social cuyos resultados están a la vista.
Además de la notable reducción de la pobreza, Bolivia se convirtió, junto al Ecuador de Rafael Correa, en el país latinoamericano con mayores avances en distribución del ingreso.
El índice de Gini, un indicador para medir los niveles de inequidad de un país y el cual revela más progreso en el tema entre más bajo sea, era de 58.5 puntos en Bolivia al llegar Evo Morales al poder, en 2006. Hoy, es de 44 puntos.
Esto quiere decir que Bolivia es un país menos inequitativo que México (que tiene 48 puntos Gini), Colombia (49) y Brasil (53).
El problema de Evo Morales fue político. Desde su arribo a la Presidencia enfrentó a la furibunda derecha boliviana e iberoamericana personificadas en los expresidentes Jorge Quiroga (Bolivia), José María Aznar (España), Álvaro Uribe (Colombia) y Vicente Fox y Felipe Calderón (México).
Todos ellos, en su momento, satanizaron a Morales como un “apéndice” del régimen de Hugo Chávez en Venezuela, algo que los hechos se han encargado de desmentir con los años. Bolivia es un país con notables avances económicos y sociales. Venezuela es un país colapsado.
El flanco débil de Evo Morales no viene de sus relaciones con el hoy gobernante de Venezuela, el autócrata Nicolás Maduro, sino de la naturaleza caudillista de su propio proyecto político.
En febrero de 2016, los bolivianos dijeron “No”, en un plebiscito, a una reforma constitucional que hubiera habilitado a Morales para un cuarto período presidencial en 2019.
Pero el gobernante no acató los resultados y llevó el caso al Tribunal Constitucional (TC), que en 2017 consideró que prohibirle una nueva reelección al presidente sería limitar sus derechos políticos.
La reelección presidencial indefinida suele provocar desastres políticos en América Latina.
La renuncia del indígena aymara a la Presidencia se produjo horas después de que la Organización de Estados Americanos (OEA) rindiera un duro informe preliminar sobre las elecciones del pasado 20 de octubre en Bolivia, en las que, oficialmente, Evo Morales logró una nueva reelección.
Según la OEA, esos comicios estuvieron plagados de “irregularidades”. Por ello, el secretario general del organismo, Luis Almagro, recomendó repetirlos.
Evo Morales ya había aceptado la recomendación. Pero su salida del poder fue precipitada por el ruido de sables. El jefe del Mando Militar de las Fuerzas Armadas, Williams Kaliman, le había sugerido horas antes renunciar a la Presidencia. Y un sector de la policía se había sumado a las protestas en su contra.
Por eso Cuba, Venezuela, México y el presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, hablan de un “golpe de Estado”. El quiebre del orden constitucional es la peor salida para Bolivia. Lo único que hará es enaltecer los logros económicos y sociales del primer presidente indígena en la historia de esa nación.
Fuente: Proceso