¿Y luego, qué?

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Por Armando Bartra

Como a veces en las Olimpiadas, en estos comicios hubo dopaje y jueces parciales. Con el agravante de que el foto finish no ayuda pues el tramposo compró mucha ventaja. Así las cosas, esta vez no queremos recuento de votos sino anular la elección. Para eso se está trabajando: para que el de los esteroides no suba al podio sino que se repita la competencia.

Como en 2006, en 2012 hubo fraude para impedir que gobierne la izquierda, y hoy como ayer fue orquestado por la oligarquía, los medios masivos y los aparatos clientelares de la derecha. Hace seis años había que bajar a López Obrador (AMLO) y subir a Felipe Calderón (FC), ahora había que impedir que subiera y frenar la caída de Peña Nieto (PN). Entonces se manipularon boletas y recuento para darle a FC un pequeño margen, esta vez se compró y coaccionó masivamente electores para darle a PN una ventaja de más de tres millones de votos. Y esto hace la diferencia, pues en 2006 algunos luchábamos por que AMLO fuera presidente y hoy luchamos por que el Frankenstein de Televisa no lo sea.

¿Estamos peor? En verdad estamos mejor, pues sumándose el movimiento pro AMLO y el anti PN, el repudio a la imposición será hoy aún más grande que en la pasada elección. Hace seis años se pugnaba por llevar a Los Pinos al presidente legítimo; actualmente se pugna por que no llegue el ilegítimo. Y si entonces protestaba el tercio de los sufragantes que había votado por AMLO, hoy repelan los dos tercios que no votaron por PN y muchos que no votaron por nadie. Ahora se inconforma Morena, pero también #YoSoy132 y la Convención Nacional contra la Imposición. En 2006 nos movilizábamos cuando AMLO convocaba, hoy también cuando convocan los estudiantes y hasta cuando no convoca nadie.

Importa sumar fuerzas porque Morena y el Frente Progresista no pudieron ni pueden solos. Miles de marchas, mítines y reuniones le permitieron a AMLO y el obradorismo construir una fuerte candidatura, un amplio movimiento ciudadano, un nuevo proyecto de nación y una organización nacional con más de 4 millones de adherentes. Suficiente para ganar en buena lid, no para sobreponerse a las abismales trampas del sistema.

Sabemos que el obradorismo no convoca a todos los descontentos pues para algunos aún huele a clase política. Por eso fue esperanzador el Movimiento por la Paz, desbarrancado por el protagonismo del líder, y por eso en mayo fue recibida con alegría la irrupción de los jóvenes. Pero no alcanzó el tiempo y el primero de julio no pudimos. Ahora tenemos otra oportunidad, porque juntos obradorismo, estudiantes y organizaciones sociales cercanas al Morena o al 132, unidos en un frente popular o movimiento de movimientos, representan a la mayoría y le pueden dar voz a la nación. Pero ni así será fácil revertir la imposición.

Para evitar que el PRI siga haciendo de las elecciones letrina, más que apelar al IFE, tribunal electoral y Fepade para que barran el tiradero, habría que poner altares guadalupanos en las casillas, a ver si así. Y es que nos gobierna una derecha cínica que renunció a la legitimidad democrática conformándose con la gobernabilidad que dan el clientelismo, la mercadotecnia mediática y el ominoso despliegue de fuerza pública.

Heredero autodesignado de la Revolución, el viejo PRI reprimía pero negociaba: el tecnócrata Salinas dialogó con el EZLN y, pese a su autismo político, también lo hizo Zedillo. En los primeros años del PAN, Fox cuidaba su bono democrático congraciándose con los zapatistas, cediendo ante Atenco y firmando el Acuerdo Nacional para el Campo con las organizaciones rurales…

La concertación, así fuera demagógica, terminó cuando la oligarquía y sus personeros se percataron de que la izquierda abanderada por AMLO podía llegar al poder por vía electoral. Y se espantaron. Primero fue el desafuerogate, y de ahí para el real los gobiernos de la derecha dejaron de lado la concertación y se endurecieron. Un ejemplo paradigmático: como su enemigo era un gobernador priísta y el PAN gobernaba el país, la APPO pensó que podría negociar la salida de Ulises con el presidente saliente o con el entrante, pero los oaxaqueños fueron reprimidos al unísono por Ruiz, Fox y Calderón. Hoy sabemos que, con tal de seguir gobernando, la derecha desvergonzada del tercer milenio está dispuesta a pagar casi cualquier costo en legitimidad.

Habrá que limpiar el cochinero pero, con o sin interinato, en las próximas semanas los movimientos que hoy se oponen a PN tendrán que cambiar de terreno pasando de combatir la imposición a resistir también la ofensiva múltiple de la derecha, al tiempo que luchan por impulsar los cambios desde abajo. En términos olímpicos es como salir de las barras paralelas, dar un giro en el aire y caer de pie.

El Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, el SME, la CNTE y otros movimientos sociales agrupados en la convención han embarnecido en la resistencia, mientras que Morena y #YoSoy132 –que nacieron mirando a los comicios– habrán de deselectoralizarse y prepararse para durar.

Pero las dificultades a vencer para no irse de nalgas después de la machincuepa no son las mismas para los estudiantes que para los obradoristas. Por ejemplo: pese a que en la toma de Televisa del 26 y 27 de julio planteó seis temas: democracia, economía, seguridad nacional, educación, salud y solidaridad con los movimientos sociales, 132 nació como un movimiento reactivo, un multitudinario ¡no! a la imposición, y para consolidarse habrá de ir construyendo su plataforma programática. Morena, en cambio, dispone de un amplio proyecto alternativo de país formulado participativamente, pero no es lo mismo impulsar estos cambios por arriba y abajo que hacerlo fuera del gobierno y con su fiera oposición, de modo que, recuperando sus luchas en defensa del petróleo y de la economía popular, el obradorismo tendrá que curtirse aún más en la resistencia y en impulsar el cambio verdadero desde la sociedad organizada.

Morena y 132 son también extremos en el modo de tomar decisiones. Construido en pocos meses y como un ejército cívico diseñado para ganar la elección presidencial, Morena es fuertemente centralista y con mandos articulados de arriba abajo a partir de relaciones de confianza, de modo que su reto mayor es descentralizar y reconstruir paulatinamente sus estructuras a partir de la representación democrática y considerando que, hoy más que nunca, AMLO es el líder, pero ya no el candidato en campaña. En cambio 132 es una organización horizontal, admirablemente democrática y que incluso se ha propuesto atemperar el tradicional centralismo defeño; un movimiento que está en las marchas, acampadas y asambleas, pero igualmente en el ciberespacio: en las redes sociales donde se difunde información, se comparten vivencias y se dirimen o enconan consensos y disensos, un actor en red que con el tiempo irá agilizando su forma de tomar las decisiones que los involucran a todos.

Y hay desafíos comunes. En la medida en que el tema del fraude vaya perdiendo centralidad, otras cuestiones se pondrán en primer plano. Sin duda las llamadas reformas estructurales faltantes, que hasta ahora hemos frenado y habrá que seguir frenando, pero también reivindicaciones sectoriales y regionales menos abarcantes, e incluso problemáticas locales que afectan a pequeños grupos. Las organizaciones de la convención y los aliados gremiales del obradorismo están acostumbrados a esto, pero Morena y 132, no. Tendrán que aprender. Y en el caso de Morena esta previsible territorialización y sectorialización de una parte de la lucha es una de las razones para descentralizar y democratizar paulatinamente su estructura.

En una sociedad diversa la pluralidad reivindicativa es virtud siempre y cuando se evite dispersar y pulverizar las fuerzas. El riesgo es el síndrome del Congreso Nacional Indígena, que al abandonar el objetivo unificador de llevar a la Constitución la ley Cocopa y enfrascarse en autonomías de hecho locales, quizá reforzó sus raíces pero perdió presencia nacional. Para que esto no le suceda al Morena, al 132 y a la convención sería deseable que, además de prolijos programas y plataformas reivindicativas, ubicaran un eje aglutinador que diera sentido y dirección a las diferentes bandas, un tema central que unifique fuerzas.

Hay muchos posibles, pero a mí me cuacha la democracia. No sólo electoral sino también directa y participativa. Porque la cuestión mayor aquí y ahora es cómo se toman en México las decisiones. Como se toman en la cama y en la cola del Metrobús, en el pueblo y el barrio, en la escuela y la fábrica, en la elección de legisladores, de alcaldes, de gobernadores y de presidente de la República. El gran tema es el poder popular.

Podrán comprar la cama, pero los sueños, ¿cuándo?

Artículo publicado originalmente en La Jornada

http://www.jornada.unam.mx/2012/08/04/opinion/015a1pol

 

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