En el último día y en el último momento de su administración, el ya exalcalde Héctor Murguía, le dio por repartir por todos lados “x” chiquitas para que a nadie se le olvide que la idea fue de él y nada más de él.
Usted sabe: para los políticos, en especial de esta extraña especie, no hay nada más peor que el olvido.
Así, si usted se da una vuelta por la Plaza de la Mexicanidad, ¿o de la X?, no sólo observará una monumental X que a decir de su creador, Sebastián, simboliza el cruce de dos culturas (cualquier cosa que esto signifique) sino que ahora, frente a ella y como si fuera producto de un parto doloroso, aparece en un pequeño nicho, una minúscula X que palidece y se ve hasta ridícula ante la majestuosidad de lo que bien podría ser su madre putativa.
Y para que a nadie se le vaya a ocurrir olvidar, tiene sus dos placas: Una, allá en lo más alto del nicho, allá donde nadie la pueda leer, una minúscula placa con el significado de la X y más abajo, esa sí, enorme, la otra con el nombre de nuestro insigne y perínclito exalcalde y el de todos y cada uno de sus funcionarios, regidores y hasta el síndico.
Ni Ceausescu en sus buenos tiempos, me cae.
Esa misma micro X, también se la puede ver (bueno, es un decir) en la enorme explanada de la presidencia municipal, ahora en la Plaza de la Mexicanidad y -¿próximamente?- en muchos, muchos lados, porque a escasas horas de dejar el poder, a don Héctor le dio por regalar y regalar X por todos lados.
Efectivamente Armando, surge la pregunta Armando:
Ahora que hay nuevo gobierno, aquellos a quienes el anterior gobierno les regaló su X chiquita y no alcanzaron a instalarlas, ¿se atreverán a ponerlas?
Por lo pronto, el nuevo gobierno ya despidió a los empleados que trabajaban en la X grandota. Y si no hay quien cuide a la grandota, ni qué decir de la chiquita. Así que ahí va dieciocho, como dirían en mi barrio.
Me temo que el “kilo”, se ha comenzado a sobar las manos.
Así las cosas en Juárez, mi querido Armando.