“Weinstein también es mi monstruo”, relata Salma Hayek

0

A través de una columna publicada en The New York Times, la actriz mexicana habla por primera vez de un episodio con Harvey Weinstein del que dijo fue muy “doloroso”, durante la filmación de la película sobre Frida Kahlo

Resultado de imagen para Salma, Weinstein, frida

Por Salma Hayek /NYT

Este otoño, se me acercaron reporteros para que hablara sobre un episodio de mi vida que, a pesar de lo doloroso, creí ya haber superado.

Me convencí de pensar que eso había terminado y yo había sobrevivido. En realidad, estaba intentando salvarme del desafío de explicar varias cosas a mis seres queridos: por qué, cuando mencioné casualmente que Harvey Weinstein me había molestado como a muchas otras, había omitido un par de detalles. Y por qué, durante tantos años, hemos sido amables con un hombre que me hirió en forma tan profunda.

Una de las fuerzas que me dieron la determinación para hacer mi carrera era la historia de la pintora mexicana Frida Kahlo. Mi mayor ambición era presentar la vida de esta extraordinaria artista y de mi natal México de una manera que combatiera los estereotipos.

El imperio Weinstein, en ese entonces Miramax, se había vuelto sinónimo de calidad, sofisticación y toma de riesgos. Era todo lo que Frida representaba para mí y todo lo que yo aspiraba a ser.

Conocía un poco a Harvey a través de mi relación con el director Robert Rodríguez y la productora Elizabeth Avellan, quien era su esposa. En ese tiempo todo lo que sabía de él era que tenía un notable intelecto, era amigo leal y hombre de familia.

Sabiendo lo que sé ahora, me pregunto si no fue mi amistad con ellos —y con Quentin Tarantino y George Clooney— lo que me salvó de ser violada.

El trato que hicimos al principio era que Harvey pagaría los derechos del trabajo que yo ya había hecho. Como actriz, me pagarían el salario mínimo del Sindicato de Actores más 10 por ciento. Como productora, se me daría un crédito aún sin definir, pero no dinero. Además él exigió que me comprometiera por escrito a hacer varias películas más con Miramax.

En mi ingenuidad, pensé que se había vuelto realidad mi sueño. Harvey me había dado una oportunidad. Había dicho que sí.

Poco sabía que había llegado mi turno de decir “no”.

No a abrirle la puerta a cualquier hora de la noche, hotel tras hotel, locación tras locación, donde se presentara inesperadamente.

No a ducharme con él.

No a permitirle verme darme una ducha.

No a permitirle darme un masaje.

No a permitirle que un amigo desnudo de él me diera un masaje.

No a permitirle hacerme sexo oral.

No a desnudarme con otra mujer.

No, no, no, no, no…

Y con cada negativa llegaba la maquiavélica ira de Harvey.

No creo que aborreciera algo más que la palabra “no”. Lo absurdo de sus exigencias oscilaba entre llamarme furioso en medio de la noche para pedirme despedir a mi agente por una pelea que estaba sosteniendo con él por otra película hasta sacarme jalándome físicamente en la gala por el estreno del Festival de Venecia, que era en honor de “Frida”, para que pudiera acompañarlo en su fiesta privada con mujeres que creí eran modelos pero después me dijeron eran prostitutas.

El rango de sus tácticas de persuasión iba desde hablarme bonito hasta esa ocasión cuando, en un ataque de ira, dijo las aterradoras palabras. “Te voy a matar, no creas que no puedo”.

Cuando por fin se convenció de que yo no iba a ganarme la película como él había esperado, me dijo que había ofrecido mi papel y mi guión a otra actriz

A sus ojos, yo no era una actriz. No era ni siquiera una persona. Yo era un objeto: no una donnadie, sino un cuerpo.

A esas alturas, tuve que recurrir a abogados, no presentando un caso por hostigamiento sexual, sino alegando “mala fe”, pues había trabajado mucho en una película que él no tenía intenciones de hacer o de revenderme a mí. Traté de salirme de su empresa.

Para liberarse legalmente, según entendí, me dio una lista de tareas imposibles con muy poco plazo:

1. Volver a escribir el guión, sin pago adicional.

2. Recaudar 10 millones de dólares para financiar la película.

3. Incluir un director de los más famosos.

4. Dar cuatro de los papeles secundarios a actores prominentes.

Para sorpresa de todos, cumplí, gracias a un grupo de ángeles que vinieron a mi rescate. Hasta el día de hoy, todavía no sé cómo convencí a Geoffrey Rush, a quien en ese entonces casi no conocía.

A mediados del rodaje, Harvey se presentó en el set y se quejó acerca de la “uniceja” de Frida. Insistió en que eliminara el cojeo y reprobó mi actuación. Me dijo que lo único que me servía era mi “sex appeal” y que en esta película no se notaba nada. Por lo tanto me anunció que iba a suspender la película porque nadie querría verme en ese papel.

Yo estaba destrozada. Tenía la esperanza de que me reconociera como productora. Yo había obtenido los permisos para usar las pinturas, había negociado con el gobierno mexicano, y con quien tuviera que hacerlo, a fin de conseguir locaciones donde nunca se había permitido a nadie filmar.

Pero lo único que Harvey notaba era que yo no me veía sexy en la película. Me ofreció una opción para continuar. Me dejaría terminar la película si accedía a hacer una escena de sexo con otra mujer. Y exigía desnudez frontal completa.

Constantemente había estado pidiendo más piel, más sexo. Pero esta vez me quedó claro que nunca me dejaría acabar la película sin tener él de una u otra forma su fantasía. No había margen de negociación.

Tuve que decir que sí. Para entonces había dedicado muchos años de mi vida a esta película. Llevábamos cinco semanas de filmaciones, y había convencido de participar a tantas personas talentosas. Había pedido muchos favores. Así que acepté hacer una escena sin sentido.

El día que íbamos a filmar la escena llegué al set y, por primera vez en mi carrera, tuve un ataque de nervios. Empecé a temblar sin control, me faltaba el aire y empecé a llorar y llorar, sin poder detenerme.

No era porque fuera a estar desnuda con otra mujer. Era porque iba a estar desnuda con ella para Harvey Weinstein. Tuve que tomar un tranquilizante.

Harvey nunca sabría cuándo me lastimó. Nunca le mostré el terror que me provocaba. Cuando lo veía socialmente, le sonreía e intentaba recordar las cosas buenas, diciéndome que yo había ido a la guerra y había ganado.

Pero ¿por qué tantas mujeres artistas tenemos que ir a la guerra para contar nuestras historias cuando tenemos tanto qué ofrecer? ¿Por qué tenemos que pelear con uñas y dientes para mantener nuestra dignidad?

Fuente: El Diario de Juárez

Comments are closed.