Por Lydia Cacho
No, no estoy de acuerdo con los argumentos de varios periodistas e incluso de políticos, sobre los encuentros personales con narcotraficantes y mafiosos de cualquier índole. Y no me pidan que me ponga en los zapatos de Eliseo Caballero (corresponsal de Televisa) y de José Luis Díaz (dueño de la Agencia Esquema) porque sé muy bien lo que se siente cuando te “mandan llamar” los tratantes de personas, el líder de los Zetas, de Los Pelones y de los Golfos en el sureste. Sé de primera mano cómo se revuelve el estómago y la ansiedad recorre el cuerpo con un golpe de adrenalina cuando te llega el mensaje en voz de un reportero corrupto y prostituido, o del operador político de los criminales, o del mesero al que mandan a decirte que vayas a sentarte a la mesa del capo. Y una dice no, debe decir no, siempre no. Porque esas invitaciones son para tejer alianzas, para aceptar cochupos, dinero, camionetas, casas, información manipulada. Eso no es periodismo, es corrupción pura y llana. De esa que nos corresponde evidenciar, no personificar.
El video que reveló Carmen Aristegui en MVS no muestra a unos periodistas aterrados, sino a unos fascinados con su encuentro con el “gobernador alternativo” como le llaman a ese líder narco en Michoacán. Le pidieron cámaras, una camioneta, le ofrecieron información; ¡vaya! José Luis Díaz le daba consejos para cambiar su imagen pública, “mire ponga unas mantas” le decía emocionado al capo luego de explicarle cómo el gobierno está desacreditando al líder templario. No hay excusa ni pretexto, el periodismo es una profesión peligrosa, con riesgo mortal si eliges dedicarte a cubrir la delincuencia organizada, a documentar las atrocidades que perpetran por un lado la delincuencia organizada y por otro el Estado corrupto desorganizado y violento.
Una debe decir que no porque el periodismo ético es una profesión que se debe a la sociedad, es una de las herramientas de la democracia, es un instrumento de transparencia, un altavoz de la colectividad.
Sólo los periodistas cínicos, los mentirosos y los charlatanes pueden asegurar que nunca han cometido errores. Somos seres humanos, nos equivocamos y como nos dedicamos a revelar las verdades y a verificarlas, tenemos la obligación también asumir los errores y hacerles saber a quienes nos leen, escuchan o ven en los medios, que hemos cometido un error y lo estamos rectificando. Venderse no es cometer un error, es elegir un camino.
Desde que el periodismo existe en México nuestra profesión ha estado enturbiada por episodios de censura, corrupción, partidismo, manipulación y otras desgracias creadas por seres humanos que deciden qué hacer con el poder que les confiere ser “la voz y el eco de la sociedad”. Yo tenía cinco años cuando Zabludovski negaba la masacre del 68 y siete años cuando él mismo, desde Televisa y de la mano de otros medios, negó las desapariciones forzadas. México cambió en los últimos doce años, es más complejo sí, pero también ha sido más libre para la prensa y por tanto más peligroso; la libertad de prensa nos reveló un país plagado de violencia, de corrupción y miseria política, un país en el que las y los agachados aprendieron a prostituirse y a odiar al poder que les prohijó. Pero también descubrimos un país de valientes, de personas dispuestas a hacer lo mejor por su comunidad por la educación, contra la discriminación y la pobreza. Hace rato que la prensa no es el cuarto poder, por fortuna se convirtió en un contrapoder (aunque algunos empresarios de medios sigan defendiendo el modelo tradicional de prensa coludida con el Estado).
Ahora el PRI (y le imitan los otros partidos) ha vuelto a por lo suyo en los medios. Los quiere calladitos, sometidos, reproduciendo boletines de prensa y fotos donde todos los políticos salen recién bañaditos y felices. Los narcos aprendieron la lección y también ofrecen plata, plomo o cárcel.
Servando Gómez es narcotraficante, lavador de dinero, tratante de mujeres, autor intelectual de diversos asesinatos que él mismo ha reconocido en sus propias grabaciones, y como muchos otros delincuentes (yo he documentado a varios) se dedica a grabar sus encuentros, de tal forma que administra la información y destruye credibilidades y carreras a su antojo; entonces ¿se deben mostrar los videos que graban estos delincuentes? Periodísticamente son pertinentes, evidencian hechos concretos. El paso siguiente es investigar el contexto, a los actores y el resultado de esas alianzas. El objetivo del periodismo no debe ser reforzar un argumento sino buscar la evidencia que le otorgue a la sociedad mayor información para entender, conocer y tomar decisiones sobre tal o cuál cosa.
Aunque las reuniones de colegas periodistas con delincuentes hayan sido a título personal son absolutamente inaceptables, carentes de ética y ameritan el despido y la investigación. No solo eso, cada vez que un reportero saleroso decide reunirse con un narco, con un político o empresario corruptor o con cualquier delincuente que busque manipular la información para engañar a la sociedad, el resto de la prensa, la que sí hace su trabajo, la que sí se juega la vida por entrevistar de verdad, por investigar de verdad, queda en mayor vulnerabilidad. Porque ellos corrompen a los periodistas que se dejan corromper no solamente para imponer una agenda pública, sino también para destruir al gremio, para generar desconfianza en la sociedad.
El video muestra cómo el líder narco les dice a los periodistas “Yo aquí tengo a mucha gente, y el que no jale conmigo, pues me lo chingo…” Eso lo hemos escuchados muchas, muchos reporteros en voz de senadores, gobernadores y diputados corruptos y vinculados al crimen organizado. Lo hemos escuchado de tratantes de personas, de vendedores de armas, de policías y militares asesinos, pero lo denunciamos, esa es nuestra obligación. Y seguimos adelante, porque también esa es nuestra obligación, porque como dicen Kovach y Rosentiel “la primera obligación del periodista es con la verdad, su primera lealtad es hacia la ciudadanía; debe servir como monitor(a) independiente del poder” aunque el poder sea el formal o el criminal. El miedo a la muerte no es excusa para convertirse en vocero criminal ni ahora, ni nunca.
Fuente: Sin Embargo