Por Julie Guinan
Durante 12 años, Adelma Cifuentes pensó que no valía nada; se sentía asustada y sola, y nunca sabía cuándo sería golpeada por su esposo agresivo.
Pero en la posición de una joven madre en el área rural de Guatemala con tres hijos y apenas una educación de tercer grado, ella pensó que no había forma de salir de esa situación.
Lo que comenzó como tormento psicológico, insultos y humillación se convirtió en agresiones físicas tan severas que Cifuentes temía por su vida. Un día, dos hombres enviados por su esposo aparecieron en su casa armados con una escopeta y con órdenes de matarla. Probablemente lo habrían hecho, pero después de que sonó el primer disparo, los hijos de Cifuentes la arrastraron hacia adentro. Aun así, en su comunidad profundamente conservadora, pasaron dos horas antes de que los vecinos pidieran ayuda y Cifuentes perdió su brazo.
Pero el abuso no terminó ahí. Cuando Cifuentes volvió a casa, su esposo continuó con sus ataques y amenazó con violar a su pequeña niña a menos que ella se fuera. Fue entonces cuando la pesadilla finalmente terminó y su búsqueda por la justicia comenzó.
El pasado de Guatemala aún se hace presente
El caso de Cifuentes es dramático, pero en Guatemala, donde casi 10 de cada 100.000 mujeres son asesinadas, no es inusual.
Una encuesta de Small Arms Survey llevada a cabo en 2012 dice que la violencia de género se encuentra en niveles epidémicos en Guatemala, y el país está clasificado en tercer lugar en cuanto a los asesinatos de mujeres alrededor del mundo. Según las Naciones Unidas, dos mujeres son asesinadas allí cada día.
Hay muchas razones detrás de esto, empezando por el legado de violencia que quedó después de 36 años de guerra civil en el país. Durante el conflicto, se cometieron atrocidades contra las mujeres, quienes fueron utilizadas como un arma de guerra. En 1996, se llegó a un acuerdo de alto al fuego entre los insurgentes y el gobierno. Pero lo que siguió y lo que aún permanece es un clima de terror, debido a una cultura de impunidad y discriminación que está profundamente arraigada. Los grupos militares y paramilitares que cometieron actos brutales durante la guerra fueron integrados de nuevo a la sociedad sin que hubiera repercusiones. Muchos siguen en el poder y no han cambiado la forma en la que ven a las mujeres.
Unas 200.000 personas fueron ya sea asesinadas o desaparecieron durante el conflicto que duró varias décadas, la mayoría de ellas provenían de las poblaciones indígenas mayas. Casi 20 años después, según el Security Sector Reform Resource Center, los niveles de crimen violento son más altos en Guatemala de lo que fueron durante la guerra. Pero a pesar del alto índice de homicidios, la ONU calcula que el 98% de los casos nunca llegan a tribunales. Las mujeres son particularmente vulnerables debido a que existe un prejuicio de género y una cultura de misoginia. En muchos casos, el femicidio —el asesinato de una mujer simplemente por su género— se lleva a cabo con una impactante brutalidad con algunas de las mismas estrategias utilizadas durante la guerra, entre ellas la violación, tortura y mutilación.
Explosión de la violencia
Los cárteles mexicanos de la droga, los grupos delictivos organizados y las pandillas locales están contribuyendo al círculo vicioso de la violencia y la anarquía. Las autoridades que investigan los asesinatos relacionados con las drogas no se dan abasto, lo que deja menos recursos para investigar los femicidios. En muchos casos, no se denuncian los crímenes porque existe un temor de que se tomen represalias. Muchos consideran que la Policía Nacional Civil de Guatemala, o PNC, es una entidad corrupta, que carece de recursos y es inefectiva. Incluso si un caso efectivamente es llevado a juicio, de acuerdo con Human Rights Watch, el débil sistema judicial del país se ha mostrado incapaz de manejar la explosión de la violencia.
Prevalece la cultura del machismo
Quizá uno de los mayores retos que las mujeres en Guatemala enfrentan es la sociedad patriarcal profundamente arraigada.
Según María Machicado Terán, la representante de ONU Mujeres en Guatemala, “el 80% de los hombres creen que las mujeres necesitan que se les de permiso para salir de la casa, y el 70% de las mujeres encuestadas estuvieron de acuerdo”. Esta cultura predominante de machismo y una aceptación de la brutalidad en contra de las mujeres conduce a altos índices de violencia. Los grupos de derechos dicen que el machismo no solo aprueba la violencia, sino que pone la culpa sobre la víctima.
La voluntad política para abordar la violencia contra las mujeres ha sido lenta en materializarse.
“Los políticos no creen que las mujeres son importantes”, dice la exsecretaria general de la Secretaría Presidencial de la Mujer, Elizabeth Quiroa. “Los partidos políticos utilizan a las mujeres para las elecciones. Les dan una bolsa de comida y las personas venden su dignidad por esto porque son pobres”.
La falta de educación es un gran contribuyente a esta pobreza. Muchas niñas, especialmente en comunidades indígenas, no van a la escuela porque la distancia desde sus casas hasta el salón de clases es demasiado lejos.
Quiroa dice lo siguiente: “Ellas son sujetas a violaciones y se les obliga a participar en el tráfico de drogas”.
Señales de progreso
Aunque la situación para las niñas y mujeres en Guatemala es alarmante, existen señales de que la cultura de discriminación podría estar cambiando poco a poco. Con la ayuda de una organización conocida como CICAM, o Centro de Investigación, Cifuentes finalmente pudo dejar a su esposo y recibir la justicia que merecía. Él ahora está cumpliendo una sentencia de 27 años tras las rejas.
Cifuentes utiliza su doloroso pasado para brindar esperanza y sanidad a otros por medio del arte.
Desde 2008, ella y otras cuatro sobrevivientes al abuso, conocidas como Las Poderosas, han estado participando en una obra basada en sus historias verídicas.
La obra no solo empodera a otras mujeres y discute el problema de la violencia abiertamente, sino también ofrece sugerencias para el cambio. Y está teniendo un impacto. Las mujeres han empezado a romper el silencio y a preguntar dónde pueden recibir apoyo. Los hombres también están reaccionando. Uno de los personajes principales, Lesbia Téllez, dice que durante una presentación, un hombre se puso de pie y empezó a llorar cuando se dio cuenta de cómo había tratado a su esposa, y cómo había sido tratada su madre. Él dijo que quería cambiar.
El tema tabú de la violencia de género también está siendo reconocido en un programa popular dirigido a uno de los grupos más vulnerables de Guatemala, las niñas de la etnia maya. En 2004, con la ayuda de las Naciones Unidas y otras organizaciones, el Consejo de Población lanzó un club basado en la comunidad conocido como Abriendo Oportunidades. El objetivo es darle a las niñas un espacio seguro donde puedan aprender sobre sus derechos y donde puedan alcanzar todo su potencial.
La coordinadora principal del programa, Alejandra Colom, dice que discuten el asunto de la violencia y que a las niñas se les enseña de qué manera pueden protegerse. “Luego ellas comparten esta información con sus madres y por primera vez, se dan cuenta de que tienen ciertos derechos”.
Colom añade que las madres entonces se interesan en enviar a sus hijas a los clubes, y esto las mantiene más visibles y menos propensas a la violencia.
El gobierno de Guatemala también está avanzando en la dirección correcta para abordar el problema de la violencia contra la mujer. En 2008, el gobierno aprobó una ley contra el femicidio. Dos años después, la oficina del fiscal general creó un tribunal especializado para procesar los femicidios y otros crímenes violentos en contra de la mujer. En 2012, el gobierno estableció una fuerza especial conjunta para los crímenes en contra de la mujer, lo que facilita que las mujeres tengan acceso a la justicia, al asegurarse de que las víctimas reciban la asistencia que necesitan. El gobierno también ha establecido un tribunal especial que funciona las 24 horas del día para atender los casos de femicidio. En el ámbito mundial, la Ley Internacional de Violencia contra la Mujer fue presentada al Congreso de Estados Unidos en 2007; ha estado pendiente desde entonces. Sin embargo, la semana pasada se volvió a presentar la ley ante la Cámara y el Senado. Si se aprueba, haría que reducir los niveles de la violencia de género fuera una prioridad de la política exterior de Estados Unidos.
Quizá la ayuda más inmediata y efectiva proviene de organizaciones no gubernamentales internacionales, las cuales están al frente en la lucha en contra de la discriminación de género en Guatemala.
Ben Weingrod, un defensor de política con el grupo CARE, el cual lucha contra la pobreza alrededor del mundo, dice lo siguiente: “Trabajamos para identificar y desafiar las normas sociales perjudiciales que perpetúan la violencia. Nuestro trabajo incluye involucrar a los hombres y a los niños como defensores de cambios y como modelos a seguir, y propiciar debates para cambiar las normas perjudiciales y crear espacio para que haya relaciones más equitativas entre hombres y mujeres”.
Pero el trabajo aún no ha terminado. Si bien existe un optimismo atenuado y una esperanza por el cambio, el problema de la violencia de género en Guatemala es uno que necesita la atención internacional y una acción inmediata.
Cifuentes encuentra fortaleza por medio del teatro y del apoyo de otras sobrevivientes al abuso, lo que le ha permitido salir adelante. Sin embargo, millones de otras mujeres que se encuentran atrapadas en un ciclo de violencia enfrentan futuros peligrosos y aterradores. Para ellas, se trata de una carrera contra el tiempo y necesitan recibir ayuda cuanto antes.
Fuente: CNN