Por Luis Fajardo/ BBC
Hay pocos dirigentes políticos en el mundo que se arriesgan a hablar abiertamente y sin condiciones a favor de la inmigración.
No importa el continente o el país, es un tema que atiza la controversia como pocos.
Y desde Estados Unidos a Europa, pasando además por muchas naciones en desarrollo, el discurso político no deja de rondar en torno a la construcción de más barreras al movimiento de personas.
Las controversias culturales y políticas que desata la inmigración están claras.
Muchas naciones, ricas y pobres, temen que su cultura, su identidad, su religión o incluso su seguridad se pierdan ante la llegada masiva de extranjeros.
En especial cuando este influjo de personas ocurre en violación de las leyes locales, como ocurre con millones de indocumentados en todo el mundo.
Por lo que es claro el sesgo en gran parte de la opinión pública contra la inmigración.
Pero a pesar de esta oleada de críticas, hay académicos que insisten en que el argumento económico en favor de la inmigración es igualmente claro y contundente.
Para muchos (aunque ciertamente no para todos) economistas, es evidente que tanto el inmigrante como la nación que los recibe se benefician en términos materiales por la inmigración.
Entre los que encabezan el bando de los economistas resueltamente defensores de los beneficios económicos de la inmigración están el profesor estadounidense de la Universidad de Harvard Lant Pritchett, y el profesor nacido en India Jagdish Bhagwati, académico de la Universidad de Columbia en Nueva York.
BBC Mundo habló con ambos para conocer los argumentos que esgrimen para defender, contra viento y marea, los beneficios de la inmigración.
“Una situación de gana-gana”
El profesor Lant Pritchett de Harvard pone su defensa de la inmigración en términos casi absolutos. Insiste en que los controles migratorios impiden que funcionen bien los mercados.
“Cuando los gobiernos arbitrariamente imponen una barrera entre el precio de un bien en un sitio y el precio de ese mismo bien en otro lugar, hay beneficios masivos cuando se permite el comercio entre uno y otro, y eso incluye el caso de la movilidad de la mano de obra entre dos países”, advierte.
Pero entonces, llevando ese argumento al caso extremo, ¿habría que suprimir todas las barreras existentes a la inmigración?
“Ni vale la pena hablar de eso”, responde. Sería un caso irreal y las consideraciones políticas o de seguridad lo harían impracticable.
Pero sin llegar a esos extremos, defiende con vehemencia el retirar muchas de las trabas a la llegada de trabajadores extranjeros.
“Un relajamiento sustancial de las restricciones migratorias existentes benefician a los que emigran, a los países que los reciben e incluso a los países que los envían. Es una situación de gana, gana y gana”, advierte.
“Mis estudios indican que por cada persona de un país en desarrollo que se muda a Estados Unidos hay US$15.000 anuales en ganancias de productividad. Estados Unidos es un país mucho más productivo y la misma persona, con la misma educación, va a poder ser mucho más productiva una vez se muda a este país, lo que hace que el empresario que lo contrate gane más y que él también sea mejor pagado. Las ganancias marginales por la migración son astronómicas”, asevera.
¿Y los más pobres?
Pritchett duda que haya alguna reforma económica tan positiva como la migratoria.
“Las ganancias totales por todas las demás reformas económicas discutidas en la Organización Mundial del Comercio palidecen frente a lo que se ganaría si los países industrializados permitieran un 3% adicional de la fuerza laboral para la migración”.
Sin embargo, hay otros economistas que aseguran que, si bien es posible que la comunidad en su conjunto se beneficie por la inmigración, siempre habrá personas específicas damnificadas, y en particular los trabajadores con poca educación en los países receptores, quienes verían disminuido su ingreso con la llegada de competencia extranjera en el mercado laboral.
Pero Pritchett tampoco acepta ese argumento en la formulación de políticas migratorias.
“No usamos ese estándar en ninguna otra política. Prácticamente no hay ninguna política de la que podamos decir que beneficia a todas y cada una de las personas. La esencia de la economía es buscar la solución más eficiente y después pensar en cómo compensar a las personas que puedan resultar perdiendo. De otra manera no se podría llevar a cabo ninguna reforma económica”.
Además, el académico sostiene que, en su opinión, no hay evidencia empírica contundente de que los trabajadores locales poco calificados se verían seriamente perjudicados por la inmigración.
“La inmigración sustancial aumentaría los salarios de los estadounidenses en su conjunto y tendría un impacto cercano a cero en los salarios de los estadounidenses menos calificados”, puntualiza.
Pritchett alega que los inmigrantes no quitan trabajos, sino que desempeñan oficios que desdeñan los locales.
Un argumento controversial, pues en la otra orilla, los críticos de la inmigración dicen que si no hubiera inmigración, la mano de obra sería más escasa y subirían los sueldos en esos empleos humildes, hasta que se volverían nuevamente atractivos para los locales.
El académico contrapuntea con una anécdota.
“La semana pasada estuve escalando las montañas del estado de Utah, y en la soledad de esa región del oeste de Estados Unidos, a 3.000 metros de altura, me encontré con un pastor de ovejas de origen peruano. Subir el sueldo de los pastores de ovejas al nivel necesario para convencer a un estadounidense de hacer ese tipo de trabajo, destruiría esa industria en Estados Unidos”.
Una lección de los inmigrantes
Jagdish Bhagwati, profesor de la Universidad de Columbia en Nueva York, es también un acérrimo defensor de la liberalización de la inmigración.
Originario de India, él mismo llegó a Estados Unidos como un inmigrante altamente calificado.
Pero piensa que la inmigración no se debe restringir a los expertos y los universitarios.
“Tanto la llegada de personas altamente calificadas como la de personas con bajos niveles de educación suplen necesidades”, sostiene.
“Cuando los inmigrantes llegan y manejan taxis, como hacen muchos de ellos en Nueva York, están demostrando que hay alternativas distintas para las personas de baja educación a quedarse esperando a que el gobierno les consiga trabajo. Se están convirtiendo en un modelo para muchos de los habitantes locales”, dice Bhagwati.
“Muchos de los inmigrantes empiezan pequeños negocios y ellos mismos crean trabajos. No hay un número fijo de trabajadores en la economía”, insiste.
Bhagwati también reconoce que esto no es un argumento para remover por completo los controles a la inmigración.
Acepta que hay consideraciones políticas y sociales que lo harían inmanejable.
Pero defiende con vehemencia la importancia de no cerrar las puertas a los inmigrantes, incluso los de extracción humilde y poca educación.
“Pueden tener más hambre por el éxito, que se transmite a través de sus familias. Basta ver muchas de las historias de éxito de la segunda generación de muchas familias inmigrantes”, recuerda.
Fuente: BBC Mundo