¿Ya te convenciste que Sillicon Valley no es tu amigo?

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Ahora que Google, Facebook y Amazon dominan el mundo, una pregunta es: ¿puede convencerse al público de que Sillicon Valley es el vehículo de destrucción que es?

Últimamente, ha resultado imposible ignorar los pecados provocados por las alteraciones encabezadas por Silicon Valley.

Facebook ha soportado una serie de revelaciones en torno a agentes rusos que utilizaron la plataforma para influir en las elecciones presidenciales de Estados Unidos del año pasado. Google tuvo un problema similar al trasmitir mensajes incendiarios durante las elecciones, publicó The New York Times.

Mientras tanto, Amazon recurre a la estrategia asombrosamente lucrativa de extender fuera de internet su posición monopólica en línea.

Dichos sucesos han desconcertado al público, contradiciendo a todo lo que Silicon Valley había predicado sobre sí.

Ahora que Google, Facebook y Amazon se han vuelto actores que dominan el mundo, las preguntas son: ¿puede convencerse al público de que Sillicon Valley es el vehículo de destrucción que es? Y ¿poseemos aún las herramientas regulatorias y la cohesión social para contener a los monopolistas antes de que destrocen los fundamentos de nuestra sociedad?

Estos programadores convertidos en empresarios creían sus idealistas palabras y al principio se mostraron indiferentes a la posibilidad de enriquecerse gracias a sus ideas. Hasta que Sergey Brin y Larry Page fueron arrastrados por el espíritu emprendedor de Stanford. En 1999, Google anunció una inversión de 25 millones de dólares insistiendo en que nada había cambiado.

Mark Zuckenberg tenía una postura similar en los primeros días de Facebook. Una red social era demasiado importante como para mancharse con el comercio, dijo en 2004. Siete años más tarde también él había sucumbido ante el capital especulativo de Silicon Valley, pero parecía lamentarlo.

Los fundadores de Google y de Facebook terminaron en un día del juicio. Presionados, Brin y Page accedieron a poner anuncios junto a los resultados de las búsquedas y eventualmente aceptaron un director ejecutivo externo, Eric Schmidt. Zuckenberg accedió a incluir anuncios en la línea de noticias y transfirió a uno de sus programadores favoritos a la publicidad móvil.

Las interaccione entre la gente y sus computadoras siempre serían confusas, y a los programadores les sería fácil explotar esa confusión. Al pionero de la ciencia computacional John McCarthy le preocupaba que los programadores no comprendieran su responsabilidad. “Los diseñadores tienden a creer que los usuarios son unos idiotas a los que hay que controlar”, escribió en 1983. “Deberían pensar en su programa como servidor, cuyo amo, el usuario, debería poder controlarlo”.

En “Poder computacional y razón humana”, en los años 70 a Joseph Weizenbaum le preocupaba que a los estudiantes que programaban les faltara la perspectiva sobre la vida y que estos jóvenes llenos de problemas pudieran ser nuestro nuevos líderes.

Como Weizenbaum temía, los actuales líderes de la tecnología han descubierto que la gente confía en las computadoras y se les ha hecho agua la boca antes las posibilidades. Los ejemplos de la manipulación desde Silicon Valley son demasiado amplios: notificaciones presionadas, aumentos de precios, amigos recomendados, películas sugeridas, las personas que compraron esto también compraron aquello. Facebook diseñó su sitio para recién llegados a fin de que lo importante fuera hacer “amigos”.

Las personas usan el servicio de uno si otras lo usan. Hay que hacer lo que haga falta para que la gente siga conectándose, y si surgen rivales, deben ser aplastados o, si resisten mucho, comprados.

El crecimiento se vuelve la motivación número uno ⎯algo valorado por sí mismo, no por algo que aporte al mundo⎯. Facebook y Google pueden señalar a la mayor utilidad de ser el depositario de toda la gente, toda la información, pero dicho dominio del mercado tiene sus desventajas obvias, no sólo la falta de competencia.

Además de su poder, las compañías tecnológicas disponen de una herramienta de la cual carecen otras industrias poderosas: la opinión generalmente benigna del público. Oponerse a Sillicon Valley puede parecer oponerse al progreso, aun si el progreso se define como monopolios por internet; propaganda que distorsione las elecciones; automóviles sin chofer que amenazan con eliminar los empleos de millones de personas; la uberización de la vida laboral, donde cada uno de nosotros debemos defendernos en un mercado implacable.

Necesitamos mayores regulaciones, aun si impiden la incursión de servicios nuevos. Si no podemos poner un alto las propuestas de estas empresas ¿tenemos entonces el control de nuestra sociedad? Necesitamos dividir a estos monopolios en línea debido a que si unas cuantas personas toman las decisiones sobre cómo nos comunicamos, hacemos las compras y nos enteramos de las noticias, entonces ¿controlamos nuestra propia sociedad?

Fuente: NYT vía El Diario

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