Voluntarios sirios se juegan la vida desactivando minas

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Voluntarios sirios se ven obligados a improvisar al realizar una de las tareas más peligrosas del mundo: desmantelar bombas de racimo, minas terrestres y bombas trampa para facilitar el regreso de la población a zonas que estuvieron ocupadas por la oposición.

El resultado ha sido trágico.

Las bombas cazabobos colocadas por el grupo Estado Islámico en Kobani, una ciudad controlada por curdos en el norte de Siria, han matado a más de 20 voluntarios en 15 meses, según un alto funcionario regional.

“Sabían que podían terminar siendo mártires cuando se unieron”, dijo Ojalan Hisso, subdirector de la Administración de Defensa de Kobani.

Los zapadores eran combatientes regulares de la principal milicia curda siria, el YPG, que se ofrecieron como voluntarios para recibir un curso sobre desactivación de explosivos basado en videos de internet y experiencias compartidas. Pero la cifra de muertos en la zona de Kobani era tan alta que se ha suspendido la campaña, dijo Hisso.

Aun así, los programas de desminado con voluntarios improvisados continúan en otras zonas de Siria, a menudo con formación mínima y sin equipo especializado. Los miembros de los equipos de desminado de la provincia de Alepo han desarrollado sus propios métodos, como quemar los explosivos en toscos agujeros y detonar bombas racimo que no habían explotado disparando hacia los artefactos.

“La mayoría de las veces hacemos explotar varias a la vez”, comentó Ibrahem Alhaj, del equipo de defensa civil de Alepo. “O las enterramos muy profundo, lejos de zonas residenciales”.

Se estima que 5,1 millones de sirios viven en lo que el organismo de coordinación de desminado de la ONU, UNMAS, considera zonas “contaminadas”, en las que los artefactos por detonar plantean una amenaza de muerte o mutilación. Más de 2 millones de esas personas son niños.

Desactivar o neutralizar de otro modo los artefactos sin explotar es una tarea peligrosa incluso para los técnicos mejor entrenados. Y mucho más para los voluntarios sin capacitación adecuada.

El gobierno sirio, la fuerza aérea rusa y Estado Islámico han utilizado mucho estas armas en zonas civiles durante buena parte de la guerra, según pruebas reunidas por Human Rights Watch y otras organizaciones.

El gobierno sirio ha podido emplear técnicos militares rusos para asegurar zonas que controla, como la antigua ciudad de Palmira, recuperada de manos de EI en marzo con fuerzas progubernamentales. Imágenes de Palmira emitidas por medios rusos muestran a los técnicos, vestidos con protecciones, moviéndose de forma metódica por campos de minas y barrios llenos de trampas explosivas, barriendo el suelo con detectores de metales y perros rastreadores.

En cambio, las horas de imágenes grabadas por aficionados y que circulan en medios sociales muestran a voluntarios del YPG en zonas de oposición tanteando el suelo con patos, desenterrando bombas pequeñas con palas y desactivándolas a mano.

“Es ridículamente peligroso”, dijo James Le Mesurier, fundador de Mayday Rescue, una organización no gubernamental con sede en Estambul que entrena rescatistas en zonas de conflicto. “Lo hacían porque no habían recibido formación ni equipo, y no sabían cómo hacerlo”.

Las operaciones suelen comenzar de inmediato tras un conflicto, explicó Le Mesurier, cuando hay suficiente seguridad como para que equipos internacionales trabajen sobre el terreno.

Pero la magnitud de la amenaza que plantean estos dispositivos en Siria, así como las dificultades para enviar equipos a un conflicto indiscriminado, ha hecho que los residentes se pongan manos a la obra.

Un video grabado en la provincia central de Hama muestra a un hombre vestido con ropa civil y sandalias, colocando unas dos docenas de minibombas dentro de un profundo agujero en un campo. Después coloca por encima dos neumáticos y una esponja mojada en petróleo, combustible para un fuego que encenderá para detonar la munición.

“Ésta es la única manera de terminar con las bombas de racimo”, explica solemne.

Entonces activa un detonador a un lado del agujero y sale corriendo.

Unos pocos minutos después, el fuego prende y se ven grandes llamas rojas saliendo del agujero. Entonces, una serie de enormes explosiones lanzan tierra a varios metros de altura, golpeando al camarógrafo, que aparentemente creía estar a una distancia segura.

“Dios es grande”, exclama, mientras se producen varias explosiones más a unos metros de donde trabajaba el zapador, posiblemente por municiones que no habían descubierto, activadas por la fuerza de la primera explosión.

En otro video, un hombre explica cómo desactivar una bomba de racimo de forma esférica con una abrazadera y algunas herramientas domésticas. Tras retirar el detonador, explica los mecanismos de la bomba y señala los explosivos. En otros videos se muestra cómo recoger de forma segura esos explosivos para uso de las milicias rebeldes, que tienen un gran déficit de armas.

Estos métodos improvisados, aunque a menudo son efectivos, han provocado muchas bajas.

“Prácticamente todos los que trabajaban en este equipo y fallecieron sabían que estaban en la senda del martirio”, dijo Mustafa Bali, activista en Kobani, sobre los zapadores que murieron en su localidad. “Pero se sienten empujados a trabajar porque hay gente en los campos que necesita regresar… No había otra opción”.

Aun así, con experiencia e innovación, los voluntarios están desarrollando métodos más seguros.

Los equipos de defensa civil, conocidos como los Cascos Blancos, enseñan a civiles cómo identificar los explosivos y evitar que los niños jueguen con ellos. Acordonan de inmediato zonas donde se ha producido un ataque con bombas racimo para minimizar las víctimas tras el bombardeo.

Mayday Rescue, que tuteló la creación de los Cascos Blancos en 2013, ha entrenado a 25 voluntarios de la defensa civil en las provincias de Idlib y Hama con el innovador método de “derretir” los explosivos en tierra sin detonarlos, utilizando bengalas de termita, un material que reacciona en contacto con los explosivos.

“Ninguno de los que estamos entrenando… era un ingeniero de explosivos”, dijo le Mesurier. “Son gente corriente de la calle”.

Los voluntarios fueron entrenados para enseñar a otros, con la esperanza de que las lecciones se extiendan a otros equipos de defensa civil en zonas controladas por la oposición.

Pero la experiencia de otras sociedades tras un conflicto indica que limpiar todos los explosivos sin detonar llevará varias décadas.

“El problema es inmenso, y resolverlo requerirá varias generaciones”, dijo Le Mesurier.

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